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Cooperar o perecer, el dilema de la comunidad mundial Opinión BBC

Cooperar o perecer, el dilema de la comunidad mundial

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Héctor Casanueva
Por : Héctor Casanueva Investigador del IAES, Universidad de Alcalá y Coordinador de la Cátedra de Prospectiva y Relaciones Internacionales del IEI, Universidad de Chile
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La organización no puede ir más allá de lo que los países miembros quieren ir consensuadamente. No tiene poder coactivo ni sus acuerdos son vinculantes, pues su cumplimiento está entregado a la voluntad de las partes y no puede ser de otro modo: nadie quiere un superpoder mundial.


Desde la Segunda Guerra Mundial la humanidad no ha vivido una situación tan crítica como la presente. Está enfrentada a una variedad de crisis que se extienden a todos los confines de la tierra. Dos factores contribuyeron poderosamente a desatarlas: uno, las secuelas políticas, sociales y económicas de aquella monstruosa conflagración y los prodigiosos avances de la técnica y de la ciencia generados por ella, los cuales, tras desarrollarse en varias direcciones con una rapidez sorprendente, fueron también aprovechados para fabricar instrumentos que pueden destruir la civilización o conculcar los derechos fundamentales del ser humano.

El otro factor surge de la incapacidad de los dirigentes mundiales del último cuarto de siglo para evitar esta evolución peligrosa, así como para comprender la magnitud de las mutaciones que ha experimentado nuestro planeta y sus consecuencias. Por otra parte, tampoco han sido capaces de ajustar sus políticas domésticas e internacionales a la amplia gama de transformaciones originadas en este período.

El párrafo precedente parece escrito hoy a propósito de la Asamblea General de la ONU, que se celebra en Nueva York esta semana, pero fue escrito en 1984 por el abogado y diplomático chileno Hernán Santa Cruz (1906-1999), quien fuera embajador en los primeros años de las Naciones Unidas, que fue creada el 24 de octubre de 1945 al terminar la Segunda Guerra Mundial. Corresponde a una extensa obra de tres tomos, reeditada hace unos meses por la CEPAL.

Han pasado 41 años desde la publicación de estas reflexiones, 77 años desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos y 80 años desde la creación de las Naciones Unidas, y nos encontramos con que el dilema de la comunidad mundial sigue siendo el mismo que sentenciaba Santa Cruz. En los 80 años del sistema multilateral hemos progresado globalmente en términos económicos, sociales, sanitarios, educativos, culturales. Todos los indicadores serios independientes así lo demuestran. El Índice de Estado del Futuro que presenta anualmente el Millennium Project es concluyente a este respecto, pero no es suficiente si todavía prevalecen desigualdades, exclusiones, discriminaciones, pobreza extrema, guerras, dictaduras, en una parte importante de la humanidad, y la amenaza cierta de la guerra nuclear, el descontrol tecnológico y el cambio climático como las principales amenazas existenciales.

Por eso, optar por la sensatez, la paz, el desarrollo y la cooperación es el principal propósito del Pacto para el Futuro aprobado en la ONU el año pasado, con cinco ejes: desarrollo sostenible y financiación para el desarrollo; paz y seguridad internacionales; ciencia, tecnología e innovación y cooperación digital; juventud y generaciones futuras; y transformación de la gobernanza mundial. A ello hay que sumar el Pacto digital Mundial (especialmente importante para la gobernanza de la Inteligencia Artificial General) y la declaración sobre las futuras generaciones.

Subsisten dudas sobre la viabilidad de estos pactos, visto el panorama de escaladas bélicas, la reducción significativa de los recursos para la cooperación al desarrollo en áreas y regiones críticas, y un discurso del odio que comienza a instalarse casi con normalidad. La ONU -muy silenciosamente- cumple una gran labor. En estos momentos asiste a más de 130 millones de personas desplazadas, proporciona alimentos a más de 120 millones, suministra vacunas a casi la mitad de los niños del mundo y apoya el mantenimiento de la paz, los derechos humanos, las elecciones y la acción climática.

Y es el único punto de encuentro para los 193 estados miembros donde es posible poner en común las posiciones, acuerdos y desacuerdos. La organización no puede ir más allá de lo que los países miembros quieren ir consensuadamente. No tiene poder coactivo ni sus acuerdos son vinculantes, pues su cumplimiento está entregado a la voluntad de las partes y no puede ser de otro modo: nadie quiere un superpoder mundial. Sólo el consenso puede hacer que las cosas sucedan para bien.

Para promover la aplicación de los Pactos acordados el año pasado, el Secretario General planteó la “Iniciativa ONU80”, a ser debatida durante esta Asamblea, con la que se buscará mejorar la eficiencia de la organización, pero sobre todo reafirmar el valor del multilateralismo. Su objetivo es reforzar la capacidad de la ONU para responder a los desafíos globales: conflictos, desplazamientos forzados, la desigualdad, las crisis climáticas y el cambio tecnológico acelerado sin suficiente orientación y regulación.

La ONU debe responder al mismo tiempo a la reducción de los presupuestos y mejorar su eficacia, en medio de las crecientes divisiones políticas globales. De las decisiones que se tomen, podrá salir o no un “multilateralismo inclusivo, interconectado y eficaz”, que pueda hacer frente a la deriva que ya en 1984 advertía el embajador Santa Cruz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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