
Cocaína sintética: el cambio que nadie está viendo
La 3-Bromometcatinona es un signo débil pero inequívoco. Anuncia que la era de la cocaína agrícola está dando paso a una era de cocaínas sintéticas industriales. Tenemos dos caminos: negar el cambio hasta que estalle, o anticiparnos con inteligencia, evidencia y cuidado.
El 9 de agosto, una mujer chilena fue detenida en el Aeropuerto de Santiago cuando intentaba ingresar desde España 3.323 gramos de 3-Bromometcatinona, una sustancia nunca antes incautada en el país. Según la PDI, esta catinona sintética emula efectos de drogas como el MDMA (éxtasis) y la cocaína, y se consume vía oral o inhalada en dosis pequeñas, generando euforia y exaltación.
La noticia fue presentada como un episodio aislado, asociado al universo de las “drogas de fiesta”. Pero hay un ángulo que no aparece en los titulares y que resulta crucial para comprender lo que está en juego en Chile. Tal vez no estemos frente a una sustancia destinada al ocio nocturno, sino ante el anuncio de una reconfiguración profunda del mercado interno de estimulantes.
Una hipótesis incómoda: cocaína sintética
Desde la perspectiva de quienes estudiamos el mercado de drogas en América Latina, la llegada de esta sustancia desde España no parece un accidente ni un simple desvío logístico: apunta a otra dinámica subterránea, mucho más inquietante.
¿Qué sentido tendría, si no, trasladar más de tres kilos de una sustancia inédita en Chile desde Europa, asumiendo todos los riesgos fronterizos y penales, si su destino fuera únicamente el circuito acotado de las fiestas electrónicas?
La hipótesis más plausible es que estas catinonas sintéticas están comenzando a ocupar el espacio de la cocaína en el mercado interno, ofreciendo a los distribuidores una alternativa más barata, estable y discreta, capaz de insertarse silenciosamente en un circuito donde la cocaína de alta pureza se exporta y el mercado local recibe productos cada vez más adulterados.
A diferencia de la cocaína, que depende de cultivos, cosechas, procesos de extracción y rutas agrícolas complejas, las catinonas se ensamblan en laboratorios industriales, sin estaciones ni temporadas, sin campesinos ni cordilleras. Esta ventaja logística reduce sus costos de forma drástica y permite aprovechar rutas comerciales ya existentes –como las que conectan España con América Latina– sin necesidad de montar laboratorios locales ni enfrentar los riesgos de una cadena de producción propia.
En términos económicos, resulta mucho más rentable importar el producto terminado que fabricarlo desde cero en un contexto donde la fiscalización química y sanitaria es mínima. No es casualidad que en Europa del Este y en varias regiones de África estas catinonas ya hayan desplazado parcialmente a la cocaína como principal estimulante del mercado interno, abaratando el gramo y ampliando el margen de ganancia para quienes controlan la distribución.
Pero el problema no termina ahí. Desconocemos casi por completo sus efectos reales en la salud, porque apenas existen estudios independientes sobre su toxicidad, su potencia o sus dosis seguras. Esta ignorancia abre un terreno peligroso: la imposibilidad de calcular dosis adecuadas, el riesgo de reacciones adversas graves o mortales, y la ausencia de cualquier capacidad sanitaria para responder si aparecen cuadros agudos en serie.
Así, el negocio que se dibuja es tan rentable como opaco: una droga barata, versátil y técnicamente invisible, que puede venderse como cocaína sin que nadie –ni el Estado ni el consumidor– logre distinguir la diferencia.
Una ceguera institucional peligrosa
El discurso oficial insiste en que estas drogas son variantes del éxtasis. Esa lectura no es falsa, pero es incompleta y peligrosamente reductora. Seguimos mirando un mapa que ya no existe. Nuestros sistemas de control, salud y vigilancia continúan diseñados para detectar cocaína, pasta base o cannabis, no catinonas de nombres cambiantes y estructuras moleculares en constante mutación.
Chile no cuenta con infraestructura pública ni comunitaria para testear sustancias en tiempo real. No existen servicios accesibles donde usuarios puedan analizar qué están consumiendo, ni redes que detecten adulteraciones antes de que provoquen intoxicaciones masivas. Operamos a ciegas, reaccionando siempre después de que el daño está hecho.
Urgencia: construir sistemas de alerta temprana
Ese es el punto ciego de nuestras políticas: seguimos vigilando un mercado que ya cambió. Si queremos evitar una crisis, debemos implementar de inmediato sistemas de alerta temprana basados en la comunidad. Europa ha demostrado que funcionan: equipos móviles de drug checking en fiestas, barrios y centros de salud que entregan resultados rápidos y anónimos, y que alertan cuando aparecen nuevas sustancias peligrosas.
Estos sistemas han salvado miles de vidas, han reducido intoxicaciones graves y han generado evidencia para ajustar políticas. Chile no tiene nada parecido. La aparición de la 3-Bromometcatinona debería ser el punto de partida.
Testear la cocaína: una necesidad impostergable
El mercado ya no está compuesto solo por drogas tradicionales de origen vegetal, sino por compuestos sintéticos de rápida evolución diseñados para eludir controles legales.
Por eso, debemos instalar servicios de testeo de cocaína en centros de salud y espacios comunitarios. Detectar adulterantes –y ahora, posibles catinonas– permitiría informar a usuarios, alertar a servicios sanitarios y evitar crisis de salud pública antes de que ocurran.
Esto no es radical: es lo mínimo. Crear una infraestructura básica para hacer políticas de reducción de daños con sentido.
Sin información, no hay prevención. Sin testeo, no hay alerta. Si no actuamos, la próxima ola de catinonas entrará silenciosa y mezclada en la cocaína que circula en cada barrio, y cuando la veamos ya habrá producido daños que el sistema sanitario no podrá contener.
Epílogo: escuchar los signos
La 3-Bromometcatinona es un signo débil pero inequívoco. Anuncia que la era de la cocaína agrícola está dando paso a una era de cocaínas sintéticas industriales.
Tenemos dos caminos: negar el cambio hasta que estalle, o anticiparnos con inteligencia, evidencia y cuidado. Reconocer la reducción de daños no es tolerar el consumo: es la única forma de hacer efectivo el derecho a la salud en un mercado que ya cambió.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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