
El caso del fallido edificio de Neurociencia de Valparaíso
El caso del fallido edificio del Centro de Neurociencia en el barrio puerto de Valparaíso, devela de manera perfecta el Estado del arte de la ciudad patrimonio de la humanidad.
Érase una vez, un edificio que iba a ser en colores de vanguardia, que se construiría en el corazón del casco patrimonial de Valparaíso, en el mismísimo terreno donde sesionó el primer Congreso Constituyente del país, es decir, en ese perímetro que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En el barrio puerto, la Universidad de Valparaíso iba a construir el instituto de neurociencia más moderno del continente, una inversión que, además, iba a ser el punto de reactivación para el alicaído sector que, hoy, más que un sitio de resguardo mundial, parece una calle de Polonia posterior a la caída del régimen nazi.
Hace siete años atrás, el edificio de neurociencia (nuestro cuento de hadas) era presentado al calor de cocteles, maquetas y anuncios comunicacionales, donde posaban: el rector, el cura, el alcalde, parlamentarios y autoridades varias de Valparaíso. Como en un cuento de hadas, el anuncio hizo ilusionar a los habitantes del sector, quienes hasta soñaban con aquel edificio que fue tantas veces presentado, a través de una maqueta en colores, por quienes, en ese entonces, se presentaban como responsables de la reactivación de la ciudad con esa sonrisa bonachona propia de los que usan el aparataje público para vender ilusiones y luego se marchan, sin la tarea cumplida, trasladándose a otros suculentos destinos del aparataje público.
Esta semana, el Ministerio de Obras Públicas, la Universidad de Valparaíso y el Gobierno Regional confirmaron, a través de la prensa local, el abrupto final de las obras de lo que iba a ser el edificio de un Centro de Neurociencia de vanguardia mundial. Las autoridades confirmaron algo que se sabía desde hace rato en los roídos pasillos del poder regional: las obras no continuarán, pues se encontraron hallazgos arqueológicos en medio de los trabajos. Y claro, cuando aparecen hallazgos arqueológicos, emerge el Consejo de Monumentos Nacionales con su anacrónica Ley de Monumentos Nacionales, bajo el brazo.
En concreto, la aparición de estos hallazgos (supuestamente pre colombinos) y la correspondiente exploración arqueológica del Consejo de Monumentos (que, por supuesto, demanda el trabajo de profesionales de la arqueología para esa labor de exploración) comenzaron a alterar el presupuesto de esta obra, subiéndolo de $10 mil millones a $20 mil millones de pesos, algo que no estaba contemplado en el presupuesto inicial y que terminó con la empresa que se había adjudicado el trabajo, declarándose en quiebra.
Fue así como el cuento de hadas se convirtió, una vez más (al igual que con las promesas de ampliación del puerto, de repoblamiento del plan y del tren que llegaría desde la capital), en un
brusco despertar para Valparaíso, uno donde los pocos vecinos que aún siguen habitando el plan de la ciudad, se despertaron percatándose que había sido un sueño lo que aquel señor institucional les prometía, desde una maqueta dorada: subir la plusvalía de un barrio que lleva el timbre de la UNESCO entre los escombros patrimoniales.
El caso del fallido edificio del Centro de Neurociencia en el barrio puerto de Valparaíso, devela de manera perfecta el Estado del arte de la ciudad patrimonio de la humanidad, pues no deja de ser sintomático que, la misma institucionalidad patrimonial y cultural, ubicada a pocas cuadras del hallazgo en cuestión, no hubiese sido capaz de destrabar, políticamente, el problema. No deja de ser curioso, pues en unas pocas cuadras del plan de la ciudad de Valparaíso se reparten oficinas la institucionalidad patrimonial, el Gobierno Regional, la alcaldía, el Congreso y la Universidad.
Entonces, con todas las cartas en la mesa y con el fin del proyecto confirmado y publicado en los medios (para algunos hubiese sido mejor que todo se extinguiera sin pena ni gloria), vendría bien hacer algunas preguntas sobre el caso del fallido edificio: ¿habrá costado mucho generar una solución política entre los involucrados institucionales? ¿cuánto demorarán los arqueólogos de Santiago en levantar los hallazgos arqueológicos que aparecen cada vez que se construyen líneas del metro? ¿demorarán tanto como en los hallazgos de Valparaíso? ¿el sector puerto de Valparaíso: es mejor o peor barrio desde que fue reconocido por la UNESCO?
Lo cierto es que, en este caso y tal como lo declarara el rector de la Universidad de Valparaíso, Osvaldo Corrales “no se rescató el patrimonio arqueológico, ni se recuperó el edificio, ni se contribuyó a la ciencia. Sólo se preservaron las ruinas”. Y es que ese parece ser el futuro de la ciudad: un museo de ruinas, de sitios eriazos y de boliches roídos donde se mezclan los fantasmas de un pasado glorioso, con los zombis de un presente ruinoso.
No cabe duda que, más temprano que tarde, en ese sitio eriazo del barrio puerto, donde pudo estar construido un Centro de Neurociencia de nivel mundial, algún perro quiltro del sector se topará con un huesito pre colombino y lo devorará, sin saber de su valor patrimonial. Para entonces, ya no estarán los severos arqueólogos institucionales, pues sus oficinas se ubican en la capital, cerca del metro, quizás de la línea 8 o 9 de esa moderna máquina que traslada, sin culpas ni reparos, a los arqueólogos del futuro.
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