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Del rechazo a la «clase política» al desarrollo de una política de clase

Patricio Hitschfeld
Por : Patricio Hitschfeld Profesor de Historia y Geografía
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Hasta el estallido de los casos de corrupción más conocidos hasta ahora, la credibilidad y la legitimidad sufrían distintos grados de cuestionamiento en vastos sectores de la opinión pública. Pero la hegemonía del bloque dominante no parecía amenazada, ni por sus contradicciones internas, ni por la movilización de las clases subalternas, a pesar de los sucesivos estallidos que ha habido desde la revolución pingüina.

Sin embargo, no hay que confundir “bloque dominante” y “clase política”. El bloque dominante es el resultado de una alianza de clases y segmentos de clases que ocupan posiciones de privilegio en la estructura social. No se agota en políticos profesionales ni empresarios de mayor o menor poder económico. Este bloque está compuesto por diversos tipos de empresariado y sus representantes políticos. Hay casos de empresarios que se dedican a la política sin abandonar los negocios, siendo Piñera el máximo exponente de esta especie. Pero, a decir verdad, no es el único empresario que desarrolla simultáneamente las dos actividades.

Además, el bloque dominante no se agota en el empresariado, ni la “clase política”, ni los “señores políticos”. También forman parte de él, profesionales de otros ámbitos, como el periodismo y el derecho. Estos son aliados estratégicos del empresariado, y se desempeñan como sus intelectuales orgánicos. Por eso es tan nociva la concentración de la propiedad de los medios de comunicación. Por eso también, es tan importante la democratización de la formación de los profesionales del derecho y la eliminación de las atribuciones que transforman al Tribunal Constitucional en un brazo más del poder legislativo que, en virtud de la forma en que se han venido eligiendo sus integrantes durante esta interminable transición a la democracia, usurpa la escasa soberanía popular expresada en el Parlamento según lo dicten los intereses del bloque dominante. Y por lo mismo, es tan urgente liquidar de una vez la Constitución Política y avanzar hacia una Asamblea Constituyente.

[cita tipo=»destaque»]Por lo tanto, el concepto de “clase política”, con el que algunos intelectuales que se reclaman contra-hegemónicos han ejercido de manera lamentable el “pensamiento crítico”, no es otra cosa que una caricatura del poder que posee el bloque dominante en el aparato político y represivo del Estado, desde donde ejecutan las políticas públicas que sirven a los intereses de los grupos sociales que lo componen.[/cita]

Por último, pero no menos importante, el bloque dominante está permanentemente atravesado por contradicciones internas. Contrariamente a lo que difunde el discurso hegemónico, ni el empresariado ni los políticos “son todos iguales”, pero la idea ha logrado instalarse ampliamente en la opinión pública. Por poner un caso, la defensa de los intereses empresariales en la minería puede parecer sólida e incuestionable a condición de que opere algún acuerdo entre los diversos grupos de interés involucrados en el negocio de la minería. Esto es precisamente lo que ha ocurrido desde el golpe de Estado. El acuerdo entre los distintos sectores empresariales fue impuesto por el dictador y su grupo más cercano, a condición de participar del botín. La incorporación de las FFAA al usufructo de los recursos generados por la explotación de nuestro principal recurso, significó la ratificación definitiva de que los altos mandos de las Fuerza Armadas forman, orgánicamente, una parte sustantiva del bloque dominante.

