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40 años del ingreso de España en la UE: la integración importa Opinión

40 años del ingreso de España en la UE: la integración importa

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Héctor Casanueva
Por : Héctor Casanueva Investigador del IAES, Universidad de Alcalá y Coordinador de la Cátedra de Prospectiva y Relaciones Internacionales del IEI, Universidad de Chile
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España quintuplicó sus exportaciones, multiplicó la inversión extranjera directa y ha duplicado su PIB por habitante, aunque no alcanza todavía la media de la UE.


Por la gran cercanía histórica, cultural, social y política que tenemos con España, es interesante apreciar lo que ha significado su incorporación al proceso de integración europea, tanto para el país como para la propia UE. Ambas partes, que ya son una, han ganado y todo indica que la integración genera beneficios mutuos por las sinergias que produce. Un ejemplo vivo bien articulado de algo tan elemental como que la unión hace la fuerza, algo que todavía tenemos pendiente en América Latina.

Hace 40 años, el 12 de junio de 1985, España oficializó su adhesión a la Comunidad Europea, hoy Unión Europea (UE), concretando su plena incorporación el 1 de enero de 1986, luego de un largo y complejo período de negociaciones y de vencer la resistencia de algunos de los miembros fundadores. Había solicitado oficialmente su ingreso en julio de 1977, recién restaurada la democracia.

El régimen de Franco nunca pudo conseguirlo, como tampoco pudieron hacerlo las dictaduras de Grecia y Portugal hasta que tuvieran regímenes democráticos, ya que una de las condiciones para ser miembro de la Unión es gozar de plena democracia y un Estado de derecho en forma y fondo. Es una condición que está contenida junto a otros requisitos en los llamados “criterios de Copenhague” de naturaleza política, económica e institucional, que han sido clave en los procesos de adhesión de los países de la antigua Unión Soviética, algunos todavía pendientes debido a que subsisten carencias en su Estado de derecho, libertades democráticas, derechos humanos, sistema económico de mercado y capacidades institucionales.

Ucrania, por ejemplo, candidata al ingreso desde antes de la guerra, no ha logrado cumplir con los estándares exigidos por la UE y sigue, pese a la situación que vive, procurando adaptarse a las condiciones que le permitan adherirse, un paso clave en términos de seguridad y restauración una vez terminado el conflicto. 

Al producirse el ingreso de España, en simultáneo con Portugal, la Comunidad Europea estaba compuesta por 10 países: los fundadores Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Luxemburgo y Holanda, más el Reino Unido, Irlanda, Dinamarca y Grecia. Con la incorporación de España y Portugal se configuró la “Europa de los 12”, reequilibrando la composición geográfica, demográfica, cultural y geopolítica de la Comunidad, ya que con la Península Ibérica, más Grecia e Italia, el Sur de Europa, ribereño del Mediterráneo, frente a los países del Magreb, adquiere un peso estratégico mayor en el conjunto.

España con su incorporación amplió asimismo, junto con Portugal, la proyección latinoamericana de la UE, impulsando tanto desde la Comisión como desde el Parlamento Europeo una asociación estratégica entre ambas regiones, plasmada en 1999 en Río de Janeiro. España ha sido sede de dos de las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y el Caribe y de la UE, en las que se lograron grandes avances en cooperación al desarrollo, diálogo político y relaciones comerciales.

Cabe señalar que antes de la firma del Tratado de Adhesión, España planteó el tema de América Latina como una de sus prioridades y, en consecuencia, se firmaron dos documentos anexos al Tratado y al Acta de Adhesión, dejando establecida dicha prioridad, uno con Portugal y otro solo de España sobre América Latina. Dichas intenciones españolas se concretaron pronto en medidas en favor del alivio de la deuda externa latinoamericana, en la preparación de acuerdos avanzados de cooperación y en materia presupuestaria, en la separación de una línea específica de financiamiento para programas en América Latina.

Esto, además de la intensificación del diálogo político para la paz en Centroamérica y con el Grupo de Río, antesala de la asociación estratégica establecida años más tarde.

Asimismo, en las dos presidencias del Consejo Europeo que le ha correspondido asumir según el sistema rotatorio de la UE, América Latina y el Caribe han estado presentes como prioridad de la agenda. De hecho, en el segundo semestre de 2023, fue posible por gestión española recuperar el diálogo político que se había interrumpido desde 2015, celebrar la III Cumbre CELAC-UE en Bruselas y reiniciar esta diplomacia de alto nivel. La IV CELAC-UE se realizará en Colombia en noviembre próximo.

De los 68 años del proceso de integración, España lleva mucho más de la mitad. Entrar en Europa era en ese momento la oportunidad para consolidar y proteger su democracia, fortalecer su economía accediendo a un gran mercado, modernizar la industria, el sector financiero, la agricultura, los servicios, la convergencia con la innovación y el avance tecnológico y los sistemas educativos, adaptar su institucionalidad pública a los estándares europeos y beneficiarse de los fondos de desarrollo regional y de cohesión de la Comunidad destinados a promover el crecimiento, la infraestructura, y los programas sociales, una de las características y ventajas del proceso de integración europeo.

