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¿Cómo duele el hambre? Opinión

¿Cómo duele el hambre?

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Alemka Tomicic
Por : Alemka Tomicic Directora de Psicología UDP Investigadora en Salud Mental en Diversidades Sexuales y de Género Centro de Estudio en Psicología Clínica y Psicoterapia UDP
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El hambre no llega como un estallido, al menos no la que llamamos hambruna (una crisis alimentaria que afecta a toda una población, hoy Gaza, Palestina).


Se instala de manera lenta y silenciosa, haciendo que el cuerpo realice los más extremos esfuerzos de subsistencia, borrando la existencia antes de que pueda ser nombrada en la estadística. 

Gaza es hoy un territorio que soporta casi quince años de asedio, el que se ha intensificado de manera brutal en los casi últimos dos. Su población ha sido cercada por una cruel estrategia militar desplegada por el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y sus aliados, condenada a la tortura más atávica, la privación activa de los recursos básicos para la vida: alimento y agua.

La hambruna que asola a cientos de miles en este pequeño territorio sitiado, es obra directa, como todos y todas sabemos, de su maquinaria estatal y sus decisiones. Ha descubierto la inanición provocada, como un arma de exterminio sigilosa, más letal y efectiva que cualquier misil.

Acompañada con una supuesta operación de ayuda humanitaria (Fundación Humanitaria de Gaza, por sus siglas en inglés GHF, orquestada por el Estado de Israel y Estados Unidos) muy parecida a la “bienvenida de Auschwitz” –con una orquesta y un “Trabajar les hará libres” (“Arbeit macht frei”, en alemán)–, toda esta escena transmitida a través de medios de comunicación de masas y redes sociales, nos convierte en cómplices silenciosos y silenciosas, asustados de ser acusados de antisemitas, mientras inclinamos nuestras cabezas hacia los platos de comida. Me incluyo, por cierto, con estas palabras que tienen poca utilidad. 

Pero quisiera agregar que, como probablemente todas y todos sabemos, la mortalidad no se mide exclusivamente por las miles de decenas de personas mayores, adultas, adultos, jóvenes, niños y niñas alcanzadas por balas y explosivos. Me entristece pensar en esas breves existencias, que ocurrieron en el miedo, tal vez en algo de esperanza, una sonrisa después de todo. Pero lo que es insoportable, quizá, es saber que el hambre mata lentamente, apaga a las guaguas primero, en los brazos de sus mamás, quienes también están hambrientas. Debilita las defensas, favorece enfermedades, acorta la vida y, en este que nos cuesta nombrar genocidio, se aniquila la existencia de todo un pueblo. 

Ante esto, no hay nada que pueda decir como psicóloga, más que como ser humano, persona, mujer, y con extrema humildad y vergüenza. 

Esta tragedia, provocada principalmente por un hombre, tal vez dos, y la comunidad internacional que atestigua como conejo aterrado, empequeñecida, tiene un correlato, a mi juicio, siniestro: mientras niñas, niños y ancianos y ancianas en Gaza mueren de hambre, de deshidratación, la comunidad internacional se concentra y muestra todo su poder y efectividad política para contrarrestar las guerras comerciales y disputas arancelarias de la era Trump; noventa días más, exenciones, palmaditas en los hombros por doquier. El pueblo palestino, el Estado palestino, por el contrario, no encuentra interlocutores, salvo unos discursos en las Naciones Unidas, en la Comunidad Europea, tan impotentes como estas palabras. 

Viene a mi mente la escena de mediados de 1980, dando vueltas por ahí, en la forma de un documental de Netflix, “We Are the World, We Are the Children…”. Aún niña, me sentía en el mundo junto a cantantes norteamericanos y norteamericanas, pop y rockstars, que confiaban en el poder de sus voces para auxiliar a África, devastada por la hambruna producto de la sequía y de la desidia internacional que denunciaban. Entonces, el hambre era un desastre “natural”. Hoy, en Gaza, es resultado de la deliberación humana, insisto. Así, tal vez así, duele el hambre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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