
La espera que duele: el desafío urgente de las listas en nuestra salud pública
El derecho a la salud está consagrado en nuestra Constitución. Pero ese derecho se vuelve abstracto cuando el plazo concreto para ejercerlo es una eternidad.
No son solo números. Detrás de las frías estadísticas de las listas de espera en la salud pública hay una persona. Una abuela que espera por una cirugía de cadera, viendo cómo los días se le escapan entre el dolor y la inmovilidad. Un padre de familia que no puede trabajar mientras aguarda por una consulta con el especialista. Una joven cuya condición empeora mes a mes, en una silenciosa y angustiante cuenta regresiva.
Esta realidad, que afecta a cientos de miles de chilenos, es el síntoma más doloroso de una enfermedad estructural de nuestro sistema de salud. Es la brecha crónica entre una demanda que crece –y envejece– y una capacidad de respuesta que no logra escalar a la misma velocidad.
Se han hecho esfuerzos. Pero, con demasiada frecuencia, son paliativos que no logran tapar el agujero de fondo.
¿Cuáles son las raíces del problema? En mi opinión, tres son clave. Primero, un financiamiento insuficiente, para un sistema que acoge al 84% de la población del país, pero que representa el 64% del gasto total en salud. Los recursos, aunque aumentan, no corren lo suficiente para alcanzar al tren imparable del envejecimiento poblacional y las enfermedades crónicas.
Segundo, una capacidad instalada que colapsa: falta de quirófanos, equipos obsoletos y, lo más crítico, un déficit de especialistas que se agudiza fuera de Santiago. No hay bono que cure la falta de un neurólogo o un traumatólogo en un hospital regional.
Tercero, un modelo de gestión que a menudo prioriza apagar incendios (la urgencia) por sobre la planificación (la medicina electiva). Cada vez que un pabellón se destina para una urgencia, una cirugía programada se posterga, y con ella, la esperanza de una familia.
Las consecuencias van mucho más allá de lo clínico. Son económicas (pérdida de productividad), sociales (sobrecarga para las familias) y, sobre todo, éticas. Las listas de espera son la expresión más cruda de la desigualdad: quien puede, paga; quien no, espera.
¿Qué hacer? No hay bala de plata. La solución requiere una combinación de voluntad política, inversión sostenida y eficiencia. A nuestro juicio lo que se necesita es:
- Un pacto fiscal por la salud que garantice un financiamiento estable a largo plazo, y blindado de los ciclos políticos.
- Actualizar la medicina chilena con los avances en medicina del sueño (y circadiana), que posibilitaría prevenir y tratar de manera más efectiva las enfermedades crónicas no transmisibles y los problemas de salud mental, que ya amenazan el crecimiento económico (ver reporte OPS).
- Una inversión agresiva en infraestructura y tecnología, pero sobre todo en formar y retener a los profesionales de salud en el sistema público, con incentivos reales.
- Una revolución en la gestión, impulsando la telemedicina, optimizando al máximo el uso de pabellones y fortaleciendo la Atención Primaria de Salud para que resuelva más problemas y filtre mejor las derivaciones.
El derecho a la salud está consagrado en nuestra Constitución. Pero ese derecho se vuelve abstracto cuando el plazo concreto para ejercerlo es una eternidad. Reducir las listas de espera no es solo una meta técnica o una promesa de gobierno; es un imperativo moral. Es devolverles la dignidad, la oportunidad y la tranquilidad a quienes más lo necesitan. Es hora de que la espera, por fin, deje de doler.
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