Publicidad

1994: Un mundial sin la pelota



El periódico El Comercio de Lima pidió a varios escritores y deportistas que escribieran algunas líneas sobre mundiales pasados. A mí me tocó el de 1994. Esto fue lo que escribí:

Tuve la suerte de pasar mis vacaciones de invierno en Bolivia el 94, de modo que pude ver el mundial de Estados Unidos con mis amigos de la infancia en Cochabamba, en bares con pantalla gigante. Tenía un mal recuerdo del mundial del 90, que me había tocado ver en los Estados Unidos (donde vivo), en casa y solo, y me prometí no volver a hacerlo. Además, el 94, Bolivia había clasificado para el mundial y teníamos una generación notable, que incluía al Diablo Etcheverry, Milton Melgar y Platini Sánchez. Valía la pena verlo en casa, entre banderas tricolores, con esa fe que no se agota a pesar de tantos desengaños.

El partido inaugural lo vi en un restaurante a tres cuadras de mi casa. Bolivia sorprendió jugándole de igual a igual a Alemania, uno de los favoritos; de todos modos, como suele ocurrir en estos casos, el gol lo metió Alemania. En los minutos finales entró Etcheverry, que acababa de recuperarse de una lesión muy grave. Creíamos que el mundial lo podía consagrar; en cambio, terminó expulsado minutos después de un choque con Matthaus. El lugar común volvió a aparecer: jugamos como nunca, perdimos como siempre.

No se puede hablar maravillas de un mundial en el que, por primera vez en la historia, el título se decide por penales: Brasil, repetitivo campeón, con la creación de Romario y Bebeto y la destrucción de Dunga. Quedan los tiros libres de Hagi, la magia de Baggio, el jogo bonito de los holandeses, la capacidad para fallar penales de los mexicanos, y, como posdata sangrienta, el asesinato del defensor colombiano Andrés Escobar, poco después de que terminara el mundial, culpable de haber metido un autogol en un partido clave. Ah: terminamos últimos en nuestro grupo, incluso después de Corea.

Una vez más, la gran estrella fue Diego Maradona. Pero esta vez se trataba de una estrella caída. Véanlo hacerle un pase maravilloso a Caniggia para uno de los goles contra Grecia. Asómbrense de la forma en que encara el área para marcar su último gol en un mundial. Qué energía, dice un amigo, y a su edad. Despídanlo de la cancha de la mano de una enfermera, ave de mal agüero que lo llevará al control antidoping y al infierno del positivo. Los cables dirán efedrina, pero la literatura no es tan prosaica y ya se encargará de inventarle una historia a la medida de su leyenda.

Etcheverry, Escobar y Maradona: lo que más recuerdo de ese mundial no ocurrió con la pelota. Nada bueno para el fútbol, sublime para la literatura.

(El Comercio, Lima, junio 2010)

Publicidad

Tendencias