Opinión
Vivimos tiempos desafiantes en materia de cambio climático. El informe United in Science 2021, lanzado hace algunos días, reveló que la pandemia sólo causó una reducción temporal de las emisiones de carbono y ahora que estamos regresando a las actividades al ritmo de antes, “no hay señales de un crecimiento más ecológico, las concentraciones de gases de efecto invernadero se mantienen en niveles sin precedentes y condenan al planeta a un peligroso calentamiento futuro”.
Las consecuencias ya podemos verlas: menos lluvias, deshielos, aumento del nivel del mar, altas temperaturas, déficit hídrico en varios países, impacto negativo en industrias fundamentales como la energía y la agricultura, etc. En este contexto, todos los actores de la sociedad tenemos la obligación de tomar acciones que ayuden a mitigar estos efectos y cuidar el medio ambiente. Y creo firmemente que el rol que cumplen las startups es capaz de marcar una gran diferencia.
Las startups, o empresas emergentes, poseen herramientas que pueden ser muy útiles para la crisis climática. Por ejemplo, la mayoría de ellas surgen porque son conscientes de un problema que afecta a las personas en determinada área y el motivo de su existencia es justamente combatir ese problema con una solución y no descansar hasta conseguir la mejor manera de enfrentarlo.
Además, una startup que incorpora innovación y nuevas tecnologías va un paso más adelante de las empresas tradicionales, porque está utilizando distintos enfoques y cuenta con la flexibilidad necesaria para actuar en tiempo de crisis, donde todos los días traen novedades, métricas desconocidas y nuevas incertidumbres que una empresa tradicional no sabría cómo manejar. Un buen ejemplo de eso es el uso de la tecnología en la crisis hídrica, donde nuevas herramientas que trabajan con Inteligencia Artificial como Kilimo, permiten el ahorro de entre un 20% y un 50% de este vital recurso.
Otro importante argumento a favor del papel de las startups es que gran parte de ellas son empresas sostenibles o tienen la intención de serlo. Sí, por supuesto que deben generar revenues y ganancias como cualquier otra, pero esta no es la única variable que se considera en la gestión: el impacto ambiental es prioritario, tienen siempre presente crear valor económico, social y medioambiental a mediano y largo plazo para contribuir al bienestar de las comunidades donde operan y el bienestar de las futuras generaciones.
Una gran ventaja es que actualmente existen varias áreas donde las startups pueden florecer y ayudar a disminuir los riesgos del cambio climático, por ejemplo: transporte sustentable, Inteligencia Artificial, eficiencia energética, economía circular, gestión de residuos, energías renovables, edificios verdes, tecnología aplicada a la industria agrícola para optimizar el uso de la agua en las plantaciones y muchísimas más. Bien encauzadas, con el apoyo y financiamiento necesarios para que puedan pasar de una buena idea a una empresa real y operativa; y rompiendo la reticencia de los clientes para que se atrevan a probar opciones más allá de lo establecido, todos podemos beneficiarnos de las startups.
Otro punto a favor de las startups es su inclinación al trabajo colaborativo conjunto. A modo de ejemplo, la Asociación ClimaTech Chile responde a la urgencia que genera la crisis global ofreciendo conocimientos y tecnologías al servicio del planeta y dentro de sus miembros se encuentran startups ligadas a áreas de energía, manejo del agua, protección y monitoreo, vida sostenible y alimentación sostenible. Todas ellas adhieren a los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU.
Los emprendedores están acostumbrados a resolver conflictos y es justo lo que se necesita para enfrentar la crisis medioambiental. Si confiamos en las startups y su flexibilidad para adaptarse rápidamente y sin tanta burocracia a nuevos escenarios, esta decisión puede ser clave para combatir lo que estamos experimentando a nivel mundial.
