
Pensar la democracia a largo plazo
Observar lo ocurrido solo por los consensos políticos de los mandatarios que concurrieron a Santiago es recortar mucho el análisis de todo lo vivido y la convocatoria lograda. Se fue más allá de la tarea encomendada, se pensó en la democracia a largo plazo.
Lo ocurrido en Chile este lunes 21 y martes 22 de julio no es un momento circunstancial que solo cabe evaluarlo con referente de corto plazo y cálculos electorales. Fue algo tan trascendente en convocatoria y mirada larga como aquel esfuerzo de Chile en 1991 que impulsó, en el marco de la OEA, el Compromiso de Santiago con la Democracia. O, si otros lo recuerdan, la forma como Chile conmemoró, en ceremonia en el Congreso Nacional en 2011, con discurso del Presidente Piñera, los diez años de vigencia de la Carta Democrática, instrumento aún clave en este hemisferio para exigir la vigencia de la democracia plena o condenar a quienes la socaban.
Por cierto, en los noventa el desafío era reforzar la democracia para no volver atrás, a los tiempos de las dictaduras que antes habían dominado en la región. Democracia, libertad, participación ciudadana plural. Eran los temas dominantes. Ahora, cuando ya se cumple el primer cuarto del siglo XXI, el desafío no es solo defender aquellos valores y los derechos humanos, sino construir defensas para una democracia que es asediada por el revivir del autoritarismo vertical, por las noticias falsas inundando las redes y por los nuevos desafíos en la relación poder y ciudadanía dentro de la Era Digital.
En ese marco, tiene mucha fuerza la frase del Presidente Boric cuando, en su declaración, dice que se trata de “pensar la democracia a largo plazo”. Pensar es imaginar, es tratar de intuir por donde irá la democracia del 2050 o más allá. Los cambios que vive la humanidad tienen una celeridad nunca vivida así en su historia. La institucionalidad para el ejercicio de la política y el ordenamiento de las sociedades está bajo cuestionamiento.
Eso al interior de los países de la América Latina, pero también en el resto del mundo. Por eso surgió la idea de darle una profundidad y sentido mayor a la tarea encomendada a Chile, tras la reunión de septiembre 2024 en Nueva York, organizada por España y Brasil.
Porque cabe recordar cuál es el origen de las jornadas vividas ahora en Chile. El 24 de septiembre de 2024 se reunieron en Nueva York, en paralelo a la Asamblea General de la ONU, los líderes y representantes de Barbados, Cabo Verde, Canadá, Chile, Colombia, Francia, Kenia, México, Noruega, Senegal, Timor Oriental y Estados Unidos, así como el entonces presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y el secretario general adjunto de las Naciones Unidas, para debatir sobre las amenazas a la democracia y la libertad que plantean los movimientos extremistas en distintas partes del mundo.
Allí quedó claro que se volvería a trabajar en el tema, ya con más elementos de análisis en septiembre próximo, 2025. Y se decidió que existiría una reunión intermedia, tarea que cayó en las manos de Chile. En un diálogo por Zoom, hacia fines de febrero, de los mandatarios que ahora estuvieron en Chile, se definieron los ejes esenciales de sus preocupaciones.
Por cierto, en febrero 2025 había una circunstancia nueva, la llegada del presidente Trump a la Casa Blanca y la puesta en marcha de una política de creciente distancia con aquel orden internacional surgido tras la Segunda Guerra mundial, como también de las cuatro décadas de globalización y libre comercio mundial. Pero la complejidad no solo está allí. Trump termina en 2029 y ya se verá qué deciden los ciudadanos norteamericanos y su democracia.
En la mirada del Presidente de Chile el horizonte va más allá. Es aquel del escenario de desafíos que la democracia enfrenta ahora y le esperan en los años venideros. Porque a la democracia en el siglo XXI le cabe desplegarse en medio de transformaciones significativas, con la urgencia de adaptarse a nuevas realidades como la globalización, la tecnología y la creciente desigualdad.
