Macbeth en el Ministerio de Educación
Señor Director:
Como es conocido por todos, el Ministro de Educación comunicó que los egresados de pedagogía deberían rendir una prueba habilitante para poder ejercer su profesión, pero siguiendo la errática narrativa que han instalado las autoridades en la incierta reforma escolar, al día siguiente la Subsecretaría del ramo negó la sentencia del ministro, afirmando exactamente todo lo contrario.
El propósito de establecer a toda costa un sustantivo cambio en nuestro sistema educativo está siendo conducido por una administración tan obsesiva en su ideología y poco cuidadosa respecto de los procedimientos propios de un país democrático, que su puesta en marcha se está asemejando mucho al drama que nos proyectó Shakespeare en su obra Macbeth, en la que Hécate juega un rol central.
En efecto, Macbeth es una tragedia en la que Shakespeare narra con elegancia las desquiciadas transformaciones y nefastas consecuencias que provoca en los líderes una ambición sin límite por el poder. En concreto, el dramaturgo presenta un hombre muy ambicioso, cuyo máximo objetivo era ser rey, pero Hécate –la obscura divinidad que para los griegos era la diosa de las encrucijadas, de la magia y de las evocaciones infernales, y que aparece en la obra bajo la imagen de una bruja del destino– se propone provocar la sufrida y vertiginosa caída de Macbeth. Para ello envió a tres brujas a que le profetizaran un futuro maravilloso, que Macbeth creyó con facilidad, pues ello satisfacía el apetito de poder ilimitado que éste anidaba. A medida que avanza el drama, incluso tras lograr ser rey, la práctica de sus actos perversos impide que Macbeth dé marcha atrás y en su desenlace fatal inciden tanto su desproporcionada e injustificada confianza en sí mismo, como también el desvergonzado y sin contrapeso estímulo que desplegó en él la señora Macbeth.
Pues bien, imaginamos que nadie que valore genuinamente el bien común por sobre la pequeñez demagógica desea presenciar una tragedia como la que expone el dramaturgo inglés. Más aún, ello no sería coherente con la justificada intención que muchos chilenos tenemos respecto de mejorar nuestro sistema educativo y con ello dar un tono más humano a la fase de desarrollo que entre todos estamos dando vida en esta segunda década del siglo XXI.
Por ello, resulta imperativo que el Macbeth en el relato de la reforma escolar enmiende el rumbo y no se deje tentar por los embrujos de la obscura diosa que alimenta la ambición ideológica que éste siempre ha tenido en lo más superficial de sus convicciones. En paralelo, debe hacer todo lo que esté a su alcance para no dejarse manipular por la igualmente perversa señora Macbeth. Sólo así se podrá avanzar en los cambios políticos, legales y fundamentalmente culturales, de la manera adecuada, es decir, con el ritmo, prudencia, minuciosidad y confiabilidad requeridos.
No obstante, si bien es posible identificar con precisión al Macbeth en nuestra historia de la reforma escolar, no nos queda tan nítido que él tenga la suficiente claridad de quiénes son, en esta emblemática transformación cultural, la siniestra señora Macbeth y Hécate, la bruja infernal.
Germán Gómez Veas
Académico y Consultor en materias de pedagogía y gestión educacional