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Escribiendo la «Petite Histoire»


No quiero dejar pasar más tiempo sin hacer constar en este blog, para la memoria histórica, una versión personal sobre un episodio público llamativo de días recientes. Fueron los twits del Ministro de Salud, Jaime Mañalich, recogidos por los diarios, en que no sólo se burlaba del senador Jovino Novoa con un humor muy particular («Jovino es un nombre ¡muuuuuy anticuado!; en cambio Sebastián está entre los preferidos») sino que calificaba como «una traición» el hecho de que hubiera criticado al Presidente en su reciente libro «Con la Fuerza de la Libertad», que, entre paréntesis, aparece hoy como primer «best-seller» en «El Mercurio». Debe precisarse que «Sebastián» no apareció entre los nombres más elegidos por los padres al inscribir a sus hijos en el Registro Civil el año pasado, según publicación de días atrás. El más recurrido fue «Agustín»…

Mi opinión, fundada en meras presunciones, pero éstas basadas en mi conocimiento de las personas, es que la idea de esos twits no fue de Mañalich, sino de alguien que se los sugirió. Primera base de presunción: esa persona frecuentemente, en sus conversaciones y discursos, emplea el adjetivo «muuuuuy» con la «u» tan prolongada como lo hizo el twit. Segunda: esa misma persona, años atrás, también se valió de otra persona, un periodista a quien apodaban «El Pelao», para que interrogara a una diputada, competidora suya por una candidatura presidencial, en términos de dejarla mal parada ante la opinión pública. Se trataba de que le dijera lo que el autor del encargo no quería aparecer diciéndole, para hacerla desmerecer. Tercera: el Ministro de Salud, cuya cartera es técnica, no tenía por qué entrar en el área chica de la arena política, por añadidura insultando a un senador de gobierno y poniendo en riesgo, con ese desatino, hasta su permanencia en el gabinete. Sólo una fuerza superior pudo inducirlo a ese desatino. Cuarta: pero el Ministro sigue indemne en su cargo, después de recibir apenas una reconvención «pro forma» e insignificante, en relación a la gravedad del insulto proferido al senador.

Estas cosas pasan. En los años ’70 yo era director de un vespertino en el cual se publicó, en la sección «Top Secret», el itinerario de un viaje al exterior de la primera dama de la nación. Tras aparecer el diario, me llamó un ministro por teléfono y me dijo que yo era «un traidor» por haber publicado ese «Top Secret», pues los asesinos que todos conocemos (son de los mismos que hoy gritan «a-se-si-nos» en las calles) podían aprovechar la información para atentar contra la señora del Presidente. Yo no acepté el calificativo y colgué el teléfono. Pero no pensé en mandarle mis padrinos al ministro ni nada parecido, en lo cual hice bien, porque me llamó instantes después para decirme que él no me consideraba un traidor, pero el marido de la primera dama lo había obligado a decirme que lo era y se había quedado junto al teléfono para cerciorarse de que lo hiciera. Recibida la explicación, yo me olvidé del asunto… hasta hoy. Y creo que, en el momento, ni siquiera me ofendí con el marido de la primera dama. «Tout comprendre c’est tout pardonner», dicen los franceses.

Pienso que, atendidas las presunciones que he expuesto, Jovino tampoco debería guardarle resentimiento a Mañalich y estoy casi seguro de que piensa que no es el verdadero autor del insulto. Nuestro pueblo tiene un dicho para esas situaciones: «mandado no es culpado».

También la historia se escribe a partir de la «petite histoire», que sirve para ilustrar el carácter de algunos personajes que la protagonizan.

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