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El centauro de Maquiavelo, el oso polar chino y los ratones de Xiaoping

Aldo Torres Baeza
Por : Aldo Torres Baeza Politólogo. Director de Contenidos, Fundación NAZCA
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Donald Trump ha subido el impuesto a diversos productos chinos para competir con ellos; busca, así, frenar el impulso económico de los chinos en el mercado estadounidense. Lo que no ve Donald Trump es que el resurgimiento chino no es solo económico. Es un proceso que lleva ya bastante años y que, dicho sea de paso, se sustenta en diversos ámbitos, no solo el económico. Es una estrategia distinta al, por ejemplo, renacer ruso, basada en la disuasión y el poder duro.

Mucho antes, fueron los chinos

China se llama China por Chin Shi Huang, su primer emperador. Fue él quien mandó a construir una gigantesca muralla de piedra para defenderse de ataques de nómadas xiongnu de Manchuria y Mongolia, entre otros. Es la Gran Muralla China, que, como defensa militar, los aisló del mundo. Sin embargo, detrás del cemento de aquella muralla, hace unos cinco mil años, mucho antes de los europeos, los chinos cultivaron el té. Y la porcelana para tomar el té. Usaron gas y petróleo en las lámparas mucho antes que Rockefeller fundara su imperio petrolero cavando pozos. Esos mismos pozos ya fueron invención de los chinos, que los utilizaban para extraer sal. Hace más de mil años inventaron el cañón y la pólvora. Descubrieron la energía provocada por los molinos. Inventaron la brújula, que mil años después utilizaron los barcos europeos. Crearon máquinas para mecanizar la agricultura dos mil años antes de los ingleses. Utilizaron papel moneda varios siglos antes que Europa. Hace novecientos años, crearon máquinas de hilar seda con bobinas movidas a pedal, que los italianos copiaron con dos siglos de atraso. También inventaron el timón, la rueca, la acupuntura, la porcelana, el fútbol, los naipes, la linterna mágica, la pirotecnia, la cometa, el papel moneda, el reloj mecánico, el sismógrafo, la laca, la pintura fosforescente, los carretes de pescar, el puente colgante, la carretilla, el paraguas, el abanico, el estribo, la herradura, la llave, el cepillo de dientes y otras menudencias (Galeano; 93) ¿Qué sería del prestigio de Leonardo Da Vinci en occidente, digo yo, si se supiera más de los chinos?…

Hoy los chinos salen de la muralla que por siglos los aisló y buscan dirigir el mundo. El renacer de China es por lejos el evento más importante del siglo XXI. La emergencia de China solo es comparable a la de Estados Unidos en el siglo XIX. Se trata de la aparición de una gran potencia, un fenómeno de dimensiones históricas que modifica el orden económico y geoestratégicos globales (32; Pou).

El trabajo que hagan o dejen de hacer los chinos será el que guie el rumbo del mundo los próximos siglos. Y lo están haciendo, ahora: los chinos exploran el cielo: el radiotelescopio más grande del mundo, ubicado en la provincia de Guizhou, en el sudoeste del país, encargado de, entre otras cosas, buscar vida extraterrestre, es 5 veces más grande que el DE Green Bank, en Estados Unidos. En lo más profundo de una montaña de granito en la bahía Daya del sur de China, a 300 metros bajo la superficie, científicos chinos estudian una de las partículas subatómicas más extrañas del cosmos: los neutrinos. Los neutrinos se generan a partir de reacciones nucleares y son unas de las partículas más abundantes en el Universo. Los chinos exploran los misterios del océano, posen el barco más grande del mundo para esos fines. «Los seres humanos sabemos mucho menos del océano de lo que sabemos de la Luna y Marte. Por eso quiero desarrollar esta instalación, para que los oceanógrafos lleguen a aguas profundas», explica el profesor Cui Weicheng, uno de los encargados del proyecto. Los chinos exploran el lado oscuro de la luna: en 2013, descendió en la Luna la primera sonda china en casi 40 años. El nuevo programa de exploración espacial de China incluye un viaje de ida y vuelta la Luna y una visita a la cara oculta del satélite natural de la Tierra, programada para 2018. Para el 2030 se proyecta un viaje a Marte.

