Publicidad
En contra de lo revolucionario (respuesta a Roberto Pizarro) Opinión

En contra de lo revolucionario (respuesta a Roberto Pizarro)

Renato Cristi
Por : Renato Cristi PhD. Professor Emeritus, Department of Philosophy, Wilfrid Laurier University.
Ver Más

Cuando adhiero al reformismo en ningún caso pienso que las reformas van, ellas mismas, a corregir el curso de esas prácticas. Pienso que el país no se reconstituirá en virtud de un documento. En 1974, Jaime Guzmán propone cambiarles la mentalidad a los chilenos. Y eso lo logra la dictadura.


En su columna “El imperio del sistema”, Roberto Pizarro describe al capitalismo como un sistema autónomo que opera mecánicamente al margen de la voluntad de los individuos. En Chile, según él, el paso del tiempo ha fortalecido el imperio de ese sistema en la mentalidad de la gente. Frente a esto, el reformismo no podría hacer otra cosa que “darle una forma más sofisticada o amistosa” al sistema, catalizando “su enraizamiento en el inconsciente colectivo”. Lo único que le cabe al reformismo es honrar al sistema y venerarlo, “porque piensa que es incontrovertible cual dios o Leviatán”.

El reformismo, según Pizarro, se funda en una falacia. En ella incurren “todos quienes piensan que lo más sensato es siempre operar sobre lo que está dado”. Para refutarla, Pizarro aconseja pensar en Hobbes, el “arquitecto del Leviatán”, quien lo concibió como un “monstruo mecánico”, como un sistema artificial que podría ser fácilmente paralizado o ralentizado. Su parálisis permitiría “emprender una auténtica transformación, algo completamente nuevo”, que sería una lección en “emancipación y libertad”. Aunque Pizarro no lo dice explícitamente, se podría así evitar la inercia conservadora del reformismo y abrirle camino a un constitucionalismo revolucionario, pues no sería posible superar el neoliberalismo con reformas, sino solo por medio de una revolución.

Apelar a Hobbes como paradigma para iniciar en Chile una transformación revolucionaria me parece una propuesta enigmática. Si se supone que la Guerra Civil en Inglaterra (1640-1660) fue una revolución, Hobbes no sirve como paradigma, porque es contrario a quienes luchan por derrocar a Carlos I para establecer una república. Describe la Guerra Civil como una “rebelión”. Usa el término “revolución” solo una vez en el Leviatán. en su último párrafo, y una vez también en el Behemoth al final de este libro. En ambos casos “revolución” tiene un sentido astronómico, denotando el movimiento circular de los astros. Hay así un movimiento circular de la soberanía monárquica que comienza con el derrocamiento Carlos I y termina con la restauración de Carlos II. Se cierra el círculo, sin dar lugar a una nueva creación.

No sirve Hobbes como paradigma de creación revolucionaria. Para Hobbes la Guerra Civil es una “rebelión”. Presenta a su Estado leviatán como vencedor del behemoth, monstruo bíblico que encarna al estado de naturaleza, es decir, la guerra y la rebelión. Siente profunda aversión por los puritanos rebeldes y reserva todo su afecto para sus víctimas: la aristocracia y Carlos I, cuya decapitación compara horrorizado con la muerte de Cristo.

¿Cómo se entiende “revolución” hoy en día? No como Hobbes, sino como la entienden los revolucionarios franceses. El poder constituyente del pueblo crea algo nuevo que rompe radicalmente con el orden existente. No se trata ya de una rebelión, o de una revolución circular; es la creación de un nuevo orden lineal. En Chile, ese nuevo orden revolucionario es el neoliberalismo que se consolida constitucionalmente en 1980. A partir de 1973 comienza una reconstitución de las relaciones sociales por medio de prácticas promercado (liberación de precios, eliminación de aranceles, reducción de impuestos). Cuando esas prácticas se generalizan, la Constitución de 1980 puede asegurar que esa reconstitución sea efectiva.

Pizarro afirma, con razón, que “en nuestro país perduran de forma exacerbada, ya prácticamente como virtudes, el individualismo, la vanidad, el esfuerzo que se pretende autosuficiente, el ‘emprendedurismo’ empresarial, la competencia…, el consumismo y la mercantilización de bienes elementales…”. Advierte que estas son “lógicas instaladas que no han hecho más que sofisticarse en el curso de las décadas, al tiempo que se acrecienta su imperio”. El reformismo no podría hacer otra cosa que “darle una forma más sofisticada o amistosa” al sistema.

Cuando adhiero al reformismo en ningún caso pienso que las reformas van, ellas mismas, a corregir el curso de esas prácticas. Pienso que el país no se reconstituirá en virtud de un documento. En 1974, Jaime Guzmán propone cambiarles la mentalidad a los chilenos. Y eso lo logra la dictadura. En 1980, cuando la nueva Constitución establece en su Art Nº 19, inciso 9, que “cada persona tendrá el derecho a elegir el sistema de salud al que desee acogerse, sea este estatal o privado”, esto se acepta como la cosa más natural del mundo.

Un editorial de El Mercurio del 2 de octubre de 1973 reconoce que “sería erróneo creer que los países se constituyen en virtud de un documento jurídico”. Por ello, recomienda, como tarea fundamental y primera, la “reconstitución” del país. Tiene razón ese editorial en declarar que “el país no se reconstituirá a partir de un documento”, que las constituciones más sabias y exitosas “surgen del espíritu más que de la letra”. El joven Marx afirma algo parecido: “Tal como la religión no crea al ser humano, sino que el ser humano crea la religión, así la Constitución no crea al pueblo, sino que el pueblo crea la Constitución”. De ahí que sea utópico pensar que un documento jurídico abstracto pueda crear un nuevo pueblo, y cambiar la institucionalidad y mentalidad de un país.

El país podrá reconstituirse, no a partir de la letra utópica de un constitucionalismo revolucionario, sino más bien a partir de un nuevo espíritu, de una nueva mentalidad. Lo concreto, hoy en día, es confiar en que una reforma tributaria progresista permita generar una nueva mentalidad solidaria en salud, educación y seguridad social, concordante con el Estado social de derechos de nuestra tradición constitucional bicentenaria. Con la mirada puesta en esa tradición, interrumpida revolucionariamente en 1973, habría que alentar ahora un constitucionalismo reformista.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias