La política trata de acceder al poder, claro está. Pero esto debe tener un sentido. Y parte de esos sentidos son los valores que queremos exacerbar. La mentira, la viveza, la animosidad, el no respetar los democráticos mandatos de nuestras organizaciones, el aprovechamiento del otro, la monetarización de las relaciones, ¿también son parte de la transacción?
Mucha tinta ha escurrido durante la última semana para dilucidar los motivos del triunfo de Sebastián Piñera por sobre Alejandro Guillier. La derrota de las así llamadas fuerzas progresistas a manos de las derechistas. Culpas para allá, culpas para acá son distribuidas, y más que evaluar para aprender y no reiterar, lo que más se siente es un aprovechamiento con el único objetivo de pasar facturas pendientes asociadas al interés político propio. Que el Frente Amplio, que la DC, que la campaña del terror de Piñera, que un candidato poco motivado, que la ausencia de los partidos en el guillierismo son recurrentes en los análisis.
Un inicial reconocimiento, aunque ya previamente lo hice público: voté por Beatriz Sánchez en primera vuelta, Alejandro Guillier en segunda.
La campaña fue dura, eso está claro. No solo para los contendores, también para los bandos que de uno u otro lado bregaban por convocar. Y también, para los dirigentes de organizaciones intentando evitar la instrumentalización que de estas se hace cuando existe este tipo de confrontaciones, con alto nivel de polarización. Algo incorrecto, cuando los colectivos se deben a sus principios y representados, y solo en la medida de que estos confluyan claramente con las ideas de una candidatura podrían tomar opción en tal sentido, siempre y cuando sus estatutos se lo permitan.
Las campañas son momentos adecuados para medir la convicciones. No solo las del hambre de poder, sino también las que apuntan a los principios trascendentes del correcto actuar. Donde la transparencia, la honestidad, la ética de lo público, la rigurosidad entran, a veces, en colisión con la posibilidad de avanzar en términos político institucionales.
En ello pensé a raíz de una fotografía de la noche de la primera vuelta, donde Sebastián Piñera, tomado de la mano de Cecilia Morel, enfrenta las graderías en uno de los cierres de su campaña. En la imagen se ven personas repetidas en diversos lugares, gracias a las herramientas de edición digital, con el fin de aparentar un lleno total. Y claro, la idea del posteo que de esta se hizo en twitter fue denunciar al equipo de comunicaciones del ex Presidente por su burdo montaje. Y algo de efecto surtió: uno de los mensajes realizando tal denuncia tuvo más de 600 retuiteos.
Luego de una simple búsqueda es posible verificar que efectivamente la foto fue intervenida. Pero no para llenar espacios vacíos sino para lo contrario, para dar la apariencia de que el Piñerismo estaba modificando maliciosamente una patética imagen oficial. Porque en la original sí estaban repletas las galerías.
Ganó Piñera y hay alegría en una parte de la población. En la otra estamos preocupados y nos activaremos para mantener y profundizar el avance de reformas que creemos necesarias para el país, no desde el Ejecutivo pero sí desde la sociedad civil.
Sin embargo, recuperar la confianza y el apego a la transparencia, la honestidad y la responsabilidad será más difícil, al parecer. Porque cruza no solo a una cierta derecha irresponsable que motivó el “todos contra Piñera” (los ejemplos de Chilezuela o el supuesto apoyo de Maduro a Guillier son parte de ello), sino también a muchos de sus oponentes que creen en el todo es cancha, el todo vale. El que está conmigo lo hace bien, incluso cuando miente. El que es mi contendor hace todo mal, incluso cuando actúa con sinceridad.
La política trata de acceder al poder, claro está. Pero esto debe tener un sentido. Y parte de esos sentidos son los valores que queremos exacerbar. La mentira, la viveza, la animosidad, el no respetar los democráticos mandatos de nuestras organizaciones, el aprovechamiento del otro, la monetarización de las relaciones, ¿también son parte de la transacción?
Hacer lo correcto nunca será naif o estará demás. Incuso aunque tenga costos. Es parte del rescate que debemos hacer para transformar nuestra sociedad, que es una batalla tan o más profunda y de largo aliento que lo que se decidió el 17 de diciembre pasado.