
¿Gobernar por decreto? La parsimonia como virtud cívica
La democracia es, en última instancia, el esfuerzo constante de una comunidad por hacer coincidir el procedimiento con el ideal de autogobierno. Los dictadores, que gobiernan por decreto, desprecian ambos: ni respetan el procedimiento ni reconocen el ideal.
La democracia es, al mismo tiempo, un procedimiento y un ideal. Como procedimiento, se manifiesta en la regla de la mayoría, la cual establece cómo deben adoptarse las decisiones colectivas para que sean legítimas dentro de una comunidad política. Como ideal, constituye un estado de cosas en el que la única respuesta posible a la pregunta sobre quién detenta y ejerce el poder es clara: nosotros, el pueblo.
Esta doble faz –procedimiento e ideal– permite distinguir a quienes se proclaman demócratas, pero no lo son. Por un lado, están aquellos que reducen la democracia a un conjunto de rutinas predecibles y negociaciones cuoteadas, subordinadas a cálculos electorales o a intereses económicos, despojándola de su dimensión ideal. Por otro, se encuentran quienes abrazan el ideal de autogobierno, pero desprecian el procedimiento democrático porque lo consideran un obstáculo para imponer su propia visión del mundo, impermeable al diálogo y a la pluralidad.
De ahí que preservar la democracia requiera de un esfuerzo permanente, cimentado en una cultura democrática que promueve valores cívicos. Sin esta cultura, la lucha por el poder, alimentada por pasiones, intereses y razones, podría terminar por destruirla. Por ello, la democracia no puede ser patrimonio de unos pocos, sino un proyecto compartido: un entre todos y para todos.
Entre los valores cívicos necesarios para sostener la democracia, uno destaca por su ausencia en nuestro debate público: la parsimonia. Este valor implica darnos el tiempo suficiente, como comunidad política, para pensar, deliberar y decidir. Sin parsimonia, la democracia corre el riesgo de perder su doble faz.
El contraste con la dictadura ilustra con claridad este punto. Entre el 18 de septiembre de 1973 y el 4 de abril de 1981, la Junta de Gobierno dictó y publicó en el Diario Oficial 3.579 decretos leyes. En esos 2.755 días produjo un promedio de 1.29 decretos leyes diarios. Este frenesí normativo revela la lógica autoritaria: acción sin reflexión, imposición sin participación, decreto en lugar de ley.
En democracia, el ritmo es otro. Durante la última legislatura se publicaron 78 leyes en el Diario Oficial, etapa final del proceso legislativo. Las legislaturas anteriores muestran cifras similares: 104 (2020-2021), 125 (2021-2022), 126 (2022-2023) y 127 (2023-2024). En cinco años, nuestro sistema democrático incorporó 560 normas a la legislación nacional.
Si miramos no solo las leyes promulgadas, sino el conjunto de proyectos tramitados durante una legislatura, el contraste es aún más evidente. Así, en la última se ingresaron 751 proyectos, pero solo 20 culminaron exitosamente su tramitación parlamentaria, equivalentes a un 2,7% del total. Estos números no deben interpretarse como un fracaso, sino como la expresión de la parsimonia democrática: la necesidad de escuchar, deliberar, negociar y construir acuerdos.
La democracia requiere tiempo para funcionar, porque su misión es precisamente integrar visiones diversas superando la lógica amigo-enemigo, considerar los intereses de la mayoría y también de las minorías, y escuchar todas las voces relevantes antes de adoptar una decisión colectiva. La parsimonia no es, pues, un defecto de la democracia, sino una virtud epistémica que se debe promover: cuanto más amplia y diversa es la deliberación, mejores decisiones como comunidad política podemos tomar.
En este sentido, la defensa de la democracia no admite parcialidades. Hay que protegerla no solo de quienes distorsionan el ideal reduciéndolo a un procedimiento vacío, o de quienes desprecian el procedimiento en nombre de un ideal excluyente, sino también –y, sobre todo– de quienes no comprenden el valor de la deliberación parsimoniosa que ella exige.
La democracia es, en última instancia, el esfuerzo constante de una comunidad por hacer coincidir el procedimiento con el ideal de autogobierno. Los dictadores, que gobiernan por decreto, desprecian ambos: ni respetan el procedimiento ni reconocen el ideal. Y lo mismo puede decirse de sus admiradores y aprendices. Frente a todos ellos, la parsimonia democrática se revela como la única vía legítima para decidir entre todas y todos cómo queremos vivir en sociedad.
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