En las últimas semanas hemos visto algunos artículos que se han referido a la formación de civiles en defensa, sosteniendo dos tesis opuestas al respecto: una diagnosticando de que no existe un espacio académico real para la educación en temas de seguridad y defensa para civiles y otra que existen estas instancias.
La evidencia nos señala, en primer lugar, que este ha sido un sector que ha estado “alejado” de los no uniformados/civiles (con excepción del servicio militar, algunos actos simbólicos recordatorios y labores de asistencia en lugares alejados), constituyendo una subcultura estratégica cerrada que se reproduce y se adapta a los cambios sociales y científico-tecnológico de acuerdo a sus parámetros esenciales. Esto no significa para nada que no sea parte relevante del país, sino más bien que la educación en defensa fue concebida para organizaciones burocráticas cerradas del sector parafraseando categorías de Max Weber.
En este marco y tras el inicio de la transición en los 90’, en segundo lugar, constatamos que con la democratización de la sociedad, estas instituciones empezaron lentamente a abrirse a la “formación” de civiles en defensa desde su perspectiva ideológica-estratégica, particularmente desde unas maquilladas geopolítica clásica y doctrina de la seguridad nacional. Entre ellos, la Academia de Guerra del Ejército y la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos – ANEPE (la antigua Academia de Seguridad Nacional, donde se formaban por militares fundamentalmente los civiles de la dictadura junto a una cátedra permanente en la Universidad Católica – Danny Monsálvez Araneda), con cursos para corresponsales y periodistas, y luego diplomados y magísteres en las áreas de la defensa y la seguridad.
Hoy, en tercer lugar, se puede constatar que además de las instituciones castrenses y de las híbridas y/o con alta presencia de militares en retiro y recontratados como PAC (personal a contrata) en puesto directivos o como docentes como en la ANEPE, se han sumado a algunas de las grandes universidades como la Universidad de Chile, la Católica, de Concepción, entre otras, con programas incipientes, generalmente en acuerdo con alguna institución castrense, y de duración relativa (dependiendo del número de alumnos por la necesidad de financiamiento).
Reconociendo los esfuerzos de todas estas instituciones por desencapsular y abrir estos temas del devenir nacional, incluso donde muchos de sus profesores militares en retiro (PAC) han cursado a postgrados en Chile y el extranjero, en cuarto lugar, desde mi punto de vista la formación de civiles en defensa aún es baja cuantitativamente a nivel nacional y con estructuración curricular más bien militarista en lo cualitativo. Vicenç Fisas definió el militarismo como la tendencia de los aparatos militares a asumir un sobre rol de control en la vida social y sus problemáticas producto de las debilidades estatales y/o la falta de legitimidad de los sistemas políticos y sus gobernantes, ya sea a través de los llamados “objetivos militares” (preparación de la guerra, compra de armamentos, fortalecimiento de la industria bélica, actuando directamente en la securitización de la sociedad, en catástrofes, etc.) o por medio de los llamados “valores” militares (jerarquización, centralismo, disciplina, conformidad, valor, etc.).
Anclado al concepto de seguridad ampliada, guerras híbridas y otras teorías similares, en quinto lugar, en la formación a civiles en defensa en la gran mayoría de los casos, además de priorizarse como actor cuasi exclusivo a las FF.AA. y categorías como amenaza/inseguridad y enemigo, se tiende a securitizar la realidad limitando a la propia democracia (el desarrollo de organizaciones civiles del Estado y sus mecanismos de resolución de conflictos o de respuesta a catástrofes) y, por sobre todo, se limitan a los derechos ciudadanos (libertad de información, de expresión, circulación, etc.) al criminalizar muchas de sus manifestaciones (léase, entre otras, manifestaciones sociales de diversa índole, inmigración, narcotráfico, reivindicaciones de los pueblos originarios) y ponerlas como amenazas a la seguridad nacional y, por ende, como objetivo militar (de guerra interna) a partir de patrones ideológicos autoritarios. Como dice Tomás Borovinsky, “el autoritarismo y la violencia son producto de una nostalgia de lo absoluto, que viene a calmar el miedo a la incertidumbre propia de la democracia”. Por lo mismo, no es casualidad que Chile haya decaído en el gobierno de Piñera/derecha de “una democracia plena a una defectuosa” de acuerdo al informe Global Democracy Index 2021.