Todo este renacer quedará plasmado en la obra más importante y de mayor importancia en el cambio geopolítico del mundo: “El Cinturón y la Ruta de la Seda”. La idea del gobierno chino es crear un gran espacio de 7.500 km de extensión terrestre y más de 5.000 millas náuticas, que permita la comunicación entre Asia y Europa. El proyecto busca conectar los puertos y ciudades chinas con alrededor de 60 países de Asia, África y Europa. Es la nueva Ruta de la Seda.

El centauro de Maquiavelo

Machiavelo utilizó la imagen de un centauro para explicar cómo funciona el poder. El centauro posee dos partes, una animal y otra humana. El poder, según Maquiavelo, respondía a esa dualidad: presentaba una parte animal, simbolizada en la fuerza (la estructura de un sistema), y otra humana, simbolizada en la idea (la superestructura de un sistema). Gramsci utiliza esta metáfora. A partir de ella, analizó la superestructura del sistema. De ahí nace su propio concepto de hegemonía: la capacidad ideológica de un gobierno para hacer coincidir sus intereses con los intereses de las mayorías. Ejercer el poder consentidamente. Un cuchillo envuelto en guante blanco.

Sin citar a Maquiavelo ni menos a Gramsci, el escritor estadounidense Joseph Nye habla del Poder Blando (soft power) refiriéndose a la misma estrategia. El soft power que Joseph Nye recomendaba para Estados Unidos, sin embargo, era (es) de alcance mundial. Y lo ejercen, aún. Estados Unidos no solo posee la mayor fuerza armada del planeta, sino que también ha definido su rumbo cultural, o sea, su poder se enraíza en la superestructura del sistema. La comida rápida, las películas de Hollywood y los héroes americanos, todo contribuye a seguir alimentando su hegemonía. La hegemonía que, durante gran parte del último siglo, ha determinado qué es correcto y que no en el sistema internacional. Hegemonía que en más de medio siglo no ha sido amenazada. Hasta ahora, que China despierta de un largo sueño.  

El oso polar chino

El año 2017, la empresa Panda Green Energy Group, con apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), inauguró en Datong, China, una planta solar cuyos paneles forman la imagen de un gigantesco oso panda.

La inauguración de la planta se dio en el contexto del acuerdo de Paris. Los países que firman dicho tratado acuerdan una reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero y un camino hacia nuevas energías, solar principalmente. El 1 de junio del 2017, Donald Trump, preso de ese espíritu compasivo y altruista que lo caracteriza, anuncia que Estados Unidos saldría del acuerdo. El calentamiento global no existe, dice Trump que dicen los expertos (financiados por las mismas empresas que envenenan el planeta). La decisión es paradigmática, pues no solo supone el aislamiento de un país en específico en términos de aprobar o no aprobar un acuerdo, sino que da cuenta de algo más trascendente: es Estados Unidos, el país que controló el mundo durante las últimas 7 décadas, el que se opone a perder su hegemonía, amenazada, en este caso, por un cambio en la matriz energética.

[cita tipo=»destaque»]Podemos ser curiosos, entonces, y preguntarnos si China busca una nueva energía para poner en marcha su proyecto civilizatorio, y para eso se disfraza de energías renovables y osos pandas, pero sin cuestionar en nada el rumbo del mundo. ¿Se comprometerán los chinos con el bienestar de la biosfera o necesitan la energía del sol para fabricar más plástico que envenena los mares, echar a andar más motosierras que destrozan los bosques del mundo y fabricar más armas que arrasan poblaciones civiles?, ¿cuál es el rumbo que propone China para lo que queda de mundo?…[/cita]

Uno de los firmantes del acuerdo es China. China ha sido uno de los mayores generadores de gases de efecto invernadero del mundo. Hoy, sin embargo, China lidera la producción de paneles solares: cinco de las seis empresas más grandes del mundo encargadas de la producción de paneles solares pertenecen a empresas del gigante asiático. También son chinos los fabricantes más grandes del mundo de turbinas eólicas y de baterías de ion de litio. El 2017, la inversión global en energías renovables crecieron 3% gracias a China. China, lejos aún de los países con mejor infraestructura para energías renovables, está comenzando a invertir en infraestructura para el cambio energético.

