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El patriarcado vintage Opinión

El patriarcado vintage

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Alcancé a conocer el funcionamiento de algunas familias patriarcales chilenas, de esas antiguas de clase media acomodada, tampoco tanto, donde había un papá importante y decisivo que salía a trabajar.

Se iba en auto, o majestuosamente a pie si vivían cerca del centro, una mamá dueña de casa sometida ayudada o no por unas empleadas domésticas y unos compadres que venían a trabajar de vez en cuando, el jardinero, el encerador, la costurera, y varios hijos, digamos cinco, o siete, quizá alguna abuela o tía que vivía en la casa, eran casas que funcionaban como un resort, como un mall, con actividades constantes, perros, gatos, almuerzo bien hecho con postres caseros, peritas al vino tinto, leche nevada, niños y niñas de edades diversas super choros que estaban pasando cada cual una etapa diferente.

Los amigos de los niños que se llamaban por el apellido si eran hombre y con nombre completo si eran mujeres, y la señora que estaba en casa no se aburría, siempre había gente y situaciones que resolver, un niño con paperas, la gata que había parido, la compra de las verduras, la abuelita que venía a almorzar el sábado, las amistades del barrio o de toda la vida o de la familia, la peluquería, el dentista, los trámites o diligencias que se decía entonces, la salida a mirar tiendas con las amigas, etc.. Estas casas eran muy distintas de las casas residuales de hoy donde apenas hay una micro cocina no muy limpia, un living que nadie ocupa y mucha pantalla solitaria, casi siempre casas departamento donde nunca hay nadie.

Entonces en esa casa antigua, el caballero muy importante patriarcal llegaba a fin de mes con el fajo de billetes orgulloso y cansado, o sea con un buen saldo en el libreto de cheques, oh qué delicia, porque la weá es que los billetes no los regalan, había que obtenerlos a dentelladas en la selva siempre humillante y violenta del trabajo o en el cinturón de asteroides de las relaciones familiares, políticas y sociales gracias a lo cual se sostenía el merengue, y entonces la esposa corría afanada para que él estuviera atendido, le traían unas zapatillas, le servían un trago, él contaba un poco tampoco tanto, y ella la esposa escuchaba sin poner atención, hay unos niños peleando, está sonando el teléfono, etc.

Por la noche si él estaba con ganas de subirse al trapecio erótico, ella decía con elegancia y suavidad que me duele tanto la cabeza mijito, o sea nada, y el fin de semana mientras él trataba de poner temas interesantes en la conversación de sobremesa, nadie ponía realmente atención salvo quizás alguno de los hijos que necesitaba que le dieran plata extra.

El caballero, entonces, veía como entre la madre, las hijas, la tía y las empleadas de desarrollaba una intensa red de complicidades y actividades sutiles y divertidas en la que, cuando pretendía él tomar parte se lo quedaban todos mirando inmóviles, en imagen congelada, o sea que después de estas sesiones de bullying solapado el caballero se retiraba a descansar a su escritorio, que era otro nombre para significar que el pobre bola se había despellejado toda la semana para mantener a esa tribu donde no encontraba ni sexo ni conversación ni compañía alguna.

Al revés, tal como para él el patriarcado exterior le significaba ir a la guerra, y por cierto quizás pronto su maldita empresa iría a la quiebra, o a la venta, el patriarcado interno le significaba enfrentar la actitud aparentemente sumisa de su digna esposa que en verdad era una guerra de guerrillas tanto o más salvaje que la guerra externa, un segundo frente de batalla donde ella, al final, gracias a sus argucias y a su instinto llevaba absolutamente el pandero de la casa, de las vidas de los hijos, de la servidumbre, de las amistades, del sexo o no sexo, y el patriarcón visibilizado se tomaba entonces su trago y pensaba en los misterios de la existencia humana.

Algunos morían de un infarto entre los cincuenta y los sesenta, otros se armaban un patriarquín lateral con alguna señorita de la empresa, el patriarca era muy importante yo creo en los títulos pero en el día a día llevaba una vida más bien deprimente, en todo caso no eran patriarcas patriarcas como los legendarios, sino más bien réplicas urbanas de un patriarcado en los hechos muy desvanecido, cosa que algunas esposas estilo lady Macbeth no se privaban de recordarle al patriarquillo, es que no tienes ambición, no sirves para nada..

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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