Bruto, ¿tú también, hijo mío?
Señor Director:
La columna de Patricia Politzer “Por qué duele tanto el caso Dávalos”, intenta exculpar políticamente a Michelle Bachelet de la responsabilidad relativa al llamado “caso Dávalos”, entendido por tal el inmoral aprovechamiento de su hijo de su condición y circunstancia jurídica que le significó pasar, de la noche a la mañana, a engrosar la lista del 3% de los chilenos con más ingresos. Apunta Politzer al rol de madre de la Mandataria para destacar lo difícil que debió ser para ella vivir “difíciles y dolorosos” momentos, culpando a su hijo de no comprender “su rol como Presidenta de la República y (…) su trayectoria política y profesional, su historia personal y el sufrimiento familiar producto de sus convicciones.”
La cierto es que lo que dice Politzer es una verdad a medias o, lo que es lo mismo, una medio mentira. Por un parte, porque el hijo no es el único responsable de este escándalo. Por otra, porque el verdadero dolor de Bachelet, que encarna al ideario de la izquierda, no es tanto ese: es haber perdido el control de sus propias banderas.
Molestó profundamente a la opinión pública el discurso del tierno rol de madre sollozante y preocupada, que buscaba empatizar con cualquier mujer que haya tenido hijos que, como en el caso de la mayoría de nosotros, en nuestro rol hemos sido a punta de desatinos, despreocupación o por haber cometido algún error del cual ellas podrían lamentarse, en buen chileno, un “pastel”. Lo que pretendía esta estrategia comunicacional, que en definitiva difunde la columna de Politzer, es colgarse de esa condición, asignarle a Dávalos la culpa completa, para eximir así de responsabilidad a la Primera Mandataria.
Tal estrategia es inadmisible e insulta la inteligencia de los chilenos: la designación de Dávalos en La Moneda no fue propiciada por una simple madre devota de su hijo sino por una Presidenta de la República, que en el marco republicano es responsable por sus actos. Presidenta que, además, queda en entredicho, pues fundó su campaña en la promesa de igualdad para los chilenos. Por ende, el asesinato de imagen que le infligió su hijo a Bachelet, es equivalente al “Tu quoque, Brute, fili mi” del César, al ser acuchillado por aquel. A diferencia del romano, Bachelet es culpable de su propia muerte.
Que irónicos, casi patéticos, se ven hoy esos carteles de “no más abusos”, de “más igualdad” y todas las promesas con las que el bacheletismo, en menos de 140 caracteres, intentó llenar las calles y las conciencias de nuestro debate. Cuánto nos recuerdan hoy las célebres palabras de los cerdos de Animal Farm, de Orwell: «Todos los animales somos iguales, pero algunos animales somos más iguales que otros».
El caso Dávalos ha demostrado que Bachelet no puede hacer respetar el concepto de igualdad ni siquiera en el seno de su propia familia. Ni siquiera en el ámbito de algo tan evidente como conseguir un negocio millonarísimo a costa de sus influencias, trasgrediendo varias normas bancarias y consiguiendo el aval de nada menos que el hombre más rico de Chile, cuyo grupo de operaciones económicas se puede jactar de tener entre sus ex colaboradores o funcionarios a cuatro ministros.
Pero lo que es peor, nos ha mostrado a una Presidenta que, no sólo reacciona tarde y mal frente al hecho, sino que en lugar de aclarar las dudas, las incrementa. Si es efectivo que “se enteró por la prensa” de la participación de su hijo en la mentada reunión, ¿cómo se explica que durante las 48 horas que mediaron entre la publicación del negocio por parte de Qué Pasa y el comunicado que publicitó su concurrencia, Bachelet no hubiera sido informada de tal hecho por su hijo-funcionario-primer damo, con quien compartía casa en Caburgua?
Pero el verdadero temor de la izquierda, ese que oscurece su soleada mayoría parlamentaria y los hace enmudecer de vergüenza, es que al fin y al cabo saben que, a diferencia de otras crisis experimentadas por Bachelet, la generosa línea de crédito –vaya paradoja usar ejemplos bancarios para explicar esto– que sus partidarios le habían suministrado, se ha ido gastando con cada gesto políticamente errado de la Presidenta. Desde el “paso” de la campaña, de su silencio incómodo, su incapacidad de definir y su evidente cambio respecto de la líder que salió en andas desde La Moneda el 2010, ha ido consumiendo el capital político del bacheletismo. Y lo que es aún más sarcástico, al jugarse la izquierda su carta presidencial en ella el 2014, hipotecaron su discurso de igualdad al apoyarla.
Al fin y al cabo, este tema no se va a morir con proyectos sobre sanciones a los abusos –algunos en redes sociales le llamaron #LeyDávalos– ni con delantales blancos o marketing político, como creen algunos. No solo son meses duros los que, como espera Politzer, parecen venirles a los partidarios del bacheletismo y de la izquierda, porque la crisis es más grave: su paradigma, su esencia, su credibilidad se puso en crisis… y lo asesinó el hijo, como Bruto mató al César.
Marcelo Brunet
Abogado