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Elites económicas, crisis y capitalismo

Tomás Hirsch
Por : Tomás Hirsch Vicepresidente del Partido Humanista
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Ya hemos visto claramente como en la máquina partidaria, los grandes intereses financian candidatos y dictan las políticas que éstos deberán seguir. Todo esto evidencia una profunda crisis en el concepto y la implementación de la representatividad. Se debe transformar la práctica de la representatividad dando la mayor importancia a la consulta popular, el plebiscito y la elección directa de candidatos. De ahí nuestra propuesta de pasar desde la Democracia Formal a una Democracia Real.


¡Cómo es que hemos llegado a este mundo en que el 0,01% de la población controla casi la mitad de los recursos del planeta! Un mundo, y un país, Chile, en el que unas pocas familias se quedan con todo, controlan las empresas, las finanzas, los recursos naturales y, como finalmente queda en evidencia, la política; mientras tanto millones viven en la angustia de la necesidad diaria, sobreviviendo endeudados para educar a sus hijos y dar salud a sus padres, equilibrándose en la cornisa de la mal llamada clase media, mientras sueñan con no caer en el desempleo, en la incapacidad de pago o en la angustia del sinsentido.

Vivimos en un mundo desquiciado, en el que todo se mide en cifras macroeconómicas y nadie se recuerda de la calidad de vida, de la solidaridad, de la comunicación, de la soledad, de la vejez. La gente vive angustiada, con una permanente sensación de abuso, de indefensión y de que sus vidas van pasando sin ser jamás escuchados ni sentirse parte de esta supuesta sociedad del éxito.

Después de 30 años de crecimiento ininterrumpido todavía vivimos en la trampa permanente de la espera por un futuro mejor que se va alejando como espejismo en el horizonte. Y mientras tanto 7 familias se quedan con nuestra pesca, unas pocas multinacionales se roban el cobre y otros inescrupulosos se aprovechan de una ley de aguas única en el mundo. Y nadie impide la instalación de centrales contaminantes, chancheras inmundas, relaves venenosos. Y nos acostumbran a creer que la educación debe ser pagada como si ese fuera un paradigma indiscutible. Y nos obligan a cotizar en AFP que solo existen para quedarse con los pocos recursos que tienen los trabajadores.

[cita] Ya hemos visto claramente cómo en la máquina partidaria los grandes intereses financian candidatos y dictan las políticas que estos deberán seguir. Todo esto evidencia una profunda crisis en el concepto y la implementación de la representatividad. Se debe transformar la práctica de la representatividad dando la mayor importancia a la consulta popular, el plebiscito y la elección directa de candidatos. De ahí nuestra propuesta de pasar desde la Democracia Formal a una Democracia Real.[/cita]

Trabajadores y empresarios productivos viven el drama de la falta de recursos mientras el capital especulativo y la banca engrosa sus utilidades hasta cifras obscenas. Digámoslo de entrada: así como damos la bienvenida al capital productivo, declaramos que está totalmente de más el capital especulativo y se deberá poner el mayor de los esfuerzos en su control y posterior eliminación.

Cada vez que explota un escándalo de corrupción, tráfico de influencias y blanqueo de capitales como los que estamos viendo en estos días, se confirma que quien manda no es el poder político radicado en los estados nacionales sino el dinero, bajo la forma de capital financiero.

Hoy ese capital financiero se ha multiplicado exponencialmente y puede circular a su antojo a través del planeta gracias a la tecnología. Tal vez el mayor logro del neoliberalismo ha sido validar ese sustrato animal aún vivo en cada uno de nosotros, que busca siempre optimizar los beneficios personales. De ahí a mercantilizar la totalidad de la vida, no hay más que un pequeño paso.Pero hoy ya sabemos cómo funciona ese mercado: aumenta la riqueza de los más ricos, que son siempre una ínfima minoría y mantiene las expectativas del resto a fuerza de escuálidos beneficios. Y cuando se producen crisis, quienes las sufren realmente son esas inmensas mayorías.

El Estado resistió durante más de 30 años tratando de darle racionalidad y algo de justicia a este proceso desaforado, pero hoy día el dique se ha roto. La tesis neoliberal del “Estado subsidiario” ha reducido su capacidad operativa a la mínima expresión. El mejor ejemplo de ese deterioro de la gestión pública es Chile, porque la instalación del nuevo paradigma se efectuó en dictadura con una radicalidad extrema. Pero, además, este es un país de catástrofes. Terremotos, maremotos, erupciones volcánicas, sequías, incendios y ahora una inundación monstruosa en el norte del país que renueva la tragedia. Lo curioso es que en estas dolorosas circunstancias siempre es el Estado el que debe responder y se le exigen recursos y capacidad operativa con los que no cuenta, porque se los arrebató el “modelo de mercado”. El hecho de que aquella sea la zona que produce una enorme riqueza gracias a la minería del cobre, pero que hoy está en manos casi íntegramente de las grandes mineras transnacionales, no hace más que evidenciar el grotesco contrasentido.

