Publicidad
“El mejor abogado de Chile” Opinión

“El mejor abogado de Chile”

Publicidad
Diego Ignacio Sporman Uribe
Por : Diego Ignacio Sporman Uribe Abogado Universidad de Chile
Ver Más

El derecho no necesita de estrellas fugaces, sino de profesionales conscientes de que su prestigio existe cuando es materialmente demostrable y reconocido por los demás. Todo el resto es tan solo un espejismo.


Con la expansión de las redes sociales, cada cierto tiempo emergen personajes ofreciendo unas exacerbadas versiones de la abogacía, envueltas en un marketing ostentoso de trajes de fantasía y autos de lujo. En días recientes, incluso hemos presenciado la autoproclamación delirante de ser “el mejor abogado de Chile”, como si la excelencia fuera un atributo que uno pudiera adjudicarse por decreto. La realidad es muy distinta: el reconocimiento no se impone, se conquista con mérito y se confirma en la mirada de los pares.

Hegel lo expresó con claridad en su Phänomenologie des Geistes (1807), a partir del concepto de intersubjetividad. Y es plenamente aplicable al caso, toda vez que la autoconciencia solo existe como tal cuando es reconocida por otra, señalando que esta “solo es como algo reconocido”. Dicho en simple: no basta con proclamarse a sí mismo, la identidad solo se constituye en la mirada del otro, en el reconocimiento intersubjetivo.

Un abogado que se autodeclara “el mejor” sin el aval de sus pares, de los tribunales y de la sociedad, se hunde en una ilusión vacía, una propuesta performativa penosa, que tal como hemos podido apreciar en los últimos días, no es otra cosa que una máscara que tarde o temprano se derrumba.

Cuando la abogacía se reduce a espectáculo, se crea un arquetipo negativo de la profesión. En lugar de mostrar la seriedad del estudio, la preparación de los argumentos o la lealtad hacia cliente y contraparte, se difunde una caricatura: la obsesión por el consumo, la fama y la imagen personal. Este modelo distorsiona la profesión, erosiona la confianza pública y genera estereotipos indeseables que nada tienen que ver con la práctica real del derecho.

Por eso siempre es conveniente revisar y volver a los principios. En 1949, Eduardo Couture nos regala unos mandamientos revestidos de una sencillez ética impecable, plenamente vigentes estos días, los cuales recuerdan que el deber del abogado es luchar por el derecho, pero si alguna vez este entra en conflicto con la justicia, debe luchar por la justicia. También señalan que la lealtad hacia el cliente no puede quebrarse sino cuando se comprende que es indigno de la defensa. Allí radica el verdadero sentido de la profesión: dignidad, lealtad y compromiso.

El gremio tiene la tarea de reafirmar esos lineamientos. Cada vez es más necesario el control ético obligatorio de los todos los colegas y sus prácticas, además de repensar seriamente a nivel institucional la entrega del título de abogado, atendida la profunda trascendencia que conlleva la labor de los letrados en la sociedad.

El mejor abogado no es quien brilla en el escaparate mediático, se llena de laureles en los rankings de moda, ni quien se autoproclama superior a sus pares. El mejor abogado es aquel que litiga de buena fe, respeta a su contraparte, comparte sus conocimientos con generosidad, entiende que su rol es transformar la vida de quienes representa y es reconocido por sus pares por practicar el Derecho revistiendo de dignidad la profesión.

El derecho no necesita de estrellas fugaces, sino de profesionales conscientes de que su prestigio existe cuando es materialmente demostrable y reconocido por los demás. Todo el resto es tan solo un espejismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.

Publicidad