
Transición a otro orden global: esferas de dominio al alza
El panorama ha cambiado y para varias potencias regionales parece haber quedado claro, después de los ataques de Estados Unidos contra Irán, que la mejor garantía para prevenir arremetidas de Estados mayores es avanzar en la defensa nuclear.
La creciente fragmentación del tablero geopolítico –anticipada por diversos autores: Kissinger (1994), Brzezinski (1997) y Duguin (1997), entre otros– adquirió mayor brío durante este mes de septiembre: el segundo día, justo cuando los ojos del mundo se volteaban a la ciudad portuaria del norte de china de Tianjín, en la que el presidente chino, Xi Jinping, recibiría a 20 líderes de países no occidentales para participar de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), el presidente Trump anunció que Estados Unidos había abierto fuego en el Caribe contra una lancha a motor que habría transportado drogas, una consecuencia de la guerra contra el narcoterrorismo.
Casi como un efecto mariposa del hundimiento de la lancha, la semana siguiente Israel lanzó un contundente ataque de misiles contra la capital de Qatar, Doha, para alcanzar objetivos de Hamás que negociaban condiciones de paz en Gaza y algo más tarde se verificó la incursión de drones rusos sobre el espacio aéreo polaco, en lo que pudo ser una peligrosa escalada del conflicto ruso-ucraniano.
Las agresiones unilaterales ejecutadas con pocos días de diferencia dejaron claro que el viejo orden mundial, multilateral o liberal, y su derecho internacional anexo, estaban seriamente dañados, tal vez heridos de muerte.
Sobre esta materia, diversos liderazgos se han pronunciado. En la reunión de la OCS, Xi Jinping y sus homólogos de Rusia, Vladimir Putin, e India, Narendra Modi, presentaron la “Iniciativa de Orden Mundial”, un programa promovedor de un “multilateralismo genuino” que pretende reemplazar “el hegemonismo y la política de poder”, vinculándolas tácitamente a tendencias noratlantistas.
Paradójicamente, las instancias occidentales apuntan a la emergencia del multipolarismo, como el Informe de Seguridad de Múnich que menciona “la ‘multipolarización’ global de facto”, aun cuando se puedan advertir todavía elementos de “unipolaridad, bipolaridad, multipolaridad y no polaridad”, es decir, una multiplicidad de órdenes que coexisten cuando no colisionan.
El secretario de Estado de Washington, Marco Rubio, lo ha explicado bajo el signo de competencia entre grandes potencias y que, al tenor de declaraciones y políticas de su gobierno sobre Groenlandia, Canadá, México y Panamá, podría comprenderse como “esfera de influencia” en la que a Estados Unidos le correspondería dirigir el hemisferio occidental, denominación estadounidense para las Américas.
El mismo Rubio, en su entrevista con Megyn Kelly, el 30 de enero de 2025, reconoció que la unipolaridad, con un solo centro de poder en el mundo, había sido una cuestión transitoria que concluyó. El jefe de la diplomacia de Estados Unidos aseveró que “no es normal que el mundo simplemente tenga una potencia unipolar. Era una anomalía, un producto del final de la Guerra Fría, aunque finalmente se llegaría a un mundo multipolar, poderes de gran brillo en diferentes partes del planeta”.
Por lo anterior es que, si se va a usar el espejo retrovisor para explicar un mundo en transición o interregno, conviene ir más allá que la recurrente imagen bipolar de la no demasiada lejana Guerra Fría, para mirar la era de los congresos eurocéntricos y del imperialismo decimonónico.
Poco después que Napoleón fracasara en Waterloo al enfrentar a sus enemigos aglutinados en la Séptima Coalición, el zar Alejandro I de Rusia, el emperador Francisco I de Austria y el rey de Prusia Federico Guillermo III, se dieron cita el 26 de septiembre de 1815 en París, para formar una alianza monárquica basada en los principios del viejo orden, con la intención declarada de detener el avance del liberalismo y el secularismo en Europa post Revolución francesa.
El pacto contemplaba el compromiso de intervención donde fuera necesario para defender la legitimidad de la realeza y el absolutismo, es decir, un acuerdo político-ideológico. El Reino Unido, en lenta transición a un sistema político distinto, no formó parte de la también denominada “Santa Alianza”, aunque el 20 de noviembre de ese año y por 3 lustros se uniría a los mencionados coaligados en la Cuádruple Alianza, cuyo objetivo fue mucho más acotado: prevenir otra aventura del tipo napoleónico que amenazara con desatar otra guerra generalizada en Europa. Tres años después, surgió un mecanismo de seguridad matizado con la incorporación de Francia hacia 1818.