Como lo escribimos con el Dr. Sergio Prince en un artículo inicial ya el 2011, en sexto lugar, este tipo de formación (más bien instrucción de certezas en sus concepciones y saberes y de rápida obsolescencia en el contexto de la revolución científico-tecnológica y la globalización), no da cuenta de la complejidad y la incertidumbre de la realidad actual de la defensa a pesar del intento sumatorio de ramos y conceptos que se han hecho en las curricula de las distintas instancias formativas. Precisamente, el filósofo y ensayista español Daniel Innerarity se preguntaba ¿de dónde procede tanta incertidumbre? y se respondía que “de nuestra dificultad de entender (el no saber) y gestionar la complejidad. Señala que “vivimos en un mundo en el que aumenta la complejidad y la densidad de las interacciones; las estructuras sociales adquieren cada vez más la forma de redes horizontales; el exceso de información no puede ser completamente procesado por nuestros instrumentos de análisis (tradicionales, previamente formateados); la identidad personal es más discontinua y compuesta”. Innerarity enfatiza que hoy la realidad nos golpea “con tantas situaciones no previstas” y/o, visto desde otra perspectiva, (nos) “desmiente tan frecuentemente nuestras previsiones”.
Entonces vale la pena preguntarse, en séptimo lugar, si nuestros sistemas educativos en general (y en defensa en particular) han desarrollado la capacidad de gestionar esta incertidumbre (“el no saber”). Y la respuesta es casi siempre no al coincidir estos con una cultura administrativa conservadora de control (formateada) que tolera muy mal o no tolera la incertidumbre, lo que dificulta la capacidad para entender y gobernar en estos nuevos escenarios (cambiantes y del no saber). Parafraseando a Edgar Morin, entonces, se ha producido una inadecuación (una contradicción) entre las decisiones, acciones y saberes desarticulados y fragmentados (simplistas, mecánicos, desde un mundo lineal con buenos y malos, hoy con un poco más de grises) con que procede la enseñanza en defensa actual con realidades, desafíos y/o problemas cada vez más inciertos (el no saber), complejos, transdisciplinarios, transversales, globales y de impacto multidimensional y que requieren de nuevas formas, contenidos y metodologías de enseñanzas (pongo como ejemplo el tema de las inmigraciones).
En el ámbito educativo estos nuevos desafíos, en octavo lugar, implican fomentar aprendizajes para la complejidad y el cambio permanente. Esto impone partir reconociendo que sólo a través de la intersección de diferentes disciplinas abarcativas de la seguridad (internacional) y la defensa, de la transdisciplinariedad y la pluralidad ideológica y disciplinaria, de sus cruces y nuevos anclajes entre campos, seremos capaces de posibilitar múltiples visiones simultáneas de lo militar, político, económico, de lo social – identitario y del medioambiente. Estos campos disciplinarios constituyen estructuras que, al interaccionar entre sí, producen relaciones no sólo técnicas, sino también y más importante de intersección valórico-conceptuales entre las disciplinas del sistema que podría conformar el currículo de estudios en seguridad y defensa. Como lo expresamos con el Dr, Prince, “para alcanzar y focalizar la complejidad y el cambio permanente, superando la fragmentación disciplinaria que puede darse en estas esferas, hay que avanzar más allá de la sumatoria de campos (agregar materias), proponiendo modalidades de acción conjunta que expongan las cuestiones” o como diría Edgar Morin juntar lo que la especialización ha separado para lograr una aproximación a la complejidad de los desafíos desde la modestia de la incerteza.