¿Qué estrategia hay detrás del oso panda?

La hegemonía estadounidense está ligada al control geopolítico ejercido sobre un tipo de energía: el petróleo. China supone, quizás sabe, que la obsolescencia del petróleo es equivalente a la obsolescencia de la hegemonía del país que mantiene el control sobre él, por eso busca estar a la vanguardia en la transformación de la matriz energética. Pero no de un modo violento. Lo hace con osos pandas. Consentidamente. Busca la hegemonía mediante las dos partes del centauro: el poder duro y el blanco, el animal y el humano. Poseen una estrategia. Mientras el presupuesto de defensa de Estados Unidos asciende a 585.300 millones de dólares, dinero utilizando en el control de bases militares, oleoductos, gaseoductos, financiamiento de gobiernos, entre otros, China se limita a una cuestión práctica y sencilla: los acuerdos comerciales. De China dependen casi todas las economías del mundo. China compra soya en Argentina, cobre en Chile, frutas en América central, por citar un par de ejemplos. China es el soporte económico del mundo. Por eso a los chinos no se les cuestiona lo que si se les cuestiona a otros países. ¿O, acaso, algún país ha osado condenar a China sabiendo que, por ejemplo, el 80% de las ejecuciones de todo el mundo tienen lugar ahí? Según Amnistía Internacional, 100.000 condenados son ejecutados cada año y sus hijos, por ley, no pueden ser dados en adopción.

Los ratones de Xiaoping

Fue en 1978 cuando Deng Xiaoping cambia el modelo económico chino del comunismo a una economía de mercado. En plena transformación, Xiaponig dijo: “no importa si el gato es blanco o negro, lo que importa es que cace ratones”.

En China, el experimento político es una forma específica de capitalismo, donde el Estado posee una importancia fundamental. Li Xing define el caso chino como Estado-civilización. Los chinos, al igual que Hegel o Rousseau, conciben al Estado como una comunidad ética, ven en el Estado un acuerdo moral y civilizatorio. Por lo tanto, “el Estado goza de mayor autoridad natural, legitimidad y respeto, visto por los chinos como guardián, custodio y encarnación de su civilización”.

El modelo chino es un hibrido. Un capitalismo estatal. Un estado civilización. Algo extraño. Hace poco, era Xi Jinping, Secretario general del Comité Central del PCCh, presidente de la Comisión Militar Central y presidente de la República Popular China, quien le pedía a Trump no cerrar las fronteras para el libre tránsito del capital. Algo es claro: no importa el color de China, ni la alusiones en su bandera, lo que importa es que cace ratones.

Podemos ser curiosos, entonces, y preguntarnos si China busca una nueva energía para poner en marcha su proyecto civilizatorio, y para eso se disfraza de energías renovables y osos pandas, pero sin cuestionar en nada el rumbo del mundo. ¿Se comprometerán los chinos con el bienestar de la biosfera o necesitan la energía del sol para fabricar más plástico que envenena los mares, echar a andar más motosierras que destrozan los bosques del mundo y fabricar más armas que arrasan poblaciones civiles?, ¿cuál es el rumbo que propone China para lo que queda de mundo?…

No sabemos qué piensan los chinos. Algo es claro: vivimos el tránsito a un mundo multipolar en el que China es fundamental. El ascenso de China y la búsqueda de poder blando, así como de Rusia y toda su disuasión, nos hablan de un cambio global que, por supuesto, sigue teniendo a la economía como aspecto fundamental, pero no el único camino. En ese contexto, valdría la pena preguntarnos si logrará Donald Trump mantener la hegemonía estadounidense, amenazada por los chinos, con la estrategia a la cual hoy se aferra: subir impuestos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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