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Un mundo en caos: a nuevas preguntas, nuevas respuestas Opinión Archivo

Un mundo en caos: a nuevas preguntas, nuevas respuestas

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Javier Ahumada Guerrero
Por : Javier Ahumada Guerrero Secretario de Relaciones Internacionales del Frente Amplio.
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La soberanía no puede reducirse a elegir protector, sino a deliberar libremente cómo defender los intereses de los pueblos del mundo y eso se puede conseguir construyendo consensos regionales, comerciales y políticos, que devuelvan peso a América Latina en la escena global.


Un país pequeño en medio de una tormenta indefinida. Entre la crisis de un orden global que se desmorona y el nacimiento de otro aún sin forma. Múltiples análisis coinciden en señalar la fragilidad y la baja incidencia de países como Chile, atrapados en un escenario de caos que multiplica tensiones sin ofrecer certezas. Este diagnóstico ha concitado en múltiples ocasiones la constatación de distintas posiciones respecto a las respuestas que la diplomacia nacional deba asumir: relevar la posición no alienada histórica que Chile ha asumido en los diversos escenarios históricos globales o tomar una posición alternativa.

La respuesta no es sencilla, dado que se tensionan conceptos y elementos claves para la definición de cualquier Estado nación en las relaciones internacionales tales como la soberanía, el multilateralismo, la cooperación, el comercio, el modelo de producción, las alianzas estratégicas del país a nivel regional y global, entre otras.

Usualmente, la forma en cómo se tensionan estos conceptos también devela los resabios de un escenario particular de orden global, a saber el orden post guerra, bipolar en una primera instancia y luego con un breve ciclo unipolar de hegemonía estadounidense post caída de la URSS. Pero hoy el escenario va cambiando y, aunque aún no se define, oscila en un cambio en el equilibrio de las superpotencias, oscilando entre el multipolarismo, un tripolarismo, o simple y llanamente un escenario de competencia abierta que crea nuevas condiciones de vinculación comercial y política.

El mundo atraviesa un desorden creciente pero también con características novedosas: guerras, genocidios, cuestionamientos al multilateralismo, disputas arancelarias que sacuden la arquitectura del comercio. Estados Unidos busca reposicionarse frente a una China en expansión, erosionando el equilibrio multilateral que alguna vez construyó en su beneficio. Varios análisis refieren que la redefinición de la relación entre EEUU y la UE expresa un giro del país norteamaricano a un escenario de preguerra, desde un“atlantismo” hacia una vuelta a su propio continente, en la idea de recuperar una idea nostálgica de éxito económico del capitalismo inicial. Esto como respuesta al crecimiento de China y su creciente influencia económica en Rusia, Europa y Oriente.

Sumado a eso, la creación de nuevos bloques económicos, como los BRICS, han instalado nuevos organismos multilaterales, como el Nuevo Banco del Desarrollo, que logran influencias en el resto del mundo que relativiza y amenaza la hegemonía económica de los organismos previos.

Pero este caos no es casual. Es la expresión de una crisis más profunda: la del capitalismo neoliberal. Sus síntomas están a la vista: inteligencia artificial que reconfigura la producción, crisis climática que amenaza la vida, y el ascenso de gobiernos autoritarios y ultraderechas que convierten la democracia en blanco de ataque, cuestionando el rol de lo público para liberar la acumulación y poder de las grandes empresas.

Todo ello refleja un orden internacional que se reconfigura y, con él, la vulnerabilidad de países pequeños como el nuestro. En estos momentos los países pequeños no se configuran como actores sino como un escenario de un orden global en disputa, trayendo consigo una incertidumbre y riesgo para los pueblos dependientes del comercio externo.

En estas tensiones, las grandes potencias se mueven con iniciativa. Los bloques regionales buscan adaptarse. Los países pequeños quedan expuestos. Ante ello, algunos creen que la única forma de soberanía es elegir a qué superpotencia someterse. Esa confusión —entre soberanía y sumisión— ha marcado parte de la tradición diplomática chilena.

Así ocurrió cuando el presidente Boric señaló que Trump actuaba como un emperador por su unilateralismo comercial. La derecha y sectores empresariales reaccionaron preocupados de no incomodar a Washington. Una cautela que confunde la prudencia con la obediencia. Y el ejemplo de Milei lo confirma: su pleitesía a Trump no le evitó la imposición de aranceles a la Argentina.

De buena fe la tradición diplomática sugiere afirmarse del respeto de las reglas, el Estado de Derecho y el multilateralismo, pero sin mayor profundización ni horizonte. Aguantar. Pero aferrarse a viejas fórmulas podría perpetuar lo que se diagnostica: pequeñez y baja incidencia.

Ante un escenario que trae nuevas preguntas es necesario construir nuevas certezas: discutir una nueva arquitectura del multilateralismo, que no sea asimétrica ni rehén de vetos. La soberanía no puede reducirse a elegir protector, sino a deliberar libremente cómo defender los intereses de los pueblos del mundo y eso se puede conseguir construyendo consensos regionales, comerciales y políticos, que devuelvan peso a América Latina en la escena global.

En ese sentido, parece importante profundizar en la idea de la soberanía, no como antagónica a la integración internacional, no como una forma de proteccionismo que se traduzca en un aislacionismo, que no es sostenible en el marco de un mundo globalizado, sino una soberanía que equilibre la colaboración entre países y bloques regionales, redefina el desarrollo y cuide los intereses locales/globales sobre la paz, la superación de la pobreza y el cuidado del medioambiente, en pos diversificar la economía, agregar valor, liderar la transición ecológica y de defender la democracia, de que el valor de la solución colectiva de los problemas y que las riquezas del país se queden para producir un desarrollo que llegue a todos. Porque, en última instancia, se trata de algo sustantivo: que desde este rincón del mundo Chile pueda hablar con voz propia, en defensa de la vida, la democracia y la cooperación internacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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