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La agenda esquiva


A casi dos años de la administración Bachelet bien podríamos decir que la impronta que marca esta administración a la diferencia de otras administraciones de la Concertación es una preocupación central por el tema de la protección social. El primer proyecto de envergadura enviado por el Ejecutivo al Congreso fue el de la reforma previsional. Ciertamente es un proyecto que tiene las limitaciones propias de la concepción liberal de la seguridad social que la inspira, a saber: focalización de los beneficios, Estado subsidiario o socialización de las pérdidas que deja el desarrollo del sector privado, el ahorro de los trabajadores totalmente cautivo de seis AFP, etc. Sin embargo, si bien estamos lejos aún de una concepción socialdemócrata de la seguridad social, este proyecto de reforma, y particularmente la constitución de un pilar solidario, es un avance importante en el camino de la protección social.



Se dice con justa razón que los temas de la educación y las relaciones laborales, que también forman parte sustantiva de la protección social, han sido puestos en Agenda desde la sociedad y no por el Ejecutivo. El movimiento de los estudiantes primero y de los trabajadores subcontratados más tarde lo han hecho posible. Sin embargo, esto no desmerece en nada a la Administración Bachelet, pues ella ha mostrado en el transcurso de los acontecimientos una sensibilidad y capacidad para abrir puertas al tratamiento de estos temas. Con un presidente con rasgos autoritarios y proclives a las reacciones primarias del empresariado, estaríamos en una situación muy distinta.



Sin embargo, abordar la agenda laboral ha sido lo más difícil. En efecto, desde los inicios de la presente Administración el Ministerio del Trabajo ha estado promoviendo una agenda para abordar el tema de las negociaciones colectivas, y obviamente con la intención de sentar en una mesa a trabajadores y empresarios. Por tratarse de privados es fundamental que exista la voluntad de conversar sobre una agenda abierta que recoja intereses de uno y otro. Es esta voluntad la que aún no se ha manifestado, especialmente la de los gremios empresariales pues el capítulo de las negociaciones colectivas es considerado dentro de las relaciones laborales como el «hueso duro»; dichos gremios se han terminado refugiando en la Comisión de Equidad para evitar así una negociación que sería lo más normal en un país desarrollado.



La negociación colectiva es un punto central para que los trabajadores vayan mejorando sus salarios toda vez que ellos aumentan su productividad y las empresas crecen. Desde fines del siglo XIX y hasta mediados del XX, la luchas de los trabajadores organizados en distintas partes del mundo pero en particular en los países desarrollados, consagró los derechos laborales dentro de los cuales se encuentra el derecho a la negociación colectiva. En este derecho se reconoce la desigualdad entre las partes y procura la protección de una de ellas, los trabajadores. En el fondo, se trata de negociar en «una cancha pareja». En el Chile actual justamente se trata ante todo de emparejar la «cancha de negociación», para lo cual hay que restablecer el derecho a huelga sin las restricciones que hoy registra la ley por la vía del reemplazo de los trabajadores en huelga y negociar con organismos sindicales permanentes excluyendo la negociación con grupo de personas. Que la negociación sea descentralizada, al nivel de la empresa, debiera ser la norma y, cuando sea posible, hacer una negociación por ramas solo cuando no exista una diferencia sustantiva de productividad, y ellas tengan organización de la producción o uso de tecnologías similares. (Actividad de la construcción, distribución de combustibles etc.). Estos casos debieran ser la excepción y la norma la negociación descentralizada.



Dado el desarrollo económico y social que ha alcanzado el país el capítulo de las negociaciones colectivas pasa a tener un papel fundamental en el ámbito laboral. No podemos seguir hablando que Chile es un país moderno cuando sólo negocia el 8,6% de los asalariados (excluida la administración pública) y los que negocian, lo hacen en una «cancha muy desnivelada».



Un segundo aspecto de la agenda laboral es el capítulo de la subcontratación donde una cuestión fundamental entre otras es que no es posible aceptar que para un mismo trabajo dentro de una empresa se pague dos salarios distintos. La discriminación está prohibida en las normas de la OIT. Por cierto, no se puede limitar a la empresa a que externalice actividades que no son de su giro directo. De lo que se trata es de eliminar una disminución espuria de los costos laborales de la empresa. Tampoco las empresas contratistas pueden desligarse de la negociación colectiva en el seno de su empresa. Otros temas existen en la agenda laboral, como la corrección de la insostenible situación de fijar sueldos base extremadamente bajos (aunque están obligado a pagar el ingreso mínimo) porque con ello la empresa subvalora otros beneficios (gratificaciones, horas extraordinarias etc.) al calcularse sobre el salario base. El costo del despido a causa de las necesidades de la empresa (un mes de sueldo por año de antigüedad en la empresa con un máximo de 11 meses) y que algunas empresas consideran onerosos es perfectamente negociable por un mejor seguro de desempleo.



Si el mundo del trabajo ha irrumpido en la agenda pública poniendo temas trascendente que habían quedado postergado durante 18 años de gobiernos de la Concertación no es porque el gobierno o la sociedad chilena se hayan izquierdizado. Fundamentalmente se explica porque esta coalición de gobierno ha logrado un importante desarrollo económico que a su vez ha cambiado en muchos aspectos las relaciones sociales en el ámbito de la economía, la política y la cultura y con ello ampliado el campo de las expectativas. La historia señala que en general los periodos de expansión económica sostenida traen convulsiones en el ámbito político y social y no hay ningún determinismo respecto a su desenlace, aún cuando el norte de esos movimientos es la búsqueda de mayores espacios de libertad y bienestar.



La economía de mercado y el capitalismo criollo no se debilita por lograr una mayor cohesión social y un mejor acorde de las relaciones laborales con el grado de desarrollo económico alcanzado. Algunos empresarios que tienen «vista al mar», como diría nuestro poeta Huidobro, así lo han entendido, otros siguen anclado a la nostalgia y al pasado.



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Alexis Guardia B., economista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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