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El poderoso mensaje de Xi Jinping a Occidente Opinión BBC

El poderoso mensaje de Xi Jinping a Occidente

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Alberto Rojas
Por : Alberto Rojas Director del Observatorio de Asuntos Internacionales, Facultad de Humanidades y Comunicaciones, Universidad Finis Terrae. @arojas_inter
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Lo que Xi mostró esta semana no fue solo poderío, sino también dirección. Y frente a esa brújula, Occidente necesita algo más que reacciones: requiere una estrategia clara y sostenida para no quedar reducido a la condición de espectador en la configuración del nuevo orden mundial.


Esta primera semana de septiembre ha dejado dos postales que, aunque distintas en forma, comparten un mismo trasfondo: la voluntad de China de situarse como el centro de gravedad de un nuevo orden global. La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO), realizada en Tianjin, y el desfile militar por los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial en la Plaza de Tiananmén forman parte de una misma orquestación política y simbólica.

Xi Jinping no solo recibió a líderes como Vladimir Putin y Narendra Modi bajo un discurso de multipolaridad, sino que después desplegó todo el poderío militar chino ante el mundo, en una demostración que trasciende el nacionalismo, para convertirse en un mensaje global.

En Tianjin, Xi habló de “un Sur global que ya no acepta tutelas” y denunció el hegemonismo, en alusión directa a Estados Unidos. Su propuesta fue pragmática: más financiamiento, integración energética y tecnológica, y acceso a BeiDou, el sistema de navegación chino que busca disputarle espacio al GPS estadounidense.

Fue un gesto de seducción hacia países que miran con escepticismo las sanciones, los bloqueos y la política de bloques de Occidente. La SCO, que partió como un foro de seguridad regional, hoy es el vehículo con el que China articula una alternativa a la arquitectura internacional dominada por Washington y Bruselas.

El desfile en Beijing reforzó esa narrativa con la fuerza de las imágenes. Misiles hipersónicos, drones y cazas de última generación pasaron frente a los ojos de Putin y Kim Jong-un, invitados de honor que aportaron al guion un claro simbolismo geopolítico, junto con el presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, y el dictador de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, quien ocupa el cargo desde 1994 (y que fue reelegido por séptima vez en enero de este año).

Xi, desde la tribuna, advirtió que el mundo enfrenta la disyuntiva entre la guerra y la paz, pero en paralelo exhibió las armas con las que China se prepara para inclinar esa balanza. Es un doble lenguaje: invocar el diálogo, pero sostenerlo sobre un poderío militar cada vez más moderno y numeroso.

Para Occidente, la señal es inequívoca. Xi no se limita a reclamar espacio en la mesa global: busca reconfigurarla. Al colocar en el mismo calendario una cumbre multilateral y un desfile militar Beijing transmitió que su liderazgo no es solo económico, sino también político y militar. La presencia de Putin y Kim remarca la existencia de un eje que, aunque diverso en intereses, converge en un objetivo común: desafiar la primacía estadounidense.

Donald Trump, fiel a su estilo, reaccionó acusando una conspiración antiestadounidense. Más allá de la retórica, sus palabras reflejan la inquietud real en Washington, porque si algo quedó claro en Tianjin y en Beijing es que Xi Jinping está enviando un mensaje frontal: China no es un actor más del sistema internacional, sino el epicentro de un proyecto alternativo. Y lo hace en un año cargado de simbolismo histórico, apelando a la memoria de la victoria de 1945, pero proyectando la ambición de liderar el siglo XXI.

Occidente haría mal en subestimar esta estrategia. No basta con denunciarla como propaganda, ni con reforzar sanciones que, en muchos casos, terminan alimentando la narrativa de resistencia frente a un enemigo externo.

Estados Unidos y Europa deben comprender que el mensaje de Xi encuentra eco en países que sienten que el orden internacional vigente ya no responde a sus intereses. Ignorar esa percepción sería un error estratégico. La respuesta pasa por ofrecer alternativas atractivas, que combinen cooperación económica, respeto a la soberanía y seguridad colectiva, en lugar de limitarse a una confrontación militar y tecnológica.

Porque lo que Xi mostró esta semana no fue solo poderío, sino también dirección. Y frente a esa brújula, Occidente necesita algo más que reacciones: requiere una estrategia clara y sostenida para no quedar reducido a la condición de espectador en la configuración del nuevo orden mundial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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