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Monos peludos y problemas perversos Opinión

Monos peludos y problemas perversos

Ignacio Cienfuegos Spikin
Por : Ignacio Cienfuegos Spikin Académico del Departamento Política y Gobierno, Universidad Alberto Hurtado. PhD en Gestión y Gobierno de la Universiteit Twente, Holanda
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Con todo, los gobiernos y en especial los gobernantes, a través de la persuasión (los atenienses solían venerar a la diosa de la persuasión, Peito), deben construir retóricas y mostrar evidencia que dé cuenta no solo de cómo están poniendo el máximo esfuerzo en resolver (aunque sea parcialmente) los problemas (perversos), sino también intentar “construir” problemas, es decir: argumentar y persuadir sobre otros problemas igualmente relevantes que debieran ser considerados.


Qué duda cabe de que la entrevista del fin de semana que pasó de la presidenta del Partido por la Democracia (PPD) Natalia Piergentili tensionó aún más la relación de los partidos del oficialismo y, en particular, a las denominadas “dos almas” (una poco feliz analogía, considerando la característica espiritual y sobre todo “inmortal” del alma). Piergentili atribuía como razón fundamental del estancamiento en las bases de apoyo hacia la coalición de gobierno a una retórica política de seguir hablándole “a los monos peludos, al 30% que tienes, a les compañeres”.

De esta manera, y a partir de la interpretación de un supuesto sentido común que reflejarían las encuestas de opinión y sobre todo los últimos resultados electorales, habría que terminar de “enterrar” la agenda identitaria con la que habría llegado el Gobierno a La Moneda, centrándose más decididamente en los problemas que “realmente le importan a la gente”, a saber: la delincuencia.

Es de toda racionalidad política (esto de la búsqueda de legitimidad y adhesión), el que un gobierno intente conectarse con las supuestas prioridades ciudadanas, llevando a la agenda (e idealmente resolviendo) los problemas que serían de mayor preocupación pública en desmedro de las propias y legítimas convicciones sobre cuáles serían los problemas fundamentales nuestra sociedad (feminismo; transición ecológica justa; descentralización; garantía del trabajo decente). Sin embargo, una de las dificultades por las que un gobierno no se puede concentrar únicamente en lo que la literatura sobre políticas públicas denomina como “problemas perversos” (la delincuencia cae en esa categoría), es que son problemas para los que, con mucha suerte, solo se pueden entregar soluciones parciales o, en la mayoría de los casos, la “sensación de estar siendo resueltos”.

Es así como los “problemas perversos”, a diferencia de los problemas “mansos” o simples, serían los que tienen múltiples causas y a veces incluso efectos inciertos cuando se abordan (ejemplo: los potenciales efectos colaterales, tipo “gatillo fácil” de la ley Naín-Retamal); problemas sobre los cuales, además, habría diversos actores involucrados (policías; Poder Judicial; Fiscalía; Ministerio del Interior; municipios, parlamento, gendarmería, etc.). Actores que, en general, tendrán valores e intereses en conflicto. De esta manera, la solución definitiva a los problemas “perversos” se pudiera concretar, siendo optimistas (si se toman decisiones que apunten a sus causas), más bien en el largo plazo, cuando el Gobierno en ejercicio ya no está en el poder. 

Con todo, los gobiernos y en especial los gobernantes, a través de la persuasión (los atenienses solían venerar a la diosa de la persuasión, Peito), deben construir retóricas y mostrar evidencia que dé cuenta no solo de cómo están poniendo el máximo esfuerzo en resolver (aunque sea parcialmente) los problemas (perversos), sino también intentar “construir” problemas, es decir: argumentar y persuadir sobre otros problemas igualmente relevantes que debieran ser considerados.

El discurso de la Cuenta Pública ante el Congreso pleno en Valparaíso es un espacio retórico estelar para cualquier gobierno, aun cuando el ejercicio discursivo y comunicacional requiere, sin lugar a dudas, de narrativas coherentes y bien diseñadas, así como adecuadamente implementadas, de manera permanente. Es evidente, no obstante, que la tarea de “crear problemas” no es fácil y está limitada por una serie de factores exógenos no atribuibles necesariamente al gobierno (la dinámica de la agenda pública, entre muchos otros factores). Pese a ello, habría una tarea ineludible de “pedagogía política” por parte de los gobernantes a la que no se debiera renunciar, persuadiendo a los ciudadanos sobre la importancia de ciertos problemas que no se observarían como relevantes desde su sentido común, pero que contribuirán, en algunos casos, a resolver las causas de sus dolores (ejemplo: reforma tributaria). 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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