En noveno lugar, cosa que tampoco existe hoy por el formateo inicial del disco de quienes diseñan la currícula y enseñan en el ámbito de la defensa, los campos disciplinarios precisan incorporar la crítica lógica y reflexiva real al mismo tiempo que la perspectiva pragmática y valórica de la diversidad democrática. Cada disciplina que forma parte del corpus de estudios de seguridad y defensa tiene acceso a una faceta del objeto de estudio. Por eso, es necesario ayudar a la formación de profesionales que sean capaces de integrar varios campos disciplinarios e imaginarios valóricos simultáneamente desde una perspectiva crítica. De esta forma, para poder superar paradigmas lineales que hasta hoy prevalecen en este campo, incluso el de multidisciplinariedad, es necesario producir la circulación de los investigadores por los diferentes discursos de la seguridad y la defensa en la perspectiva de provocar cruces, preguntas y nuevos anclajes entre campos capaces de posibilitar múltiples visiones simultáneas. Hablamos entonces de un currículo transdisciplinario que apunte a la metacognición de “aprender a pensar y pensar para aprender y emprender”; es un proceso dialéctico continuo.
Innerarity dice que “la sociedad moderna ha confiado en poder (en el Estado a través del gobierno) adoptar las decisiones políticas y económicas sobre la base de un saber (científico), racional y socialmente legitimado, (sin embargo) los persistentes conflictos sobre riesgo, incertidumbre y no-saber, así como el continuo disenso de los expertos, han demolido tal confianza. Esto debería en el ámbito educativo, por tanto, en décimo lugar, llevar a promover un modelo de formación constructivista real que ponga al sujeto proactivamente en el centro de su formación y fortalezca las competencias genéricas y profesionales que se enmarcan dentro del ser, saber y del saber hacer y emprender con la modestia de un continuo aprendiz en el área (en este caso de la defensa). Es decir, un proceso de aprendizaje que no sólo lleve a la posibilidad de un nuevo conocimiento persistentemente, sino que por sobre todo la posibilidad de construirlo y adquirir una nueva competencia que le permita generalizar y aplicar lo ya conocido y transformado a una nueva situación desconocida. El perfil de egreso de una educación para la complejidad en seguridad y defensa, entonces tiene que apuntar fuertemente a la capacidad de análisis y síntesis, en razonamiento crítico en la toma de decisiones y en capacidad de adaptación a nuevas situaciones del no saber, pero por sobre todo a estar abierto a “aprender a pensar y pensar para aprender y emprender”, realidad que va contrario sensu a las certezas que guían al sector.
En decimoprimero lugar y con excepciones, la educación en defensa no puede seguir tribalizada: centrada solo en los llamados “intereses nacionales”. La seguridad de las personas y los Estados en todo el mundo está interrelacionada y, por lo mismo, los países deben estar dispuesto a modernizar sus conceptualizaciones (ej, soberanía inteligente, co desarrollo, coresponsabilidad, incluso lo que se entiende por política de estado en defensa: debe democratizarse para su legitimación como diría Camila Vergara, etc.) y asumir responsabilidades en la conformación del escenario internacional de modo de dotar de gobernanza a la globalización y ayudar a consagrar los llamados bienes públicos universales (DD.HH., protección ambiental, paz y seguridad, etc.), objetivos que constituyen el principal desafío a solventar por el conjunto de la sociedad internacional democrática y sus Estados, lo que debe darle una nueva perspectiva a la educación en defensa.
Para la gobernanza democrática interna, sobre todo teniendo presente los enormes cambios experimentados y expresados por el país después las protestas del 18 de octubre, de su respuesta en la inédita y democratizadora Convención Constitucional y del nuevo gobierno del Presidente Boric que rompe el duopolio de la transición, no da lo mismo cualquier formación en defensa y menos ante una ciudadanía observante y movilizada. Necesitamos, por tanto, de una formación transdisciplinaria y pluralista para la complejidad y la democracia que sea capaz de “aprender a gestionar esas incertidumbres que nunca pueden ser completamente eliminadas y transformarlas en riesgos calculables y en posibilidades de aprendizaje” como dice Daniel Innerarity. Esto nos lleva a pensar, por tanto y más allá de los aportes hechos, de los años de existencia, de la sumatoria de materias, de la cantidad de egresados, incluso del deseo de superación de sus gestores, que la oferta académica para la formación académica en defensa es al menos deficiente en Chile desde una perspectiva académica real.