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La locura de Trump en Alaska Opinión BBC

La locura de Trump en Alaska

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Timothy Snyder
Por : Timothy Snyder Escritor. Ocupa la cátedra inaugural de Historia Europea Moderna en la Escuela Munk de Asuntos Globales y Políticas Públicas de la Universidad de Toronto y es miembro permanente del Instituto de Ciencias Humanas de Viena.
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Ahora que Trump no ha conseguido un alto el fuego incondicional con Rusia, tiene dos opciones. Puede continuar con la fantasía, aunque cada vez será más evidente, incluso para sus amigos y partidarios, que la fantasía es de Putin. O puede dificultarle la guerra a Putin, y así acercar su final.


En el mundo antiguo se hablaba de “Ultima Thule”, una tierra mítica en el extremo norte, al final de la Tierra. Al aventurarse hacia Alaska para reunirse con el presidente ruso, Vladimir Putin, el presidente estadounidense, Donald Trump, llegó a su propia Ultima Thule, el extremo ártico de un mundo de ensueño en política exterior.

A los ojos de Trump, a los líderes extranjeros se los puede tratar como a los estadounidenses, con promesas fantásticas y bravuconadas odiosas. Pero las fantasías no funcionan más allá de las fronteras de Estados Unidos. La oferta vacía de un futuro “hermoso” no conmueve a los dictadores que cometen crímenes para avanzar en su propia visión, ni afecta a las personas que defienden a sus familias de una invasión criminal que les roba sus tierras y riquezas, secuestra a sus hijos y tortura y asesina a civiles.

Putin no tiene motivos para preferir la visión de Trump de un futuro hermoso a la suya propia: una Ucrania con un Gobierno títere, una población acobardada por la violencia, patriotas enterrados en fosas comunes y recursos en manos rusas.

Al igual que la fantasía de Trump, su intimidación tampoco funciona en el extranjero. Sin duda, muchos estadounidenses le tienen miedo a Trump, que ha purgado a su propio partido político con amenazas de violencia que ayudan a mantener a raya a los miembros republicanos del Congreso. Está desplegando el ejército estadounidense como fuerza policial, primero en California y ahora en Washington, DC.

Pero los enemigos extranjeros perciben estas tácticas intimidatorias de forma diferente. Las mismas acciones que impactan a los estadounidenses deleitan a sus enemigos. En Moscú, el despliegue de soldados en el interior de Estados Unidos se ve como una señal de debilidad.

Las palabras duras pueden resonar en Estados Unidos, donde confundimos las palabras con los hechos. Sin embargo, para los líderes rusos, encubren una política exterior débil. Trump ha hecho concesiones extraordinarias a Rusia a cambio de nada. Rusia le ha devuelto el favor perpetuando la guerra en Ucrania y burlándose de él en la televisión pública.

¿Cuáles son esas concesiones? Solo con su encuentro con Putin en Alaska, Trump puso fin a más de tres años de aislamiento diplomático occidental del Kremlin. Al estrechar la mano de un criminal de guerra acusado, Trump dejó claro que los asesinatos, las torturas y los secuestros en Ucrania no importan.

Incluso la elección de Alaska fue una concesión, por cierto extraña. Los rusos, incluidas las principales figuras de los medios estatales, suelen reclamar Alaska para Rusia. Invitar a personas que reclaman tu territorio dentro de tu principal base militar en ese territorio para discutir una guerra de agresión que iniciaron sin invitar a nadie que represente al país que invadieron… bueno, eso es lo más lejos que puede llegar una fantasía de política exterior. Es Ultima Thule.

Era el mismísimo final, porque Trump ya había concedido las cuestiones más fundamentales. No habla de justicia para los criminales de guerra rusos ni de las reparaciones que Rusia debe. Concede que Rusia puede determinar la política exterior de Ucrania y de Estados Unidos en el punto crucial de la pertenencia a la OTAN. Y acepta que las invasiones rusas conduzcan no solo a cambios de facto sino también de jure en el control soberano sobre el territorio.

Aceptar que la invasión puede cambiar legalmente las fronteras deshace el orden mundial. Conceder a Rusia el derecho a decidir la política exterior de los demás países fomenta nuevas agresiones. Abandonar las respuestas legales e históricas obvias a las guerras criminales de agresión –reparaciones y juicios– fomenta la guerra en general.

Trump habla alto y lleva un garrote pequeño. La idea de que las palabras por sí solas pueden ser la solución lo ha llevado a la postura de que las palabras de Putin importan, por lo que tuvo que viajar a Alaska para un “ejercicio de escucha”. La carrera de Trump se ha centrado en escuchar a Putin, y luego repetir lo que dice.

A ambos hombres los mueve la percepción futura de su grandeza. Putin cree que esto puede lograrse mediante la guerra, uno de cuyos elementos es la manipulación del presidente estadounidense. Trump cree que su legado puede consolidarse si se lo asocia con la paz, lo que, mientras no esté dispuesto a hacer política por sí mismo, lo coloca en el poder del belicista.

Putin no se siente motivado para poner fin a la guerra cuando su propia propaganda es repetida por el presidente estadounidense. No puede dejarse seducir por una visión vaga de un mundo mejor, ya que tiene en mente su propia atrocidad muy concreta.

En Alaska, Trump alcanzó su Ultima Thule personal, los límites de su propio mundo personal de palabrería mágica. Se enfrentó allí a una pregunta muy simple: ¿aceptaría Putin un alto el fuego incondicional, como él había exigido?

Putin se ha negado a tal cosa y volvió a hacerlo en Alaska. Los rusos proponen una contrapartida evidentemente ridícula y provocadora: Ucrania debería ahora conceder formalmente a Rusia territorios que Rusia ni siquiera ocupa, tierras en las que Ucrania ha construido sus defensas. Y entonces Rusia puede, por supuesto, atacar de nuevo, desde una posición mucho mejor.

Putin sabe que Trump quiere el Premio Nobel de la Paz, por lo que su movimiento obvio es sugerirle a Trump que la guerra terminará algún día y que Trump se llevará el mérito, si los dos siguen hablando – “¿La próxima vez en Moscú?”, preguntó antes de abandonar Alaska–, mientras Rusia sigue bombardeando.

Ahora que Trump no ha conseguido un alto el fuego incondicional con Rusia, tiene dos opciones. Puede continuar con la fantasía, aunque cada vez será más evidente, incluso para sus amigos y partidarios, que la fantasía es de Putin. O puede dificultarle la guerra a Putin, y así acercar su final.

Estados Unidos no ha formalizado sus descabelladas concesiones a Rusia y Trump podría rescindirlas en una conferencia de prensa. Estados Unidos cuenta con los instrumentos políticos para cambiar el rumbo de la guerra en Ucrania, y podría emplearlos.

Trump ha amenazado con “graves consecuencias” si Putin no acepta un alto el fuego incondicional. Esas son palabras y, hasta ahora, las consecuencias de las palabras de Trump, para Rusia, han sido más palabras. Todo esto queda claro ahora, en Ultima Thule. Trump ha llegado al límite de su fantasía. ¿Adónde irá después?

Copyright: Project Syndicate, 2025.
www.project-syndicate.org

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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