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¿Se derrumbó el modelo? Releyendo a Mayol Opinión

¿Se derrumbó el modelo? Releyendo a Mayol

Pablo Torche
Por : Pablo Torche Escritor y consultor en políticas educacionales.
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Una de las primeras tareas que me impuse en medio del estupor generado por el estallido social, fue desempolvar El derrumbe del modelo de Alberto Mayol, en busca de algunas líneas interpretativas. Había criticado duramente a Mayol, en el momento de mayor auge de sus tesis, principalmente sobre la base de un sesgo ideológico voluntarista: quizás él quería que se derrumbara el modelo, pero eso no significaba que esto fuera a ocurrir. Desde mi percepción, grandes segmentos de la población se habían apropiado de aspectos fundamentales del modelo, y trataban desesperadamente de prosperar al interior de este, al tiempo que desconfiaba de caminos alternativos muy radicales, lo que volvía particularmente difícil el escenario político para la izquierda.

En mi contra, tengo que añadir que seguía pensando más o menos lo mismo hasta antes del 18-O.  Me parecía que el modelo de libre mercado a ultranza se había asentado en Chile, y había construido un nuevo tipo de “sujeto social”, que buscaba más bien utilizarlo a su favor, no impugnarlo en sus raíces. La única forma de avanzar hacia una sociedad más equitativa, más integrada, era a través de una conquista gradual del sentido común, una sucesión de cambios y reformas que no implicaran demasiados sacrificios a la población.

Si alguien me hubiera pedido alguna clase de pronóstico, jamás habría predicho un estallido como el que ocurrió. Más bien por el contrario, habría argumentado que se trataba de las típicas fantasías de la izquierda, que espera eternamente un momento prerrevolucionario que finalmente nunca adviene.

Releyendo el libro de Mayol, lo primero que llama la atención es que el tono apocalíptico empleado –que en su momento produjo gran conmoción– no resulta ya para nada extemporáneo, sino por el contrario, completamente ajustado a la realidad. De todos los intelectuales de izquierda que auguraban de una u otra forma el agotamiento del modelo, Mayol fue sin duda el más drástico y decidido. Por otro lado, parece también evidente que los hechos han significado un desmentido feroz de aquellas otras voces (Carlos Peña, Brunner), que planteaban que la gente se encontraba satisfecha con el “modelo” y que, más allá de las “contradicciones”, este sería capaz de ir integrando progresivamente a los distintos segmentos sociales al carro del desarrollo/modernización.

Aún si es que el fondo de la disputa estriba nada más que en una cuestión de “grados” o “niveles” de descontento, es obvio que aquellos que diagnosticaron un nivel de descontento que el modelo es incapaz de procesar, y que por lo tanto lo vuelve inviable, andaban más acertados que aquellos otros que han propuesto un nivel de malestar acotado, y finalmente soluble al interior del modelo.

Pero, por supuesto, el problema va más allá del grado de malestar, del cual ahora hay ya pocas dudas. Tiene que ver también con la crisis de representación, que el sistema político no ha sido capaz de resolver, y la crisis de legitimidad de las instituciones, que Mayol desarrolla con bastante amplitud en su libro, como dos componentes fundamentales que permiten anticipar el “derrumbe” del modelo, y que durante estos ocho años no han hecho más que agudizarse.

Mayol también introduce otro elemento, que no desarrolla con suficiente énfasis a mi juicio, que tiene que ver con la incapacidad del modelo de satisfacer las expectativas que él mismo genera y, por el contrario, profundiza la crisis de legitimidad. Producto de la retracción del Estado, y de su reemplazo por grandes empresas en la provisión de bienes públicos, el modelo destruye los vínculos sociales, alimentando el descontento y a la larga la alienación. De esta forma, el problema del modelo neoliberal no es solo su incapacidad total de resolver la desigualdad, sino su irrefrenable tendencia a alienar las relaciones sociales en las cuales esta desigualdad se asienta.

Este es, a mi juicio, un elemento fundamental que, al día de hoy, no ha se ha desarrollado lo suficiente. No es solo que el modelo sea injusto, segregador y excluyente, sino que destruye cualquier tipo de legitimidad social, reemplazándola por vínculos utilitaristas, donde el más fuerte usufructúa del más débil para su propio beneficio, extendiendo una sensación de abuso, de explotación. Quizás por esta línea se podría avanzar en la resolución de la paradoja que todavía paraliza a los economistas de derecha: ¿por qué la gente está tan descontenta, si los indicadores macro son positivos?

