
Microbasurales: un reflejo de desigualdad y marginalización
No podemos normalizar el vivir entre basura, porque lo que se degrada no es sólo nuestro entorno, también es nuestra forma de habitarlo, los vínculos que formamos y el valor que le damos a nuestras comunas.
El recorrido por nuestras calles revela lamentables expresiones cotidianas de abandono: microbasurales y vertederos ilegales de escombros, restos domiciliarios y residuos industriales. Se instalan en esquinas, veredas, quebradas, sitios eriazos y bandejones centrales, transformándolos en puntos permanentes de acumulación de desechos.
Estamos tan acostumbrados a ellos que, para muchos, ya son parte del paisaje; tan comunes que incluso se vuelven invisibles. Sin embargo, no se trata solo de un problema estético o de aseo; los microbasurales impactan profundamente las vidas de quienes vivimos cerca de ellos. No sólo es basura: es el reflejo de una exclusión histórica que ha degradado nuestro entorno y debilitado nuestras comunidades.
Los más perjudicados, como siempre, son los barrios populares. Se ven especialmente afectados adultos mayores, mujeres, niñeces y otras personas en condiciones de vulnerabilidad.La acumulación de basura genera focos de inseguridad, dificulta el tránsito y desincentiva el uso de espacios públicos. Como consecuencia, disminuyen los encuentros entre vecinos y vecinas, se deteriora la organización comunitaria y empeora la convivencia barrial. Esto, además, refuerza estereotipos sobre la comuna y sus habitantes, perpetuando la desigualdad y la marginalización.
También son una amenaza directa al medio ambiente y a la salud pública. Atraen plagas, como roedores e insectos que pueden propagar enfermedades; contaminan el suelo y las napas subterráneas, afectando la calidad del agua que consumimos; liberan gases tóxicos, contaminando el aire y empeorando enfermedades respiratorias; y, en general, afectan gravemente la salud de quienes vivimos en los sectores aledaños.
Aunque existen conductas individuales y colectivas que contribuyen a la acumulación de basura, este es un problema estructural. Por eso, es preciso poner el acento en lo profundo: este es un problema de clase, que se materializa con fuerza en aquellas comunas con menos recursos no sólo para enfrentarlos, sino donde la educación ambiental y la capacidad de prevenirlos es más escasa. La ausencia del Estado y la débil -o derechamente inexistente- coordinación entre sus distintos niveles se evidencia en una profunda desigualdad social, ambiental y territorial. Las acciones implementadas son parciales, tardías o insuficientes para enfrentar el problema de fondo.
Faltan políticas públicas integrales: campañas de concientización, educación ambiental, apoyo a recicladores de base, espacios de denuncia ciudadana, fiscalización y sanción efectiva a quienes usan nuestras comunas como “patio trasero”. Lo que se necesita es planificación urbana con enfoque territorial y participativo, inversión en infraestructura comunitaria y un trabajo conjunto que ponga la dignidad del espacio público en el centro de la agenda pública.
Para afrontar esta crisis socioambiental se requiere una estrategia local y nacional que involucre a todos los que forman parte de nuestras comunidades: individuos, organizaciones sociales, escuelas, universidades, empresas, autoridades locales, entre otros. No basta con limpiar, es imperativo transformar la relación entre los habitantes y su territorio, y dotar a la comunidad con los recursos y herramientas que necesita para enfrentar el problema.
No podemos normalizar el vivir entre basura, porque lo que se degrada no es sólo nuestro entorno, también es nuestra forma de habitarlo, los vínculos que formamos y el valor que le damos a nuestras comunas. Estas no pueden seguir siendo tratadas como zonas de sacrificio; al contrario, pueden y deben ser ejemplo de transformación territorial, como un acto de justicia social y ambiental. Porque tenemos derecho a vivir en entornos limpios, seguros y dignos. Construir el futuro que merecemos implica recuperar nuestro entorno, nuestro orgullo y el respeto por nuestro territorio: es eso justicia territorial, ambiental y de clase.
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