Ingresó en un momento refundacional, de profundización y de ampliación, que continúa hasta nuestros días. Baste señalar que al mes siguiente de su incorporación, se firmó el Acta Única Europea, un momento histórico, que estableció el objetivo de crear un Mercado Único para el 1 de enero de 1993, amplió las competencias de la Comunidad y fortaleció el papel del Parlamento Europeo. Se produce pronto la primera reforma de los Tratados de Roma, y en poco tiempo se crea el Mercado Único, se transforma la Comunidad Europea, de naturaleza principalmente económica, en la Unión Europea, mediante el Tratado de Maastricht, echando las bases de una política exterior y de seguridad común (PESC), la cooperación en materia de justicia e interior, de la Unión Económica y Monetaria y la moneda única, el euro, que se introduce en 1999 y comenzó a circular en 2022. 

En estos cuarenta años se han producido grandes acontecimientos políticos y estratégicos para Europa y el mundo: la caída del Muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética y la unificación alemana, marcando el fin de la Guerra Fría, son un ejemplo. La pandemia, la agresión rusa a Ucrania, la guerra de Gaza, las crisis de Siria, Sudán, y en otras latitudes pero con repercusiones globales, el ataque a las Torres Gemelas, y en otro orden de cosas la revolución tecnológica, Internet, la inteligencia artificial, la emergencia de China y la India como actores y competidores globales, el Brexit, son otros de los hechos que marcan estos cuarenta años.

La UE pasó de 12 a 27 miembros, el Tratado de Lisboa profundizó aún más el proceso de integración y el fortalecimiento de las instituciones comunitarias, para avanzar en la unión política, si bien actualmente cuestionada desde algunos sectores euroescépticos y ultranacionalistas. Hay abierto desde hace tiempo un debate entre la profundización del proceso mediante una opción federalista o un retroceso hacia un diseño intergubernamental.

Hasta el momento la UE avanza por el camino del medio, pero consciente la gran mayoría de que en las actuales circunstancias globales, y en especial con la arremetida de la administración Trump 2, se necesita profundizar el proceso, la cohesión y la unidad política, con más integración, más competitividad, más seguridad y más capacidad de actuación global.

La composición del Parlamento Europeo así lo demuestra: más del 70% de los escaños corresponde a partidos europeístas. Pero la UE sigue siendo, en este sentido y a pesar del alto grado de integración, de las políticas comunes y su creciente institucionalización, lo que Delors llamaba un “OPNI”: un objeto político no identificado. 

El balance de estos 40 años con España dentro de la UE se muestra muy positivo para el país, pero también para Europa, demostrando que siempre la integración es el mejor camino al desarrollo, la paz y la cooperación. Así se puede concluir de sendas publicaciones del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo: “La aportación de España en la Unión Europea”, que presenta un enfoque político e institucional, y “España en la Unión Europea”, con un enfoque principalmente económico. Igualmente fue posible comprobar por un análisis en profundidad realizado en un evento celebrado en El Escorial, en el marco de los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid.

Un encuentro que contó con la participación de periodistas, académicos y graduados universitarios, junto a muchos de quienes fueron protagonistas del proceso de adhesión, de la adaptación a los cánones del mercado europeo y de la incorporación en las instituciones comunitarias.

España quintuplicó sus exportaciones, multiplicó la inversión extranjera directa y ha duplicado su PIB por habitante, aunque no alcanza todavía la media de la UE. Al mismo tiempo, España aporta el 50% del crecimiento y el 30% de los nuevos empleos en la Zona Euro. Ha aumentado en más de diez años la esperanza de vida, transformado completamente su industria, liberalizado los sectores financiero, energético y de servicios, ha pasado a tener una balanza exterior positiva en agroindustria, sus empresas se integran a través de la UE en las cadenas globales de valor, se beneficia de los programas marco de I+D+i en el ecosistema europeo de investigación, y ha vivido una fundamental convergencia normativa con principios y reglas de la UE en lo económico, social y de protección a los derechos ciudadanos. 

España, en estos 40 años, también ha hecho notables aportes para profundizar la integración, especialmente en los desarrollos normativos y la introducción de principios sociales y políticos. Por ejemplo, en el Tratado de Maastricht, por iniciativa directa española se incorporan cuatro temas sociales que no estaban antes en los Tratados: educación, cultura, protección de los consumidores y salud pública. El programa Erasmus, impulsado y concretado por el español Manuel Marín en sus funciones de comisario europeo, ha propiciado en sus distintas versiones la movilidad de 16 millones de estudiantes universitarios, una formación a la que se añade la integración en una “cultura europea”, de convivencia y diversidad, base de una cultura de paz que, justamente, rechaza la agresión rusa a Ucrania y todo tipo de guerra.

España reforzó, también, la idea de la ciudadanía europea con derechos concretos, y la necesidad de la cohesión económico-social con todas sus consecuencias en políticas, instrumentos y normas para promover el bienestar y la seguridad de las personas en toda la UE a lo largo de estos años.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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