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¿Qué falta en Chile? ¿Más poder, autoridad o liderazgo?: la agonía de la autoridad II Opinión

¿Qué falta en Chile? ¿Más poder, autoridad o liderazgo?: la agonía de la autoridad II

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Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
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En la columna La Agonía de la Autoridad (I) ¿Qué está pasando?, comenté que algunos creen que este problema es nuevo y exclusivo de Chile. No es así. Viene desde mediados del siglo pasado en distintas partes del mundo. La crisis se evidenció primero en la educación. Pero en las décadas recientes la anomia, la violencia y la cancelación se han agudizado mucho en los niños, adolescentes y jóvenes, dificultando aún más el ejercicio de la autoridad. Incluso sucede en las mejores universidades norteamericanas.

Para combatir la “agonía de la autoridad” debemos saber de qué hablamos, qué falla y cuáles son sus causas. El poder, la autoridad y el liderazgo no son lo mismo. A veces se superponen pero son tres tipos de relaciones de mando y obediencia. Pero como hay miles de definiciones y aproximaciones teóricas a cada una, para hacerlo simple las  explicaré a mi modo.  

El poder “a secas”, es la posibilidad de mandar o subordinar a otros, que obedecen por la coacción o la fuerza del que manda. Por ejemplo, el poder de una dictadura; o del que dirige una organización jerarquizada en que el superior manda y el subordinado tiene que agachar el moño y obedecer, o lo castigan, como sucede en un ejército o una congregación religiosa.  

La autoridad, en cambio, es un concepto diferente. Es la que nosotros le atribuimos a otro para que nos mande y la obedecemos por consentimiento, voluntariamente, por su legitimidad y su capacidad para persuadirnos. Excepcionalmente debe recurrir a la fuerza o la coacción para hacerse acatar. Por ejemplo, las autoridades elegidas democráticamente. 

Pero hay otra mirada de la autoridad, mucho más rica, valiosa y relevante. Lamentablemente si no sigue agonizando ya está muerta. Nació en Roma, donde se distinguía entre quien tenía la autoritas (autoridad) y el que tenía la potestas (poder). La autoritas la tenía quien poseía sabiduría, conocimientos, prudencia o experiencia, y era socialmente reconocido por ello. La potestas, en cambio, la tenía quien ostentaba y ejercía el poder fáctico con capacidad de coacción y fuerza. El que tenía autoritas no tenía poder o potestas, pero era consultado, escuchado y respetado a la hora de tomar las decisiones.

Para ejercer este segundo tipo de autoridad (compatible con la primera) se necesita prestigio moral, intelectual, político, gran capacidad técnica u otra. A esta autoridad la obedecemos más que al que tiene el poder “a secas” y más que al que tiene la autoridad por haber sido elegido. Yo la llamo la autoridad del mérito, de la ética o la excelencia.

A esta autoridad la respetamos mucho, merece nuestra obediencia natural. Muestra coherencia entre su vida, su ética y su discurso; no tiene doble estándar, aplica la misma regla para sí que para otros; no cambia de opiniones con la dirección del viento; es confiable, honesta y recta; cumple sus compromisos; es experimentada y muy bien preparada; es sabia y prudente. Tuvimos cientos, si no miles, de este tipo de autoridades en Chile, trabajando en la política, el Estado, la educación, en las FF.AA., en los grandes proyectos de ingeniería, en empresas públicas y privadas, particularmente entre 1930 y 1973. Fueron personas notables. Ha habido algunas después y ahora, pero hay que buscarlas con lupa. Tampoco todas esas características se reúnen en una sola persona, porque entonces sería Dios, santo o Premio Nobel. Pero al menos hay que tener algunas de esas virtudes y ello es compatible con ser la autoridad elegida democráticamente. Ojalá postularan para ser elegidos los que las tienen, pese a que vivimos tiempos de una profunda crisis moral.

El liderazgo, por último, es una tercera categoría de relación de mando y obediencia. El líder es capaz de convocar y dirigir a otros ocupando su convicción, su carisma y capacidades de organización. Influye y logra que lo sigan, con entusiasmo y adhesión. Dirige para alcanzar metas claras. Sus objetivos obedecen a visiones e ideas que el líder gesta y transmite con claridad a quienes lo siguen y que luego desarrolla y perfecciona con ellos.

¿Y el líder nace o se hace? Algunos dicen que el liderazgo es una condición natural o genética. Es decir, que es parte del carácter y la personalidad de algunos. Otros, como quienes hacen cursos de liderazgo en universidades de todo el mundo, transmiten la idea de que todos podemos ser líderes, dándonos herramientas para convertirnos de seres comunes y corrientes a líderes, aunque no hayamos nacido con tal carácter. 

Yo diría que no es lo uno ni lo otro. El liderazgo, creo yo, es una condición del carácter humano bastante natural y probablemente genética que tienen algunas personas, pero que puede estimularse y desarrollarse. A veces florece ese liderazgo en momentos claves. Otras, no se expresa nunca y queda opacada por circunstancias del azar u otras. Pero desde la Antigüedad, los líderes naturales y potenciales eran preparados desde temprano con herramientas para desarrollar sus capacidades. Qué mejor ejemplo que Alejandro Magno, el gran conquistador, hijo del rey Filipo de Macedonia. Alejandro fue preparado desde niño por su padre y otros a quienes se lo encargó. Entre otros, en los asuntos intelectuales, durante cinco años fue preparado nada menos que por el filósofo Aristóteles. ¡Vaya profesor!

¿Y tú qué opinas? ¿Actualmente qué está fallando en Chile? ¿Nos falta  más poder, más autoridad o más liderazgo?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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