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La agenda oculta detrás de las tarifas de Trump contra Brasil y el mundo Opinión DW

La agenda oculta detrás de las tarifas de Trump contra Brasil y el mundo

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Carlos Monge
Por : Carlos Monge Periodista y analista internacional.
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Es complicado pensar que un enfado pasajero pueda llevar a Washington a poner en peligro la provisión hacia el país del norte de minerales estratégicos y “tierras raras” que Brasil posee en abundancia.


El mundo reaccionó ante estas medidas con una mezcla de estupefacción e incredulidad, pero a la larga se inició una suerte de “peregrinación” rumbo a Washington, donde representantes de los gobiernos y las empresas privadas extranjeras se agolparon ante los despachos oficiales, buscando, con la ayuda de lobbistas y a través de esforzadas negociaciones, aminorar el peso de estos aranceles.

Lo que provocó hasta un gesto burlón de parte del mandatario del cabello teñido con tonos anaranjados, quien, a comienzos de abril, en un evento del Comité Nacional Republicano del Congreso, se jactó de que varios países lo estaban llamando y, literalmente, “me están besando el trasero, se mueren por hacer un acuerdo (comercial)…”.

“Nuestro problema –añadió, desde el Despacho Oval– es que no podemos ver a tantos tan rápido”.

El resultado provisional, hasta el momento, de esta furia sancionadora es que, tanto para los países que consiguieron llegar a tratos específicos con el Gobierno norteamericano –como es el caso de China, Vietnam, Japón, Filipinas, Indonesia, Corea del Sur, Pakistán, la Unión Europea (UE) y Reino Unido– como en el de aquellos que no concordaron visiones comunes con Washington –como ocurrió con la India, Suiza, Sudáfrica o Venezuela–, los nuevos porcentajes tarifarios comenzaron a ser válidos desde las 0 horas del jueves 7 de agosto.

En América Latina, en particular, la norma general fue fijar tarifas que van desde el 10% para países con los que EE.UU. tiene una balanza comercial superavitaria, entre ellos, Chile, Colombia o Argentina, hasta un 50% generalizado que se impuso a Brasil (país con el que también tiene un amplio superávit) en represalia por el trato “injusto” que, a juicio de Trump, se le ha dado al expresidente Jair Bolsonaro, sometido a proceso por comandar una intentona golpista frustrada en enero de 2023. Medida que, en el caso específico de Brasil, luego fue suavizada al introducirse algunas “excepciones” que apuntaban a evitar daños autoinfligidos.

Las razones de fondo que mueven a Trump

Pero qué hay detrás de todo el arsenal argumentativo en torno a un “comercio justo” que esgrime Trump a la hora de blandir el látigo tarifario. Simplemente el deseo de hacer un “reseteo” completo del comercio internacional en el marco de la globalización desregulada o con bajas regulaciones, para ser más exactos, tal como la conocimos desde los años 1990 hasta 2017, para propiciar el regreso a un “neomercantilismo ad hoc”, inspirado vagamente en William McKinley, que gobernó EE.UU. entre 1897 y 1901.

Y a través de su implementación darle fuerza a una estrategia de desarrollo de las fuerzas productivas que permita reconstruir la alicaída industria estadounidense y generarle mejores condiciones de competitividad. Contribuyendo al mismo tiempo a traer de vuelta a EE.UU. los centenares de miles de empleos que se perdieron debido a la relocalización de las cadenas globales de creación de riqueza y de valor en la era de la globalización sin ataduras.

No está de más recordar que ya en su primer mandato (2017-2021) Trump usó el recurso arancelario para presionar con éxito a sus países vecinos, México y Canadá, e inducirlos a renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) de 1992, reformulado desde noviembre de 2018 como T-MEC o USMCA (por sus siglas en inglés), en términos que le favorecían, en particular en lo referido a los intercambios de acero y aluminio, pero cubriendo, además, una vasta agenda.

También utilizó ese instrumento con el fin de levantar barreras ante la ola de importaciones chinas y con objeto de imponerle a Beijing nuevas condiciones no solo en lo que concierne a aspectos comerciales sino también en su acceso a productos de alta tecnología –particularmente microchips, semiconductores y otros dispositivos– que pudieran tener un “doble uso” –vale decir, ser empleados en desarrollos de punta, tanto civiles como militares–.