Se debate sobre su eficacia, representación y legitimidad, especialmente en un contexto de descontento social y auge de populismos. La tecnología, si bien ofrece nuevas vías de participación, también presenta riesgos como la desinformación y la vigilancia. Saber ver las amenazas de una derecha extrema y sentir la resonancia de la frase dicha por la embajadora de Alemania en Chile: “No cometer el mismo error que cometimos en 1932”.
Por eso, porque la convocatoria de reflexión fue mucho más allá del encuentro de los presidentes, es que cabe considerar esos dos días como un gran aporte de Chile a los momentos de complejidad política que vive el mundo.
Primero estuvo lo vivido en la Universidad Católica de Chile, con el seminario “Apoyo a la Democracia en un nuevo orden global: Amenazas y estrategias a futuro”. Allí fue valiosa la presencia del español Daniel Innerarity, filósofo, ensayista y catedrático de filosofía política, de fuerte influencia internacional. No fue poco lo que quedó flotando como análisis cuando dijo: “La democracia está en crisis no solamente por culpa de los malos, sino por culpa de los males”.
Claro, existen los malos, los que socaban, distorsionan o amenazan la democracia, pero también existen los males que derivan de un tiempo donde las desigualdades persisten, aquellas que la globalización vivida hasta ahora no logró dejar atrás, más bien incrementó su presencia, generando olas de migración, decepción política de las clases medias, incertidumbre en el mundo joven.
Allí en la Casa Central de esa universidad, con el Instituto de Ciencia Política como anfitrión, también estuvieron Pablo Stefanoni, historiador y jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad; Daniela Campello, profesora asociada de Política y Asuntos Globales de la Fundación Getulio Vargas; la expresidenta Michelle Bachelet, aportando toda la profundidad de su experiencia; y Marcela Ríos, directora regional del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), conmemorando allí sus 30 años de trabajo en el fortalecimiento de la democracia.
El martes 22, la cita fue en la Universidad de Chile con el panel “El futuro de la democracia, ¿por qué importa?”, con la exposición de Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía y profesor en la Universidad de Columbia; Ha-Joon Chang, economista surcoreano, profesor en la Universidad de Londres; Anya Schiffrin, investigadora en desinformación digital y libertad de prensa, y profesora en la Universidad de Columbia; Susan Neiman, filósofa y autora de La izquierda no es woke; y Jeanette Hofmann, investigadora en gobernanza digital, profesora en la Universidad Libre de Berlín. El propio Presidente Boric concurrió a ese debate, como parte de la audiencia.
Casi al mismo tiempo, tuvo lugar el conversatorio y workshop colaborativo “Gobernanza digital y gestión de la información en la era digital”, en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, con la participación de Nina Santos, secretaria adjunta de Políticas Digitales de la Secretaría de Comunicaciones de la Presidencia de Brasil; Diego López Garrido, exsecretario de Estado para la Unión Europea del Gobierno español; y Nicole Cardoch, subsecretaria General de Gobierno de Chile.
Y si se analiza el conjunto de entidades participantes, más allá de las de Chile como Horizonte Ciudadano o Chile21, estuvieron Fundação Lauro Campos e Marielle Franco y el Instituto Vladimir Herzog, de Brasil; la Fundación Liber Seregni, de Uruguay; el Centro Olof Palme, de Suecia; la Fundación Jean-Jaurès, de Francia; la Fundación Friedrich Ebert, Alemania; Oxfam Internacional, del Reino Unido; Open Government Partnership, de Estados Unidos.
Cuando se mira la fotografía de la diversidad de intelectuales y personalidades participantes en la reunión almuerzo con los presidentes, también con ellos el rector Carlos Peña, de la Universidad Diego Portales, surge la necesidad de calmar las aguas, poner a un lado los prejuicios circunstanciales e interesados y remarcar que esos dos días remarcaron la fortaleza de Chile cuando se trata de aportar cuestiones fundamentales al devenir del mundo.
Uno de nuestros principios como país es la democracia y esta vez lo remarcamos. Observar lo ocurrido solo por los consensos políticos de los mandatarios que concurrieron a Santiago es recortar mucho el análisis de todo lo vivido y la convocatoria lograda. Se fue más allá de la tarea encomendada, se pensó en la democracia a largo plazo.
*Directivo del Foro Permanente de Política Exterior
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