Por lo tanto, el concepto de “clase política”, con el que algunos intelectuales que se reclaman contra-hegemónicos han ejercido de manera lamentable el “pensamiento crítico”, no es otra cosa que una caricatura del poder que posee el bloque dominante en el aparato político y represivo del Estado, desde donde ejecutan las políticas públicas que sirven a los intereses de los grupos sociales que lo componen. Este concepto enmascara la profundidad de las alianzas estratégicas realizadas entre grupos sociales muy diversos con el fin de mantener sus posiciones de privilegio en la sociedad. Es por eso, que el llamado a la ciudadanía de muchos intelectuales y aprendices de brujo a no dejarse engañar por “la clase política” está condenado, curiosamente, a transformarse en un llamado a abandonar la participación política. Las abstenciones cada vez más altas son el producto de la instalación de un discurso que rechaza la política como actividad capaz de producir las transformaciones que algunos sectores de las clases subalternas reclaman, con lo que la posibilidad de realizar esas transformaciones queda… ¡en el campo del enemigo! En consecuencia, la falta de participación no es el resultado exclusivo de la crisis de credibilidad ni de legitimidad como sostienen los defensores del discurso del bloque dominante. La falta de participación y el rechazo a la política son el gran logro del discurso hegemónico que proclama la muerte de la política. Lo contradictorio es que este discurso sea asumido por sectores intelectuales que, supuestamente, desarrolla un discurso contra-hegemónico, revolucionario. Sin embargo, el resultado de ese esfuerzo es una imagen tragicómica: los intelectuales orgánicos del bloque dominante y los intelectuales de la pequeña burguesía revolucionaria y contra-hegemónica asisten con sus mejores galas a los funerales de la política.

Sin embargo, en esa marcha triunfal de los sepultureros de la soberanía popular, el pueblo y sus organizaciones están levantando nuevas y viejas barricadas desde donde reconstruyen su propio discurso, un discurso que surge de las dolorosas experiencias de explotación y exclusión que los últimos cuarenta años de hegemonía neoliberal le han impuesto. La partida parece favorable para los poderosos, pero la última palabra no está dicha. En los últimos años, en una etapa en que la lucha está caracterizada un incremento de la capacidad de movilización de las clases subalternas, se ha ido articulando un discurso político que, a pesar de su fragmentación y contradicciones, apunta a los pilares del modelo de dominación (movimiento mapuche, no+AFP, condonación de las deudas del CAE, Asamblea Constituyente, entre las más relevantes) y ha contribuido al desarrollo de una crisis de hegemonía en el bloque dominante. Síntomas de esa crisis son la deriva derechista de la DC y la confrontación entre las diferentes opciones de la derecha, procesos que revelan que el bloque dominante no tiene resuelto ni el problema del liderazgo ni la estrategia política de contención del ascenso de las luchas populares.

En suma, la explicación de fondo de esta crisis no es la monserga de “la política no sirve para nada”, o “los políticos son todos iguales” y otras genialidades por el estilo. No. La explicación radica en la ampliación y consolidación del proceso de fortalecimiento de las organizaciones sociales y políticas, y la emergencia de nuevos liderazgos en organizaciones políticas vinculadas a las luchas de las clases subalternas. Ese proceso revela que la política no ha muerto. Muy por el contrario, es el síntoma de la recuperación de la política por parte de numerosos colectivos de explotados y excluidos. Entre ellos, la resistencia de la nación mapuche constituye una de las más potentes señales. En el desarrollo de su lucha, las organizaciones mapuche han evidenciado que sus enemigos son las empresas forestales y el Estado de Chile, con el aparato represivo y judicial en primera línea. No “los políticos”. Tampoco la política.
Los que formamos parte de las clases explotadas y excluidas por el modelo de acumulación capitalista en su fase neoliberal, tenemos un ejemplo en el camino que transita el pueblo mapuche que nos enseña a reconocer con claridad a nuestros enemigos y aliados. De esa claridad depende que la lucha electoral de noviembre no sea otra derrota de las fuerzas que, desde los duros años de la dictadura, vienen combatiendo el modelo de dominación actual. De esa claridad depende también que la recuperación y recomposición de nuestras organizaciones y, por consiguiente, de nuestro propio discurso, se transforme, efectivamente, en las organizaciones que, más temprano que tarde, serán las herramientas con las que el pueblo sea el fantasma que recorra Chile hasta los últimos rincones de la patria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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