En un sentido de fondo, Mayol –así como varios otros intelectuales de izquierda–, no responde a esta pregunta. Su análisis se mantiene siempre a un nivel político, económico, pero no entra en la dimensión crucial de la subjetividad, para analizar cómo las personas se relacionan con el “modelo” desde sus propias percepciones y vivencias, cómo se configura su descontento y, sobre todo, qué tipo de demandas o expectativas genera.

En su nuevo libro, Big bang, vuelve a aportar algunos datos de “economía doméstica” (en oposición a indicadores macroeconómicos), que permiten comprender mejor el malestar. En el plano cultural, retoma una distinción elaborada en El Chile profundo, entre el Chile hacendal/colonial y el nuevo modelo del Chile empresarial, del emprendimiento, que entraría en colisión en la actualidad. Se trata de elementos importantes, que sin duda tienen mucho de verdad, pero en la práctica no explican cómo las personas se relacionan con “el modelo”, las distintas expectativas y temores que este genera, y el horizonte de modificaciones que harían sentido.

Este es, me parece a mí, el centro de la cuestión respecto de la cual la tesis de Mayol sigue siendo insuficiente, acaso fallida. Mayol es eficiente en sintetizar los aspectos del modelo neoliberal que resultan injustos, abusivos, pero no explora la forma en que estos aspectos son percibidos y decodificados por las personas, que es lo que permitiría la construcción ideológica, política, que resulta necesaria para viabilizar una superación del modelo a través del respaldo popular.

De esta forma, el conjunto de su tesis, a la larga, parece diseccionada en dos. Por un lado, el diagnóstico de un sistema neoliberal fallido, que no solo es incapaz de superar la desigualdad sino que activamente “produce” inequidad –cuestión que muchos compartimos– y, por otro, la sensación de hastío, agobio y desencanto de la gente. Pero ¿cómo se comunican estos vasos, de qué manera se articulan las percepciones y expectativas de las personas en relación con las diversas dimensiones del modelo, es un territorio que permanece largamente inexplorado?

En sus escritos, Mayol se refiere a menudo al conjunto de investigaciones empíricas que han dado lugar a sus tesis. En su nuevo libro, Big bang, rememora directamente el momento definitorio en que se encontró con el tema del malestar en sus estudios, y vuelve a hacer alusión a una cantidad ingente de material empírico y entrevistas. Sin embargo, revisando ambos libros, me vuelve a sorprender la nula referencia a este tipo de datos. Las citas, testimonios, vivencias, fragmentos discursivos o casos ilustrativos, brillan por su ausencia.

Mayol habla con propiedad de aquellos aspectos del modelo que no funcionan y es sin duda muy lúcido para analizar el significado político de ciertas señales de descontento (por ejemplo la evasión en el Transantiago), así como de las manifestaciones y movilizaciones sociales, pero elude casi por completo la dimensión fundamental de las percepciones, creencias y discursos de la gente en relación con los temas fundamentales de su análisis.

En una columna del 2012, en que revisa su tesis con algo de triunfalismo (‘Sí, el modelo se derrumba’), Mayol aporta un dato interesante en este sentido, proveniente de la encuesta Bicentenario de la UC. Se trata de preguntas que abordan la percepción de las personas respecto de algunas de las promesas fundamentales el modelo: la posibilidad de salir de la pobreza, de emerger de la clase media, de acceder a la universidad, de iniciar un negocio y de crecer con una empresa. Los resultados son elocuentes, y ciertamente parecen respaldar la tesis del autor, al menos hasta ese año. Esto es particularmente significativo, porque es difícil que indicadores cuantitativos (encuestas), señalen diferencias tan marcadas, de manera que decidí buscar la evolución de la serie desde el 2012 hasta la fecha:

Como se ve, las cifras indican un decidido descenso hasta el 2012, que llevan a Mayol a concluir en ese entonces que el derrumbe del modelo es inminente. Sin embargo, a partir del 2013, los números vuelven a subir, en algunos casos alcanzado niveles superiores a los precedentes. Es significativo también que el 2019 –antes del estallido–, vuelven a descender a mínimos históricos.

