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Testamento de generaciones en crisis Opinión Imagen referencial, AgenciaUno

Testamento de generaciones en crisis

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Jaime Soto Maturana
Por : Jaime Soto Maturana Psicólogo, Mg(c) Políticas Públicas UC. Asistente de investigación.
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Los datos y el ejemplo del cortometraje ganador del festival internacional, sugieren que estamos siendo testigos de una crisis que afecta de manera particular a los adultos jóvenes, pero que tendrá repercusiones en las trayectorias vitales de niños, niñas y adolescentes.


La escritora inglesa Vera Brittain dedicó gran parte de su obra literaria a narrar las experiencias propias y de sus cercanos durante la Primera Guerra Mundial. Los textos Testamento de juventud y Cartas de una generación perdida constituyen testimonios sobre una juventud interrumpida por la guerra y la posguerra, marcada por la pérdida de familias, proyectos y horizontes de futuro. Su voz terminó convirtiéndose en la de toda una generación.

Si bien el contexto actual está lejos de las guerras mundiales, lo cierto es que las reflexiones de Brittain sobre la pérdida de sueños y expectativas parecen encontrar eco en las generaciones jóvenes de hoy. Lo muestran tanto producciones culturales como ciertos resultados de estudios y encuestas de caracterización sociodemográfica.

Un ejemplo reciente es el cortometraje Futura Licenciada, ganador del festival SANFIC en la categoría Talento Nacional, que retrata a una estudiante de Arquitectura enfrentada a la incertidumbre del futuro: la dificultad de conseguir un trabajo satisfactorio y bien remunerado, así como la lejanía de acceder a una vivienda propia.

Estas inquietudes corresponden a lo que la literatura denomina adultez emergente, una etapa de transición entre la adolescencia y la adultez joven, caracterizada por la exploración de la identidad y la incertidumbre respecto de la vida adulta (Barrera-Herrera & Vinet, 2017). En Chile, sin embargo, estas dudas se ven acentuadas por datos que deberían movilizar la discusión pública, particularmente en un escenario electoral. En el que debiese posicionar una visión país de desarrollo y crecimiento.

Una primera cuestión, y criticada por el Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), es que según estimaciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), se estima que alrededor de 336 mil jóvenes se encuentran en la categoría NINI, es decir, que no estudian ni trabajan (Bío Bío, 2025).

Aunque parte de ellos corresponde a personas en búsqueda activa de empleo o a quienes realizan labores de cuidado no remuneradas, esta cifra obliga a interrogarse por las condiciones estructurales que llevan a los jóvenes a permanecer fuera del sistema educativo y laboral, así como por las consecuencias que ello acarrea en sus trayectorias vitales y en las condiciones que refuerzan su exclusión.

A ello se suma la precarización de las expectativas depositadas, tradicionalmente, en la educación superior. La masificación del acceso, que en décadas anteriores se asoció a movilidad social y a la promesa de un mejor porvenir, hoy convive con altos niveles de subocupación: en 2022, un 22,7% de mujeres y un 18,6% de hombres trabajaba en áreas distintas a aquellas de su formación (Williamson & Villalobos, 2024).

Más preocupante aún, es el denominado “desempleo ilustrado”, que en la categoría profesionales con estudios superiores completos menores de 30 años, alcanzó un 15,5% en el trimestre abril-junio de 2025 (Bravo, 2025).

Las percepciones subjetivas confirman estas tensiones. Según la Encuesta de Jóvenes de la Universidad Diego Portales (2024), la principal preocupación declarada por este grupo es la seguridad (41%), seguida de cerca por los problemas económicos: costo de vida, sueldos, cesantía y oportunidades (28% en el plano nacional y 42% en el plano individual).

Los datos y el ejemplo del cortometraje ganador del festival internacional sugieren que estamos siendo testigos de una crisis que afecta de manera particular a los adultos jóvenes, pero que tendrá repercusiones en las trayectorias vitales de niños, niñas y adolescentes. En un contexto en que la seguridad y el crecimiento económico dominan la agenda electoral, resulta imperativo ampliar la mirada y preguntarse cómo garantizar las condiciones mínimas que permitan proyectar un futuro: acceso a educación, empleo, vivienda y posibilidades de desarrollo personal.

No se trata solo de constatar la pérdida de sueños, sino de impedir que generaciones enteras queden atrapadas en ella. El desafío es construir una visión de país capaz de resguardar y potenciar ese potencial aún latente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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