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¿Asamblea Constituyente o nada? Opinión

¿Asamblea Constituyente o nada?

Patricio Walker
Por : Patricio Walker Presidente del Senado
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No comparto plantear este debate en la lógica del “todo o nada”. Recuerdo el legítimo debate que tuvo lugar en nuestro país a fines de los 80 entre quienes nos oponíamos a la dictadura de Pinochet. Algunos rechazaban la tesis de inscribirse en los registros electorales para participar en el plebiscito del 88 y así derrotar a Pinochet porque aquello significaba aceptar la institucionalidad impuesta por la dictadura (sin proponer ningún camino alternativo viable para recuperar la democracia).


En una columna publicada en este medio la semana pasada se afirma que yo sería parte de una “elite” que se opone, por miedo al caos o la anarquía, a que las grandes definiciones constitucionales sean adoptadas directamente por el pueblo. Sería ese temor conservador el que explicaría, a juicio del columnista, mi supuesto rechazo a la idea de una asamblea constituyente.

Sin perjuicio de respetar, como es obvio, el derecho que tiene toda persona juzgar críticamente la forma en que desarrollo mi acción política y parlamentaria, me ha parecido necesario reiterar y profundizar mi postura sobre la materia.

Comencemos por la etiqueta de “elite”. Voy a suponer que dicho término no se está usando con alguna connotación clasista. Voy a asumir, más bien, el hecho que yo sería parte del pequeño grupo de personas que tomarían las decisiones relevantes del país.

En verdad, por supuesto, que en cuanto Senador de la República, soy parte de un órgano del Estado que incide significativamente en las grandes decisiones públicas. Ahora bien, mi presencia en el Parlamento no es el fruto de algún blindaje, no es consecuencia de una designación “a dedo” ni es el resultado del criticado binominal, el cual, a veces, permite la elección de las terceras mayorías en perjuicio de las segundas mayorías.

Es más, nunca he salido tercero en una elección y a pesar de lo difícil que resulta “ganar al binominal” (porque a una lista le basta obtener un 34 % de los votos para asegurar un escaño en el Congreso), en el pasado obtuve votaciones suficientemente altas como para permitir a la Concertación doblar en la región de Coquimbo en tres elecciones consecutivas (1997, 2001, 2005). Incluso más, el año  2005 fui el único candidato a diputado del país que con su propia votación (54,3% ) logró doblar a los dos candidatos de la derecha.

[cita]Personalmente, no tengo un problema conceptual con las asambleas constituyentes. Conozco el caso de buenas asambleas constituyentes, nacidas del amplio acuerdo de las fuerzas políticas significativas y generadoras, por lo mismo, de textos constitucionales estables y respetables (España en 1978 o Brasil en 1988). Conozco también, sin embargo, el caso de malas asambleas constituyentes, impulsadas por caudillos populistas que por medio de resquicios o fraudes imponen una mirada sin ningún tipo de miramiento por los derechos de quienes piensan distinto.[/cita]

No ha sido la vanidad la que me ha impulsado a recordar estos altísimos porcentajes de votación con que he sido elegido, y reelegido, sino para desvirtuar, de raíz, el argumento que me intenta colocar como temeroso de la voluntad popular.

En relación a la imputación que se me hace de creer que la asamblea constituyente es sinónimo de anarquía, caos o desorden, quiero señalar que jamás he señalado aquello. Aparentemente, la confusión se pudo generar a partir de una larga entrevista que di en una emisora nacional donde el periodista me informa que frente a nuestra propuesta de modificación del binominal un auditor proponía por las redes sociales “eliminar derechamente el Parlamento”. Frente a esto, señalé que hay sectores de este país (probablemente de extrema derecha) que “odian la democracia”. En este contexto, y contestándole a sectores de la derecha dura (que prefieren vivir sin parlamento y, por tanto, en dictadura) que piensan que “la disyuntiva es la asamblea constituyente, el caos, el desorden o la anarquía o la propia institucionalidad”, deberían levantar su veto a modificar el binominal para lograr cambios por la vía institucional. Estas palabras fueron claramente sacadas de contexto y reitero, jamás he pensado ni sostenido que la idea de una asamblea constituyente sea sinónimo de “caos, desorden o anarquía”.

En relación a mi postura sobre la asamblea constituyente, la dejé bien en claro en una entrevista que di en el diario La Tercera el día sábado 13 de julio. Frente a la pregunta sobre “si la idea de acallar la asamblea constituyente choca con quienes en su coalición, la promueven”, respondí: “No quiero acallar una asamblea constituyente, reconozco que puede tener un efecto en la modificación del binominal, pero ese no es mi objetivo, no es por temor”. A mayor abundamiento, señalé que “mi objetivo es tener un sistema representativo que permita más competencia y tener un parlamento legitimado. Cuando eso no ocurre la gente busca atajos constitucionales y no me gustan los atajos…”. Además, en dicha entrevista declaré que “si no somos capaces de modificar el binominal, el Parlamento será irrelevante y carecerá de toda legitimidad ciudadana. Si no cambiamos el binominal, el respaldo ciudadano a una asamblea constituyente será inevitable. Finalmente, recalqué que “esta es la última oportunidad que tiene el Parlamento para realizar los cambios al binominal. En este sentido, valoro que la presión por una asamblea constituyente haya tenido un efecto positivo (frente al cambio de actitud de una derecha que durante 23 años ha vetado cualquier cambio al binominal)”.

