
“Querí tooodo!”
Réplica a columna “Consumo morbo: sobre el fenómeno del ‘Torneo de Cell’”.
Cuando Umberto Eco, en una de sus últimas entrevistas, dijo que las redes sociales darían lugar a la invasión de los idiotas, al permitirles tener voz, opinión e influencia –igual que un Premio Nobel–, tenía razón. En “Consumo morbo: sobre el fenómeno del Torneo Cell”, el columnista no hace más que reiterar lo que, hace una década, había dicho ya el filósofo.
Lo llamativo –y he ahí el interés de mi respuesta– es su afán por moralizar y pontificar éticamente sobre el contenido que se ofrece en redes sociales y, además, respecto al comportamiento que deberían asumir los consumidores de contenidos humorísticos, en una actitud claramente apocalíptica y censora, como si se tratara de aquel personaje de la novela de Eco, “el venerable Jorge”.
A lo largo de la Historia, la irrupción de tecnologías ha ido poniendo en jaque la convivencia humana. Y resulta interesante constatar cómo esa irrupción ha desafiado ciertos dogmas que sustentan la regulación del comercio sobre bienes considerados personalísimos o fundamentales, tales como el acceso al conocimiento, la libertad de expresión, la privacidad o el derecho a la imagen.
Con la irrupción de internet, por ejemplo, los dogmas de la industria musical y del cine se derrumbaron en el preciso momento en que la digitalización del sonido y la imagen demostró que los altos precios que se pagaban por el acceso, a este tipo de obras, ya no tenían justificación alguna en un modelo capitalista.
Con la imagen humana ocurrió algo tanto o más fascinante, pues desde el Ius Imaginum hasta la irrupción de la fotografía, en el siglo XIX, el retrato humano era un auténtico privilegio político y social. Y es precisamente esto lo que releva y conflictúa la columna “Consumo morbo…”, es decir, el ascenso social por intermedio de las actuales redes sociales.
Sepa el lector que, hasta la irrupción de las cámaras incorporadas en los teléfonos celulares, la posibilidad de retratarse o retratar a otro seguía siendo un privilegio. Lo anterior, sumado a la aparición de las redes sociales, solo vino a democratizar la creación, uso y abuso de la imagen humana, poniendo en jaque a quienes controlaban, hasta ese momento, la industria de los contenidos basados en imágenes o retratos de personas.
Qué existan personas o empresas que utilicen a humanos, animales o cosas para hacer reír a multitudes, sin duda es discutible y hasta reprochable. En su columna “Consumo morbo…”, el autor hace referencia precisamente a los límites del humor e, incluso, a la autonomía o capacidad jurídica de quienes se exponen en redes sociales. Sin embargo, lo que realmente devela el columnista es su desesperación por la pérdida de control de dicha industria y, más concretamente, la ausencia de los tradicionales censores, editores, productores y empresarios de este tipo de industria.
Claramente –y ahí sí coincido con el columnista–, el consumo de ese tipo de contenido evidencia cierta decadencia social chilena. El problema es que se trata de una crítica sesgada, pues se extraña mismo cuestionamiento al contenido que ofrece actualmente la industria televisiva chilena, una industria regulada –con ejecutivos, editores, productores, publicidad, etcétera–, pero que ofrece contenidos farandúlicos tanto o más decadentes que el denominado “Torneo Cell”. Paradójicamente, desde hace rato que este torneo viene nutriendo de contenido a la televisión de este país.
No es dable impedir la democratización en el acceso a ciertos bienes ni, mucho menos, favorecer el monopolio de las industrias. En el caso de los influencers, por ejemplo, el Servicio de Impuestos Internos así lo ha entendido. Obviamente hay muchos aspectos que discutir en torno al contenido que ofrece la industria chilena dedicada al entretenimiento –incluyendo la ya regulada–, pero no es justificable caer en la discriminación ni en el roteo.
Tras leer “Consumo morbo…”, me fue inevitable recordar aquella columna –tristemente célebre– “Bueno”, de Eugenio Tironi, en donde el sociólogo denunciaba su ajenidad ante tantos “morenos, bajos, algo entrados en carnes, con shorts y camisetas de la U o del Colo-Colo, que salían de los baños con la cabeza mojada para combatir el calor antes de reingresar a sus vehículos”. Si se encontraran frente a frente con René Puente, de seguro les reprocharía: “Querí tooodo!!”.
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