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Reforma laboral: huelga con reemplazo no es huelga


Una vez más los políticos y el propio Gobierno se encuentran entrampados en una gran discusión sobre una de las reformas más emblemáticas que prometió en su programa la Presidenta Bachelet: la reforma laboral. Pero lo inverosímil de esta coyuntura es que el factor principal a dirimir es si se legisla a favor de la huelga sin reemplazo o con reemplazo. Desde la dictadura, con el “plan laboral” ejecutado por el otrora ministro del Trabajo, José Piñera, se atomizó el mercado del trabajo, destruyendo una verdadera sindicalización con poder para negociar colectivamente y obtener beneficios para el bienestar común. Ni siquiera quedaron unidos los empleados de una misma empresa. O sea, no existen los sindicatos interempresa. Esta gran asimetría entre los trabajadores y los empleadores ha provocado que estos impongan sus condiciones para minimizar los costos y maximizar sus millonarias utilidades.

Por eso los grandes grupos económicos le tienen pánico a empoderar a sus empleados para negociar colectivamente con el fin de lograr aumentos salariales y mejores condiciones laborales, que en estos momentos no pueden conseguir.

Pero lo más grave es que existe un nudo ciego entre un sector del mismo Gobierno, políticos de la Democracia Cristiana, quienes presionan a morir al Ejecutivo para que se incorpore el concepto de “adecuaciones necesarias”. Esto, a todas luces, es un eufemismo que encubre lo que es huelga con reemplazo. Ellos han amenazado con votar en contra de la reforma si no se incorpora esa cláusula.

[cita tipo=»destaque»]¿Acaso mejorar los estándares de vida para los trabajadores es algo que merece discusión? ¿Tener poder para lograr condiciones básicas, dignas y justas para los que trabajan se puede cuestionar? Este maquiavélico fin de continuar dejando a los trabajadores tan debilitados, como hasta ahora, da para especular y deja lugar a dudas profundas, como la relación que hay entre los políticos y los grandes conglomerados. Y también entre algunos partidos políticos y los sindicatos actuales.[/cita]

El mismo presidente de la DC, Jorge Pizarro, ha hecho declaraciones que siembran el terror, como que “no se puede permitir una huelga que destruya a una empresa o afecte a todo el país”. ¿Desde cuándo el objetivo de una negociación es terminar con una empresa? ¿Por qué este afán de esta ala de la DC, junto a la derecha y los grandes empresarios, de consolidar la débil y menoscabada posición de los trabajadores frente a sus empleadores? Si huelga se define como «Suspensión del trabajo destinada a presionar para obtener alguna reivindicación”, ¿qué tipo de presión puede ejercer un sindicato para obtener alguna reivindicación si se les reemplaza en huelga y no se paralizan las actividades de la empresa? Todos sabemos que “la unión hace la fuerza”. Entonces, si se continúa permitiendo la existencia de los rompehuelgas, porque el empresario tiene todo el poder y millonarios recursos para conseguirlo, es imposible que el huelguista consiga ni el más mínimo beneficio.

Se dejaron pasar tantos años para saldar la deuda histórica con los trabajadores, que tanto los grandes empresarios como algunos políticos se acostumbraron a sus privilegios. Esto se deja entrever con la declaración del ex presidente de la CPC, Andrés Santa Cruz, que señaló que “lamentablemente esta reforma laboral no apunta hacia la productividad”. Y así varias otras declaraciones del mundo empresarial, que junto a las de la DC provocan pánico. Y se sigue discutiendo, dialogando, escuchando, sembrando el terror, evitando que la Presidenta tome una determinación férrea y firme a favor de la parte más débil.

¿Acaso mejorar los estándares de vida para los trabajadores es algo que merece discusión? ¿Tener poder para lograr condiciones básicas, dignas y justas para los que trabajan se puede cuestionar? Este maquiavélico fin de continuar dejando a los trabajadores tan debilitados, como hasta ahora, da para especular y deja lugar a dudas profundas, como la relación que hay entre los políticos y los grandes conglomerados. Y también entre algunos partidos políticos y los sindicatos actuales.

La ambición y la avaricia entre ambos mundos han quedado demostradas a través de los escándalos sobre delitos tributarios, financiamiento irregular de campañas políticas y tráfico de influencias.

Este nudo ciego, provocado por un sector de la DC, que representa muy bien el anhelo de la derecha y los grandes conglomerados, obstinados en el eufemismo de “adecuaciones necesarias”, ha provocado que el proyecto quede para marzo.

¿Hasta cuándo seguirán postergados los derechos de los más débiles y se continuará favoreciendo a los que concentran toda la riqueza del país? Esto es claramente otro atentado en contra de los marginados y más benevolencia con los privilegiados económica y socialmente. O sea, un claro atentado contra la democracia. Y una turbia especie de explotación.

No es difícil comprender que mientras dejen de trabajar algunos y otros los sustituyan trabajando, el empleador nunca va a ceder nada. Siempre va a ganar. Y el trabajador siempre irá a pérdida, pues le descuentan los días de paro o sencillamente lo despiden. O sea, huelga con reemplazo no es huelga. Pero mientras se continúe escuchando, dialogando y se haga caso a las amenazas en contra del “corazón de la reforma”, nadie le va a poner el cascabel al gato.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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