Soy absolutamente partidario de avanzar a un nuevo acuerdo constitucional. Soy miembro de un partido que postula, desde su V Congreso, la idea de una nueva Constitución, tal como lo propuso el candidato presidencial que apoyé el 2009, más allá de los medios que se propongan para lograr dicho objetivo.

El texto constitucional vigente no contempla la posibilidad de una asamblea constituyente para su reforma. Para abrir esa posibilidad hay que cambiar la Constitución y, para eso, se necesita lograr una amplia mayoría en el Parlamento.

Personalmente, no tengo un problema conceptual con las asambleas constituyentes. Conozco el caso de buenas asambleas constituyentes, nacidas del amplio acuerdo de las fuerzas políticas significativas y generadoras, por lo mismo, de textos constitucionales estables y respetables (España en 1978 o Brasil en 1988). Conozco también, sin embargo, el caso de malas asambleas constituyentes, impulsadas por caudillos populistas que por medio de resquicios o fraudes imponen una mirada sin ningún tipo de miramiento por los derechos de quienes piensan distinto.

Mi punto, entonces, es con la tesis de imponer la asamblea constituyente por las vías de hecho, como acto de fuerza, como imposición de poder. No me parece que esta posición sea conservadora. Me parece que es la actitud lógica de un demócrata que cree que los mejores y más sólidos avances sociales se logran en base a grandes acuerdos, sin atajos y sin pasar a llevar los derechos de los demás.

En relación al tema de nuestro cuestionado sistema electoral, pienso que si somos capaces de poner fin al binominal en el parlamento, habremos dado un paso importante, pero no el último, para lograr tener una Constitución que represente a la gran mayoría del pueblo. Falta eliminar los altos quórums que se exigen, por ejemplo, para modificar las leyes orgánicas constitucionales (que requieren 4/7 de los votos de los parlamentarios en ejercicio), entre otras reformas constitucionales que debemos aprobar.

Finalmente, no comparto plantear este debate en la lógica del “todo o nada”. Recuerdo el legítimo debate que tuvo lugar en nuestro país a fines de los 80 entre quienes nos oponíamos a la dictadura de Pinochet. Algunos rechazaban la tesis de inscribirse en los registros electorales para participar en el plebiscito del 88 y así derrotar a Pinochet, porque aquello significaba aceptar la institucionalidad impuesta por la dictadura (sin proponer ningún camino alternativo viable para recuperar la democracia). Otros apoyamos la tesis que era necesario poner término a la dictadura llamando a los chilenos a participar del plebiscito pues no advertíamos otro camino posible, a pesar que no nos gustaba jugar en la cancha impuesta por la dictadura. Sinceramente, a pesar de todas las limitaciones que han restringido el desarrollo y la consolidación de nuestra democracia, dudo que en la actualidad alguien pueda sostener con cierta responsabilidad que haya sido un error derrotar a Pinochet por la única vía institucional que existía, porque “no logramos todo lo que queríamos”.

Esa misma lógica estuvo presente, cuando el Presidente Lagos se la jugó por un conjunto de reformas constitucionales para poner fin a algunos enclaves autoritarios heredados de la dictadura (senadores designados, inamovilidad de los Comandantes en Jefe de las FF.AA., entre otros). Claro, no logramos todo lo que queríamos (nunca hemos tenido los votos para lograr todo lo que queremos), pero, tal como lo señaló el ex Presidente Lagos hace dos semanas en una entrevista en El Mercurio, hoy cuando proponemos un conjunto de reformas a la Constitución lo hacemos desde una posición mejor a partir de las reformas realizadas en el pasado a la constitución.

En ambos ejemplos, si se hubiese impuesto la tesis maximalista del “todo o nada”, probablemente no se habría puesto fin a la dictadura el año 88 y los senadores designados seguirían existiendo, con todas las consecuencias nefastas que de ello se hubiesen seguido.

Espero que en los próximos meses logremos eliminar el binominal, no sólo a nivel de la Cámara de Diputados, sino también en el Senado. Con esto no estamos poniendo punto final a las reformas constitucionales. Queremos avanzar mucho más. Para ello, reitero que la demanda por una asamblea constitucional ha generado una presión positiva en aquellos sectores de la derecha que durante 23 años se negaron a eliminar el “maldito binominal”. La presentación de dos proyectos (de reforma constitucional y de modificaciones a la LOC de votaciones y escrutinios) patrocinados por senadores de la Nueva Mayoría y RN provocaron que el Gobierno, después de excusar su participación a las 8 sesiones realizadas por la Comisión de Constitución para analizar las propuestas de modificación del binominal, se allanara a enviar dos proyectos para modificar el actual sistema electoral. Espero que, ahora que supuestamente tenemos los votos para avanzar, logremos un cambio sustancial que nos permita decirle chao al binominal, para después seguir insistiendo en otros cambios a nuestra Carta Fundamental. En mi modesta opinión, la disyuntiva no es asamblea constituyente o nada. Podemos seguir avanzando sin perder de vista nunca nuestro ideal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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