
Mérito y democracia, un mismo concepto
Cuando escucho la palabra mérito, me conecto con distinciones tan diversas como talento, preparación, justicia, reconocimiento y esfuerzo. El mérito o la meritocracia, resultan términos que apuntan a lo mismo: a dar presencia y oportunidad a las personas que han recorrido un sendero de especialización en un campo específico y que, gracias a esa excelencia y rigor, pueden liderar y encauzar un proceso o función determinada, es decir, ¡se lo merecen!
El mérito es dar visibilidad y espacio de acción a quienes han dado lo mejor de sí, para entender un contexto y, desde ahí, desplegar alternativas efectivas para cambiar esa necesidad por una verdadera oportunidad de gestión y transformación.
Para el mundo empresarial (público y privado) y político chileno, el mérito nunca ha sido un tema de relevancia. Por lo general la familia, los amigos y la clientela partidaria son más importantes que el propio mérito. Por lo mismo, el mérito colapsa frente a los lazos sanguíneos y a las amistades entrañables, como también se anula frente a las relaciones transaccionales del hacer político.
De igual forma, el mérito desaparece tras las discriminaciones religiosas, de género, sociales… es decir, nuestra arraigada cultura inclinada por la concentración del poder, muchas veces influenciada más por un vínculo de interés que por un real talento, lo que genera con el tiempo es un consolidado muro que invisibiliza al esfuerzo personal y colectivo, borrando con el codo toda promesa republicana de democracia, participación y acceso a oportunidades reales por parte de quienes se preparan desde una vocación genuina.
Bajo el actual escenario social que experimentamos hoy, espero que el país esté dispuesto a resignificar sus valores, ya que la cultura del pituto, en este caso, no da para más. El punto de inflexión que hoy estamos viviendo como sociedad, nos invita a validar al mérito (merecer), como motor verosímil de reconocimiento y justicia frente al talento de las personas que actualmente están a la sombra en lo que son las tomas de decisiones.
Soy de la idea que Chile, si desea estar a la altura de los aspiracionales indicadores de la OCDE, y dar reales ejemplos de desarrollo, verdaderamente efectivos en sus resultados más que solo esfuerzos de marketing promocional, debe no solo esmerarse en gestionar aspectos económicos duros, sino también debe focalizar sus esfuerzos en profesionalizar nuestra actual cultura de gestión, generando un fuerte énfasis en el mérito a la hora de escoger a las personas adecuadas que liderarán los actuales y futuros procesos de crecimiento, desarrollo y expansión de nuestro país.
Cuando no hay mérito, lo que surge es un interés velado, y de ahí quedamos a centímetros de la corrupción. Por lo mismo, nada mejor que subir el estándar y, así, dar vigor a los criterios y vivir la transparencia no como una frase para el bronce, sino más bien entregarle a este concepto la consistencia que se merece en el hacer diario para que de esta forma el mérito despliegue sus alas y vuele con entusiasmo sobre nuestras decisiones cotidianas sin tregua ni claudicación alguna.
A lo largo de la vida he conocido a personas muy talentosas que jamás tuvieron los espacios para exponer sus virtudes, ya que fueron por décadas invisibilizadas, como también he conocido a personas de modestos saberes y experiencia que han sido parte de influyentes estructuras de poder y en donde, obviamente, su acceso tuvo de todo, menos mérito personal.
Lo que estoy planteando con esta columna, y que estoy seguro todos y todas lo hemos vivido en algún momento de la vida, es que la falta de mérito genera ruido en nuestra existencia. Y son el desconcierto, la frustración, la desconfianza, la desigualdad y el resentimiento al interior de las estructuras organizativas, tanto públicas como privadas, algunos de sus daños colaterales.
Cuando las personas escogidas para un cargo o desafío a emprender, surgen de la misma red, es decir, de las mismas familias de siempre, de los mismos colegios, universidades, comunas, credos religiosos, partidos políticos (transversal), balnearios, amistades, cofradías, cuando todas estas personas desde un inicio saben que su esfuerzo puede ser menor ya que de todas formas alcanzarán su anhelada meta a futuro, en ese mismísimo instante se le está propinando una estocada en el corazón a la democracia; derrota en sus principios de base que lo que generará con el tiempo es una mayor incertidumbre y preguntas sin respuestas frente al cómo levantar una cultura de la confianza en nuestra convivencia diaria.
Lo que deja de ganar un país cuando no existe una cultura de la meritocracia, son ideas verdaderamente frescas, conocimientos relevantes, experiencias consolidadas, saberes de vanguardia, energías disruptivas, innovación ascendente, metodologías comprobadas, preguntas transformadoras, personalidades pujantes, visiones actualizadas, miradas críticas, criterios técnicos, diversidad de opiniones, emociones dinamizadoras, éticas renovadas, prácticas resueltas, curiosidad a toda prueba, entre otros beneficios. Es decir, abiertamente el pituto asfixia al talento y, con esto, frena irremediablemente las posibilidades de mejora y consolidación de toda iniciativa, tanto pública como privada.
Soy un convencido que cuando la meritocracia llegue verdaderamente a la conducta del mundo empresarial y político chileno, en ese instante, nuestro país será lo que siempre ha dicho ser: un territorio abiertamente democrático.
Por último, siempre me ha llamado la atención el sentido discurso de nuestro inigualable Nelson Mandela, líder mundial que durante toda su vida hizo un fuerte énfasis para hablar de las infinitas capacidades del ser humano, y del gran desafío de este, por explorarse, crecer y sumar resueltamente al bien común de la humanidad: “Nuestro más profundo temor no es ser inadecuados. Nuestro más profundo temor es que somos poderosos sin medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad la que más nos asusta. Nos preguntamos, ¿quién soy yo para ser brillante, hermoso, con talento o fabuloso? En realidad, ¿quién eres tú para no serlo? (…) Jugar a hacerte pequeño no le sirve al mundo. No hay nada iluminador en que te encojas para que las otras personas no se sientan inseguras a tu alrededor. Todos estamos destinados a brillar, como hacen los niños (…) cuando dejamos que nuestra propia luz brille, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Como estamos liberados de nuestro propio miedo, nuestra presencia automáticamente libera a otros” (Mandela, 1994).
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