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Morir con dignidad

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Por: Pablo Aguayo Westwood


Señor Director:

En una reciente entrevista el monseñor Fernando Chomalí advirtió: “Los médicos van a estar causándole la muerte a un enfermo cuando deberían cuidarlo”. Su frase, provocadora y categórica, condensa una de las objeciones más recurrente frente a la eutanasia: el temor de que la medicina, en lugar de velar por la vida, se convierta en una herramienta para adelantar la muerte y con ello se separe del juramento hipocrático. Sin embargo, ¿no constituye también un daño obligar a una persona a prolongar un sufrimiento irreversible contra su voluntad? El dilema ético que Chomalí plantea no puede analizarse de manera unilateral: tan relevante como la misión de cuidar es la obligación de respetar la libertad y la dignidad de quienes, enfrentados a una enfermedad terminal, ya no desean seguir viviendo bajo condiciones de dolor insoportable.

El debate no es ajeno al mundo cristiano. El sacerdote y teólogo Hans Küng, en su obra Morir con dignidad. Un alegato a favor de la responsabilidad, se distancia de la interpretación más rígida que condena toda forma de eutanasia en nombre de una “ley divina”. Para Küng, esa visión proyecta una imagen distorsionada de Dios, alejada del Dios que acompaña al débil, al doliente, al extraviado. Para Küng la dignidad de la persona no se extingue con la enfermedad ni con la proximidad de la muerte: sigue siendo persona y, precisamente por ello, merece un final que no reduzca su existencia a una mera dependencia tecnológica o a un sufrimiento deshumanizante. Ya lo afirmó Sócrates en su diálogo con Critón: no es lo mismo vivir que vivir bien, en otras palabras, existe una profunda diferencia entre el mero hecho de estar vivos (to zen) y el vivir bien (to eu zen).

La advertencia de monseñor Chomalí abre una discusión que Chile aún debe enfrentar con seriedad. ¿Qué significa cuidar? ¿Es prolongar a toda costa la vida biológica, incluso a costa del sufrimiento, o es acompañar con respeto las decisiones libres de quien ya no encuentra sentido en esa prolongación? La respuesta no es sencilla ni unívoca, pero exige escapar de caricaturas: ni la eutanasia es un atajo para deshacerse de los enfermos, ni la prolongación forzada de la vida es siempre un gesto de compasión.

La sociedad chilena está madura para este debate. Y quizás la mejor forma de honrar la vocación médica de “cuidar” sea reconocer que, en ciertas circunstancias, cuidar también significa dejar partir con dignidad.

Pablo Aguayo Westwood

Doctor en Ética y Democracia

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