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Los procesos y desafíos para las izquierdas latinoamericanas


A partir de las reflexiones que han ido surgiendo en el último tiempo frente a las derrotas electorales y políticas de aquellos gobiernos y partidos que conformaron una mayoría progresista en América Latina durante la década pasada, se ha empezado a hablar de la existencia de una crisis general de las izquierdas en el continente. Sin embargo, ¿se trata de ello o son retrocesos que exhiben el fracaso político de algunos proyectos específicos? Hay que clarificar de qué hablamos cuando nos referimos a éste momento histórico.

Lo anterior es porque podemos ver que las experiencias de Chile, Ecuador y Uruguay, dentro de ese mismo contexto, aun con los problemas que puedan atravesar, no ingresan al umbral de la capitulación frente a la derecha. Ahora, es dable entender que es necesario establecer categorías para comprender los caminos que se han tomado ante la disyuntiva. Así, la distinción del mexicano Jorge Castañeda entre la izquierda nacional-popular y la izquierda socialdemócrata en Latinoamérica, si bien es una generalización simple, puede ser pragmáticamente usada para cumplir con nuestros fines.

Estas dos subespecies de la izquierda latinoamericana siempre han tenido una relación incómoda. En ocasiones han trabajado juntos, pero las más de las veces han estado en guerra. ¿Qué las distingue ambas vertientes hoy? Por un lado, tenemos a una izquierda socialista y comunista que, posterior al periodo de dictaduras, ha podido reconstruirse y encantar en rededor de la renovación de su pensamiento sobre la democracia, la política y las reformas, buscando gobiernos de mayoría con el centro, y manteniendo cierta autonomía de los movimientos sociales, pero que ha terminado por agotarse en el ejercicio del poder, sacrificando ideas, apelando a la responsabilidad y el interés nacional ante las crisis, como es el caso de Brasil o Chile. Por otro lado, está la izquierda nacional-popular que impulsa un discurso igualitario a través del patriotismo y el antagonismo, creando estructuras corporativistas paralelas al sistema político, así como sumando a su causa a movimientos estudiantiles, laborales y del campesinado con el fin de sostener los gobiernos, manteniéndose en el poder con sesgos autoritarios, problemas institucionales y cierto descontrol de la economía, como Venezuela o Argentina.

Ahora, es propio que la mezcla entre prejuicios y la coyuntura genere descalificaciones entre unos y otros. Lo cierto es que tanto socialdemócratas como nacional-populares en la región han atravesado situaciones parecidas en éste último tiempo, debido a ciertas características homogéneas de los países que nos encontramos al sur del Rio Bravo. En primer lugar, la caída de la Unión Soviética ayudó a eliminar en gran parte el estigma geopolítico de EE.UU. con la izquierda a través de sus permanentes intervenciones en la zona. En segundo lugar, la extrema desigualdad, la pobreza, la concentración de la riqueza, la falta de repartición de poder y de oportunidades dieron espacio para el discurso de izquierda y el empuje de políticas públicas que saquen a las masas de aquella condición. En tercer lugar, la democratización generalizada y su consolidación con elecciones periódicas permitió, debido a la configuración social, demográfica y étnica, que se asentara como sentido común la identidad de izquierda después de las dictaduras militares que atravesaron la región.

[cita tipo=»destaque»] Por tanto, respondiendo a la pregunta inicial, es posible hablar de una crisis en la izquierda a medias, ya que se mezcla con el fracaso político de algunos proyectos específicos, como el bolivariano. Hoy representar a la sociedad no es sólo simbolizar sus condiciones sociales, sino también poder contar una historia de la sociedad, sus identidades y transformaciones.[/cita]

Por ello, sostener que el ascenso de la derecha es una reacción contra el “populismo” parece tentador, especialmente para la socialdemocracia, pero es falsa, dado que se convierte en un fetiche para decir todo y no explicar nada, y, por sobre todo, el caso de la conspiración en contra de Dilma en Brasil es el ejemplo contrafáctico que, aun representando un gobierno serio, responsable y moderado, puede ser botado por reacciones conservadoras.

Por ello, podemos señalar que tantos unos como otros están sosteniendo problemas debido a que la década progresista se alargó más de lo que pudieron aguantar los partidos y las coaliciones de izquierda sin caer en la burocratización y en la falta de ideas. La democracia, aunque acogida y apoyada por amplios sectores de las sociedades latinoamericanas, y la izquierda, a pesar de las amplias reformas económicas, sociales y políticas implementadas, no hizo mucho por erradicar problemas como la corrupción, un estado de derecho débil, economías sustentadas en la explotación de recursos naturales, o la permanente concentración de poder en unos pocos.