¿Debilita esto la tesis de Mayol? Un poco sí. La evolución de expectativas y temores respecto del modelo, parece seguir un formato más bien cíclico, dependiente de un conjunto de factores, y no responder al patrón acumulativo que preveía la tesis del derrumbe. Si es que algo sugiere esta tendencia de datos, es precisamente lo contrario, es decir, que el sistema político sí es capaz de procesar el malestar, en alguna medida al menos, y que el nivel de expectativas fluctúa de acuerdo a ciertas iniciativas o eventos. Con estas cifras, de hecho, también es posible sostener la tesis de Carlos Peña, que ha planteado que la crisis se desencadena como producto de las expectativas frustradas por el gobierno de Piñera, y los problemas de crecimiento y desempleo del último par de años.

Más allá de estas reflexiones, y de las limitaciones metodológicas, la pregunta de fondo en relación con la vigencia de la tesis de Mayol sigue siendo la misma: ¿se ha derrumbado efectivamente el modelo en Chile? Han pasado ocho años desde que se planteó, y se han sucedido dos gobiernos de distinto signo desde entonces, lo que debería servir de entrada al menos para algún tipo de ponderación.

La parte que se ha confirmado –me parece a mí—es la de insostenibilidad del modelo tal como está. La ilusión de que el modelo era capaz de procesar por sí solo las contradicciones y descontentos que produce se ha esfumado, y es claro que requiere algún tipo de intervención y modificaciones para hacerlo al menos viable.

Por otro lado, es evidente que el conjunto de reformas sociales que el Gobierno se ha visto obligado a impulsar –a regañadientes, es obvio–, van en el sentido de un Estado menos neoliberal, más solidario. Es probable también que este tipo de reformas sea el inicio de una tendencia que se consolide. Si esto no califica como reformas estructurales, al menos sí dan cuenta de un primer ajuste de algunos de sus aspectos más extremos, que hace mucho tiempo se hacían necesarios.

No obstante, afirmar a partir de estos datos que la crisis social ha implicado un derrumbe del relato neoliberal en el país, me parecería una grave imprecisión analítica. Si es que el modelo neoliberal se hubiera derrumbado, los discursos y referentes políticos que lo sustentan habrían desaparecido, y se hubieran encumbrado los que proponen su demolición y reemplazo. Pero esto no es así, sino casi por el contrario.

Buena parte de los políticos mejor evaluados, de hecho, ni siquiera propugnan un cambio de modelo. Por otro lado, la izquierda, especialmente la que defiende un cambio de modelo de forma más categórica, tampoco parece haber capitalizado el respaldo popular a partir de la crisis. Esto es difícil de comprender, al menos para mí.

Es obvio que la izquierda se conecta mejor con la mayor parte de las demandas sociales, pero la ciudadanía sigue siendo esquiva, poniéndola muchas veces en el mismo saco de la derecha. Da la impresión de que hay algo en su discurso ideológico que engloba todas estas demandas, que sigue sin hacerle sentido a la gente. El escenario presidencial, por su parte, permanece muy líquido, y la figura mejor aspectada sigue siendo Lavín, al tiempo que emerge Parisi.

Más que un derrumbe del modelo, lo que se aprecia es un descontento generalizado, con una dirección difusa, en algunas áreas completamente amorfa. Por lo mismo, es un descontento que puede canalizarse en cualquier dirección, incluida la del populismo de derecha, y también la de los “ajustes para que funcione mejor”, detrás de la cual rápidamente se ha camuflado la derecha y el empresariado.

En esta línea, sigo encontrándome en desacuerdo con la idea del “derrumbe” del modelo, que me parece de un riesgoso triunfalismo ideológico. El verdadero derrumbe del modelo va a sobrevenir cuando emerja un modelo alternativo, que haga sentido a la ciudadanía.

Mientras tanto, por más fuerte que sea la crisis y por más caos que siembre la violencia, el modelo seguirá operando, y ajustándose camaleónicamente a las nuevas demandas y necesidades, simplemente porque no hay otro que lo reemplace. Lo que no se ha terminado comprender bien es que el verdadero derrumbe del modelo no pasa por su destrucción, no importa cuán alto flamee el fuego ni cuán extendidas estén las cenizas, sino por la capacidad de erigir un modelo alternativo que canalice el descontento en un sentido definido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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