Aunque los aranceles, como toda arma, suelen tener doble filo y externalidades positivas y negativas asociadas e inseparables. Así es como un informe de la Tax Foundation, dado a conocer en el Diario Financiero, indica que si bien las medidas arancelarias impuestas por Trump en el período 2018-2019, y mantenidas en buena medida por el Gobierno de Joe Biden, le reportaron al fisco de EE.UU. una recaudación adicional de US$79.000 millones, al mismo tiempo podrían reducir a largo plazo el Producto Interno Bruto (PIB) de ese país en un 0,2%.

Pero, claro, no es el largo plazo ni una mirada estratégica la principal preocupación de Trump en este instante, sino cómo asegurar una buena performance en las elecciones de medio término (midterm) previstas para noviembre de 2026 y en las que se elegirán cargos a nivel federal, estatal y local. Siendo la guinda de la torta, sin duda alguna, 35 de los 100 escaños que se renuevan en el Senado y las 453 bancas que forman parte de la Cámara de Representantes, junto con los gobernadores de 36 estados y tres territorios.

Dependiendo de la suerte que corran en esos comicios los candidatos republicanos y del mundo MAGA (Make America Great Again), será cómo Trump quedará posicionado frente a una eventual y anhelada reelección en su cargo en las presidenciales de noviembre de 2028.

Cuentas alegres

Por lo pronto, en todo caso, todo es júbilo y cuentas alegres dentro de su sector político, dado que los primeros efectos de la guerra comercial recargada impulsada por Trump y sus asesores no pueden ser, al menos en un recuento preliminar, más favorables. A la luz de los datos conocidos, el secretario de Comercio, Howard Lutnick, declaró en una entrevista concedida al canal Fox Business que, con la entrada en vigor de las nuevas tasas arancelarias que fueron fijadas a más de 90 países, “EE.UU. podría ver ganancias de hasta unos US$50.000 millones al mes”. E indicó que solo durante julio de este año las arcas del gobierno federal recibieron alrededor de unos US$30.000 millones en función de los gravámenes anunciados por Trump en abril.

El sonido de “clic/caja”, que acompaña a estas erogaciones, es miel para los oídos de un mandatario que enfrenta un apretado panorama presupuestario debido a un déficit público que no da tregua. Y que, en perspectiva, tiende a acrecentarse en la medida en que crece exponencialmente un gasto total en Defensa sin freno alguno (4,37 billones de dólares –trillones, según la nomenclatura anglosajona–, acumulados solo en el período 2021-2025).

Se estima que en el año fiscal 2024 el déficit fue de 1,83 billones de dólares, equivalentes al 6,4% del PIB estadounidense. Y para el año fiscal 2025, la oficina de presupuestos CBO proyecta un déficit similar, de US$1,9 billones, esto es, cercano al 6,2 del PIB. Otro dato alarmante: en los primeros ocho meses del año fiscal 2025 (es decir, desde octubre de 2024 hasta mayo de 2025), el déficit acumulado ya asciende a unos US$1,4 billones.

Y ello sin mencionar una deuda pública que ha superado por estos días los 37 billones de dólares por primera vez en la historia, dado que Trump puede emitir la cantidad de moneda o bonos de Tesoro que le parezca, al haber elevado el techo de la deuda tras la promulgación de la ley “One Big Beautiful Bill Act”, del 4 de julio. Y que es otra soga atada al cuello de la economía estadounidense.

Por qué tanta saña contra el Brasil de Lula

Con todo, y más allá de los primeros balances que por ahora dibujan una sonrisa indesmentible en el rostro de Trump y sus adláteres, cabe hacerse aquí la pregunta central que moviliza este análisis: ¿por qué se castiga con tanto encono, dentro de esta ofensiva general arancelaria, a un país como Brasil que, además de ser líder regional y una potencia media en ascenso –décima economía mundial, con un PIB nominal de US$2,3 billones en 2025, según estimaciones del Fondo Monetario Internacional–, es una pieza fundamental para la estabilidad y la seguridad hemisférica?

