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Hacia un nuevo diálogo con Bolivia Opinión

Hacia un nuevo diálogo con Bolivia

François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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Un objetivo razonable de la política exterior chilena, hoy o mañana, es restablecer las relaciones diplomáticas con Bolivia, ese gran país vecino. Pero, suponiendo que los bolivianos quieran hacerlo —ellos son los que decidieron romperlas en 1978—, siempre habrá una condición previa establecida por Bolivia para un diálogo genuino: su demanda de acceso soberano al mar.

No hay ninguna buena política que no se base en la realidad y, hoy en día, con buenos argumentos, Chile se niega a entrar en discusiones sobre la base de tal requisito previo. Se pueden escuchar las siguientes reacciones en círculos informados de la Cancillería:

-Aceptar la condición previa boliviana para cualquier negociación ya es perder el juego, porque no habrá nada que negociar después a cambio. Chile ya ha ido lo más lejos que podía sin perder territorio, en particular concediendo un acuerdo de libre comercio unilateral.

-El arriesgado (e insultante para Chile) gambito de Evo Morales en La Haya se ha perdido. El caso chileno se refuerza desde el punto de vista jurídico, lo que cierra el asunto por mucho tiempo.

-La actitud de espera no es necesariamente una mala política: no hay ningún problema que la falta de solución acabe resolviendo, como bromeaba Henri Queuille, el presidente del consejo francés.

-Por último, la apertura a Bolivia no tendría un suficiente interés geoestratégico como para sacrificar una causa tan simbólica a los ojos de la opinión pública.

Es este último punto el que queremos discutir y para ello evocaremos el acuerdo de Charaña entre Pinochet y Banzer en 1976. Los dos dictadores habían firmado un proyecto de reconciliación basado esencialmente en un trueque de territorios: acceso soberano al mar para Bolivia a cambio de tierras adquiridas por Chile en la zona de la Cordillera. Pinochet, que ciertamente no carecía de visión estratégica, quería desactivar el riesgo de una especie de «triple alianza» de los países vecinos tratando directamente con el gobierno boliviano. Probablemente anticipó que Perú podría bloquear el acuerdo, lo que hizo. Pero, no importa, el gesto estaba ahí y la solidaridad entre los tres vecinos se rompió.

Hoy no existe la misma amenaza militar que en el pasado, lo cual es quizás una razón más para que Chile no priorice este tema. Sin embargo, puede juzgarse que las circunstancias hacen que el caso sea aún más obvio. Hay tres razones para esto:

La economía. La normalización entre los dos países abre grandes oportunidades en beneficio de las empresas chilenas capaces de aportar capital y tecnología. Esto está en el espíritu de la extrovertida estrategia de Chile para su desarrollo, con el objetivo de convertirse en la puerta de entrada de América Latina al Asia-Pacífico.

La geoestrategia. Seguimos sorprendidos por este tipo de paradoja que caracteriza a América Latina desde el punto de vista geopolítico. Tenemos aquí un continente que es una de las zonas menos expuestas al riesgo de grandes disturbios. No tiene nada que ver con las preocupantes tensiones en el Mar de China, el Medio Oriente, las fronteras sur de Europa o el Océano Índico. Solo existe un potencial de microconflictos regionales. Esto es suficiente para que algunos grupos de presión justifiquen un gasto militar muy elevado: un 1,8%, por ejemplo, para Chile y 1,7% para Bolivia (España está en un 1,2%), sin beneficios reales para la economía, ya que la mayor parte del material y de la tecnología en este ámbito es importada. Hay un fuerte dividendo de paz que no debe ser descuidado.

La táctica. Afrontémoslo, los términos del acuerdo de 1976 no fueron tan malos. Chile estaba intercambiando lo que son esencialmente unos pocos acres de arena, privados de cualquier recurso minero, por una zona de cordillera con un fuerte potencial turístico y tal vez recursos acuíferos y mineros. Es sorprendente en este sentido que Bolivia esté lista a pagar tal precio solo por plantar su bandera en un pedazo de desierto costero, teniendo ya el libre tránsito al mar.

Desde un punto de vista práctico, este debate está estancado. Pero la Historia, a menudo traviesa e irónica, bien podría elegir el momento actual para concretar iniciativas que cambian su rumbo. Por ejemplo:

-Tal vez sería hábil potenciar el capital político de Luis Arce, un hombre astuto, que podría, con el prestigio de un diálogo renovado con el “enemigo histórico”, aligerar la mochila de Evo Morales que aún tiene sobre sus hombros. Esto sería una contribución a la estabilidad política de Bolivia que no debe ser pasada por alto.

-La contundente victoria judicial en La Haya pone a Chile en una posición de fuerza tranquila que, en frentes invertidos, le permite tomar la iniciativa. El Gobierno de Chile encuentra dificultades hoy en día, pero sería un hito histórico, para una administración que no ha tenido muchos logros políticos, haber allanado el camino para un diálogo renovado con Bolivia y logrado la apertura de una embajada chilena en La Paz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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