De todas formas, en Latinoamérica históricamente atravesamos por ciertos ciclos políticos cada cierto tiempo. Durante los 30’ y 40’ (Getulio Vargas, Juan Domingo Perón, Ibáñez del Campo, Víctor Haya de la Torre, Jorge Gaitán, Lázaro Cárdenas) experimentamos los liderazgos populares, en los 50’ y 60’ (Aguirre Cerda, Rómulo Betancourt, Juscelino Kubitschek, Arturo Frondizi) estuvieron los gobiernos desarrollistas, a lo largo de los 70’ y 80’ (Stroessner, Castelo Branco, Videla, Pinochet, Bordaberry) vivimos las dictaduras cívico-militares, durante los 90’ (Carlos Menem, Eduardo Frei, Fernando Enrique Cardozo, Carlos Salinas) pasaron los gobiernos de derecha tecnocráticos o de centro transicional, mientras que en los 00’ (Lula, Hugo Chávez, Kirchner, Evo Morales, Tabaré Vásquez, Fernando Lugo, Michelle Bachelet) el progresismo criollo tomo la posta. Puede ser éste el tiempo para la derecha, como también para tomar un descanso en la izquierda, analizar los errores cometidos y lograr nuevas síntesis. Mal que mal, el juego democrático implica comprender y aceptar que en algún momento se va a perder.

Asimismo, y arriesgando un pronóstico anticipado, ha ocurrido en nuestros países un fenómeno distinto de lo que ha pasado con la izquierda socialdemócrata en Alemania, España, Francia, Grecia, Suecia, o Italia: no han surgido alternativas desde la izquierda radical o alternativa para la toma del poder que amenacen seriamente a los partidos de izquierda de la región, tanto de una como de otra vertiente, salvo Chile y Perú, aunque de manera incipiente aún. Es por ello que diagnósticos como el de “Podemos” no son posibles de copiar y calcar. El PT en Brasil, si bien pasa por una baja, está sosteniendo un fuerte debate interno para volver al Palacio de Planalto; el Frente para la Victoria como los Progresistas en Argentina están tomando aire para disputar las elecciones al PRO; en Ecuador el Frente UNIDOS se mantiene fuerte de cara a las presidenciales; el Frente Guasú en Paraguay pareciera tener la carta ganadora con Fernando Lugo, y así.

Por tanto, respondiendo a la pregunta inicial, es posible hablar de una crisis en la izquierda a medias, ya que se mezcla con el fracaso político de algunos proyectos específicos, como el bolivariano. Hoy representar a la sociedad no es sólo simbolizar sus condiciones sociales, sino también poder contar una historia de la sociedad, sus identidades y transformaciones. Donde reside el problema es que ello no se puede lograr exclusivamente desde el Estado ni tampoco de partidos políticos convertidos por su profesionalización en máquinas políticas, sino que precisa de acciones por medio de los cuales se pueda oír la voz y ser los ojos del pueblo, ya que representar al trabajador/a en cuanto tal como sujeto es insuficiente si no se comprende las experiencias y pruebas que debe pasar por su vida, como también su mutación a través del tiempo y espacio, adaptando la teoría marxista a un mundo contemporáneo en que el capitalismo es más sofisticado y menos visible en cuanto a expresar sus contradicciones.

En ese sentido, es momento que la izquierda socialdemócrata comprenda mejor los fenómenos de desconfianza que se manifiestan fuera de los periodos electorales, ya que ellas no se tratan de formas de expresión que se opongan y ataquen a la democracia, sino que son ejercicios democráticos no institucionalizados que son reflejo de las expectativas y decepciones de una sociedad, como por ejemplo la cercanía de ésta izquierda con el mundo financiero, como señala Pierre Rosanvallon. A su vez, la izquierda nacional-popular ha de ser capaz de vislumbrar caminos republicanos a través de los cuales no finalice sus gobiernos en violencia, personalismos, inflación y asistencialismo, con el objeto de no caer en vacíos de décadas cuando se deja el poder por extremar las contradicciones en pos de mantener el Estado, dado que eso sólo debilita a la izquierda.

Profundizar la democracia representativa y participativa, buscar convergencias económicas post-industriales que brinden mayor autonomía, concordar políticas comunes en derechos humanos y migración, garantizar mínimos sociales de protección y derechos en educación, salud, justicia y seguridad social a través de lo público debiesen ser las prioridades del continente para la próxima década. Debemos ser capaces de elaborar, en definitiva, proyectos estratégicos, con el fin de prepararse para tomar nuevamente el poder, abriendo una nueva década de prosperidad para Latinoamérica y seguir corriendo el cerco hacia la izquierda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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