Las motivaciones son de diverso orden. Y tienen que ver con una compleja e intrincada trama de factores geopolíticos que se entrecruzan y exceden con largueza a las cuestiones meramente comerciales o económicas. La excusa, se sabe, es que Trump quiere que la Justicia brasileña, y en especial el juez Alexandre de Moraes, que instruye el proceso contra Bolsonaro, aflojen la presión sobre su amigo del alma –el único presidente de Brasil que visitó la sede de la CIA en Langley, Virginia, con foto incluida–, quien debería ser sentenciado antes de fin de año. Pero las verdaderas motivaciones van por otro lado.

Algunos analistas recordaron, a propósito de esto, la “Teoría del Loco”, de Thomas Schelling, profesor de Harvard, según la cual la irracionalidad aparente de algunas acciones apunta a forzar al adversario a una negociación basada en la intimidación pura y dura. Con la caja de su país “en rojo”, Trump busca aumentar la recaudación tributaria, presionar a terceros (sean amigos o rivales) y posar ante el electorado interno como un gran defensor de la industria nacional, transfiriendo, además, parte de su deuda pública a sus socios comerciales.

Pero ¿por qué cargarles la mano con tanta virulencia a países como Brasil e India que, por distintas razones, deberían ser considerados aliados preferenciales de Estados Unidos? A India se le acaba de imponer un 25% de aranceles adicionales, sobre los 25 puntos ya fijados antes, en castigo por importar petróleo ruso, ya sea para su propio uso o para revenderlo.

La única respuesta posible podría encontrarse en la abierta molestia que generó en Trump la realización de la cumbre de los BRICS+ en Rio de Janeiro (6 y 7 de julio de este año), donde, en presencia del primer ministro de India, Narendra Modi, Lula propuso buscar alternativas para comerciar entre los países que integran dicho grupo en monedas que no sean el dólar.

Mas, aun así, es complicado pensar que un enfado pasajero pueda llevar a Washington a poner en peligro la provisión hacia el país del norte de minerales estratégicos y “tierras raras” que Brasil posee en abundancia y que constituyen, a no dudarlo, una herramienta de negociación poderosa en manos de Itamaraty, la profesional Cancillería brasileña.

Para muestra, solo un par de datos: Brasil es el mayor productor mundial de niobio (93% de la extracción global), un insumo crítico para aplicación en productos de alta tecnología. China es el principal productor de tierras raras (49%); el segundo es Brasil (23%). Y se calcula que, de los 51 tipos de minerales críticos que interesan a EE.UU., y en particular a su complejo militar-industrial, Brasil tiene reservas relevantes de los dos materiales ya mencionados. Además de cobre, litio, silicio y cobalto, para mencionar apenas algunos de ellos.

Tal vez es por ello que, en medio de una de las más agudas confrontaciones entre Brasil y Estados Unidos en sus 201 años de vínculos diplomáticos, el encargado de Negocios de la embajada norteamericana en Brasilia, Gabriel Escobar, se haya reunido con representantes del Instituto Brasileño de Minería (IBRAM) y aludiera en esa ocasión el interés de su país por tener acceso a la explotación de los minerales críticos.

Escobar es el máximo exponente del Departamento de Estado en Brasil desde que la embajadora Elizabeth Frawley Bagley finalizara su mandato el 20 de enero de este año. Y a través de este discreto mensaje sugirió una puerta de salida al impasse que actualmente se vive entre Brasilia y Washington.

La historia enseña que la barganha (es decir, el trueque o canje de favores) ha sido la tradicional forma de resolución de conflictos a nivel internacional entre EE.UU. y Brasil. El mejor ejemplo de ello se vivió en la II Guerra Mundial, cuando en principio Getúlio Vargas miraba con ojos no desprovistos de cariño al eje Alemania-Italia-Japón.

Pero luego, al observar la evolución del conflicto, llegó a enviar una Fuerza Expedicionaria Brasileña (FEB) de 25 mil hombres –los llamados “pracinhas”– a combatir al lado de los aliados en Italia, en los últimos meses del esfuerzo bélico. Y antes de ello le permitió a Washington establecer bases aéreas en el nordeste de su país, la región que es más próxima a África, a cambio del establecimiento del primer parque industrial de Brasil (Volta Redonda, en el estado de Rio de Janeiro), financiado con dinero estadounidense.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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