Los ricos se rehúsan a pagar impuestos con la justificación de que el Estado es ineficiente y corrupto. Por cierto, también colabora a reforzar esta pésima imagen del Estado la venalidad de los políticos, que hoy ha alcanzado dimensiones siderales. La crisis de credibilidad en las instituciones públicas es global y amenaza seriamente las bases de la democracia representativa.

Cuando las instituciones democráticas se derrumban y las fuerzas del mercado avanzan ya sin freno alguno, como los aluviones que destruyeron el norte de Chile, uno se pregunta si el ser humano estará en condiciones de dar una respuesta nueva antes del colapso del sistema.

Tenemos fundadas dudas sobre las respuestas de las élites frente al eventual colapso, pero anidamos la firme convicción de que en los pueblos primará la sensatez, restableciendo el contrato social sobre la base de nuevas premisas que pongan al ser humano como centro.

Y en ese sentido quiero destacar del libro de Andrés Solimano, Elites Económicas, Crisis y el Capitalismo del siglo XXI, su Parte D: Democracia Económica para superar el Neoliberalismo.

Ante la creciente fragmentación de la clase media y la marginalización de las clases trabajadoras tradicionales, frente a las frecuentes crisis financieras y la creciente globalización de las élites, frente a la corrupción y los fracasos de una democracia representativa altamente distorsionada, Solimano propone una alternativa de Democracia Económica que revierta la captura de la sociedad por los grupos económicos en estrecha alianza con la clase política. Propone un nuevo contrato social en torno a seis puntos: (i) mayor participación laboral en las decisiones de las empresas, (ii) políticas económicas menos regresivas, (iii) distribución equitativa de la propiedad de activos financieros, productivos y comunales, (iv) democratización en el uso del excedente generado por el trabajo en las grandes empresas, la banca y los recursos naturales , (v) mayor autonomía nacional para decidir sus propias políticas económicas y sociales y (vi) recuperación del sistema político afectado por la corrupción y los conflictos de interés, profundizando la democracia a nivel político, económico y territorial.

Para los humanistas existen, como factores de la producción, el trabajo y el capital, y están de más la especulación y la usura. Hasta ahora se ha impuesto que la ganancia sea para el capital y el salario para el trabajador, justificando tal desequilibrio con el «riesgo» que asume la inversión… como si todo trabajador no arriesgara su presente y su futuro en los vaivenes de la desocupación y la crisis. Pero, además, está en juego la gestión y la decisión en el manejo de la empresa. La ganancia no destinada a la reinversión en la empresa, no dirigida a su expansión o diversificación, deriva hacia la especulación financiera. La ganancia que no crea nuevas fuentes de trabajo, deriva hacia la especulación financiera. Por consiguiente, la lucha de los trabajadores ha de dirigirse a obligar al capital a su máximo rendimiento productivo. Pero esto no podrá implementarse a menos que la gestión y dirección sean compartidas. De otro modo, ¿cómo se podría evitar el despido masivo, el cierre y el vaciamiento empresarial? Porque el gran daño está en la subinversión, la quiebra fraudulenta, el endeudamiento forzado y la fuga del capital, no en las ganancias que se puedan obtener como consecuencia del aumento en la productividad. De aquí nuestra propuesta de la Empresa de Propiedad Participativa de los Trabajadores.

Y en cuanto a la representatividad. Desde la época de la extensión del sufragio universal se pensó que existía un solo acto entre la elección y la conclusión del mandato de los representantes del pueblo. Pero, a medida que ha transcurrido el tiempo, se ha visto claramente que existe un primer acto mediante el cual muchos eligen a pocos y un segundo acto en el que estos pocos traicionan a los muchos, representando a intereses ajenos al mandato recibido. Ya ese mal se incuba en los partidos políticos reducidos a cúpulas separadas de las necesidades del pueblo.  Ya hemos visto claramente cómo en la máquina partidaria los grandes intereses financian candidatos y dictan las políticas que estos deberán seguir. Todo esto evidencia una profunda crisis en el concepto y la implementación de la representatividad. Se debe transformar la práctica de la representatividad dando la mayor importancia a la consulta popular, el plebiscito y la elección directa de candidatos. De ahí nuestra propuesta de pasar desde la Democracia Formal a una Democracia Real.

Finalmente, quiero reafirmar que, en el caso de Chile, el único camino que puede permitirnos salir de esta verdadera trampa en que vivimos desde hace 25 años es darnos una nueva Constitución a través de una Asamblea Constituyente. No hay otra salida que poner en marcha ese proceso participativo, deliberativo, amplio, diverso, que permita a la ciudadanía volver a ser protagonista de su futuro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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