Nacía la era del “concierto europeo”, prefigurada en el Congreso de Viena (1814), sobresaltada por disrupciones populares (estallido de 1830 o la “primavera de los pueblos” de 1848), conflictos de supremacía (Guerra de Crimea entre 1853 y 1856) o por el auge de nuevas potencias (Reino de Italia, Imperio alemán). Y aunque aquello no significó que los conflictos bélicos desaparecieran, se les limitó (como ocurrió en el Congreso de Berlín de 1878, que revisó las condiciones impuestas por Rusia al Imperio otomano en los Balcanes), además de reorganizar espacios (como la Conferencia de Berlín de 1884 a 1885 para repartirse África), tras acelerarse la competencia por nuevas colonias con signo imperial.
En el período hubo dos potencias que, además de negarse a aceptar la tutela europea –que también intentaron otros Estados, sin éxito–, aspiraron a construir sus propias áreas de interés sin interferencia externa: Estados Unidos con la Doctrina Monroe y su destino manifiesto y el Japón Meiji.
El cenit de esta época pudo haber sido el episodio en que todos estos poderes colaboraron para defender sus intereses en China tras el levantamiento de los bóxers o Yihétuán (1898 a 1901), que a su vez buscaban detener la intervención imperialista de las grandes potencias occidentales y el Japón imperial, en territorio chino desde fines del siglo XIX, en un período recordado como “el siglo de la humillación”.
Hoy, con una China renacida –difícil hablar de la misma como parte de un Sur Global emergente si se considera la vastísima y rica historia del hijo del cielo (Tianzi) gobernando el reino central (Zhongguo)–, el propio concepto de multipolaridad causa debates.
Beijing dice desear un mundo sin imperios ni hegemonía, probablemente coherente con su concepción clásica de armonía (Hexie), donde todos los Estados hacen parte de un conjunto de interacciones interdependientes que siguen su propio camino de desarrollo sin interferencia extranjera. Esta visión incluye a las organizaciones internacionales que velan por los derechos humanos, considerados una ideología que facilita el doble rasero.
Se podría argumentar que dicha concepción, sin ser idéntica, no está demasiado lejos de la tradición occidental de soberanía irrestricta y concierto diplomático de gestión universal internacional coordinada para un equilibrio de poder multipolar. Sin embargo, Estados Unidos ha asumido una dinámica de rivalidad de distinto corte, tanto con sus antiguos socios como con adversarios dentro del nuevo esquema multipolar. Lo anterior también explica que, mientras China exhibe una diplomacia sutil con el Sur Global, se muestra simultáneamente firme en la confrontación económica con Estados Unidos.
En cualquier caso, aún queda por despejar cómo resolverá su futura relación con Taiwán. Para Washington en tanto, su meta apunta a alcanzar un predominio jerárquico al interior de su zona de supremacía que restrinja las ambiciones expansionistas de otros Estados provenientes del interior de la misma o desde fuera de esta.
Lo anterior provocará competencia de seguridad y supremacía entre potencias por control y autonomía en sus subáreas. El caso de Brasil es ilustrativo. Mientras el heterogéneo bloque no occidental del BRICS declara el liderazgo brasileño en Sudamérica –que el presidente Lula esgrimió para vetar el ingreso a dicho Foro a la Venezuela de Maduro–, simultáneamente dicho estatus reconocido explica en parte que su ministro de Minas y Energía, Alexandre Silveira, abriera el debate en su país respecto a considerar el desarrollo de armas nucleares con fines defensivos. Una revisión del ingreso de Brasilia al Tratado de No Proliferación Nuclear el 18 de septiembre de 1998, bajo la administración de Fernando Henrique Cardoso, que dejó a la subregión libre de bombas atómicas.
Desde luego, el panorama ha cambiado y para varias potencias regionales parece haber quedado claro, después de los ataques de Estados Unidos contra Irán, que la mejor garantía para prevenir arremetidas de Estados mayores es avanzar en la defensa nuclear, aunque tampoco ayudan mucho las declaraciones de la administración Trump respecto a que el juicio a Bolsonaro era una “caza de brujas”, aplicando diversas sanciones, derrotero que también ha seguido respecto de la India.
En suma, un mundo en ebullición que, sin hegemonías globales ni estricta bipolaridad y con escasa certidumbre, no estará exento de dosis de anarquía waltziana donde prevalecerá el Leviatán más fuerte.
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