
Para evitar la violencia política
En Chile tenemos una oportunidad que no debemos desperdiciar: aprender de lo que vemos en otras latitudes sin tener que experimentarlo en carne propia. Eso requiere que nuestros líderes políticos, de todos los sectores, asuman su responsabilidad en la construcción de un clima político saludable.
La violencia política ha sido un debate del que sin duda se ha hablado por todo el mundo en las últimas semanas. Ningún país está ajeno a este fenómeno y en Chile debemos estar atentos. En un contexto y un momento político muy distinto del que se vive en el norte del continente, hay riesgos que evaluar y condiciones que vale la pena mirar.
Según un estudio de Chile 21, hace diez años nuestra sociedad era percibida como mucho más pacífica: en 2013, en una escala de uno a diez, donde uno es más violento, el nivel de percepción se ubicaba en 6,9; para 2023, bajó a 4,7. El mismo estudio muestra un dato inquietante: solo el 50% de los santiaguinos declara que nunca justificaría el uso de la violencia. El resto sí la encuentra admisible en ciertos casos: para defender derechos, luchar contra injusticias sociales o incluso reprimir a grupos considerados una amenaza al orden público. Al mismo tiempo, la política y los políticos aparecen entre los grupos sociales percibidos como más agresivos.
Esta percepción no surge en el vacío. Se construye día a día en la forma en que los liderazgos políticos ejercen su rol público: en los tonos que utilizan, en las líneas rojas que establecen o que cruzan, en lo que toleran y en lo que condenan. Es aquí donde radica tanto el riesgo como la oportunidad.
¿Cómo hacernos cargo? Existen aprendizajes en la historia que no podemos perder de vista y la evidencia internacional lo demuestra: los liderazgos políticos tienen un rol fundamental. Cuando líderes políticos, sociales y comunitarios se comprometen explícitamente con la no violencia, marcan un límite ético que fortalece la democracia. Cuando las instituciones hacen cumplir el Estado de derecho con rendición de cuentas y equidad, se evita la sensación de impunidad que alimenta a los extremos.
Cuando las comunidades se organizan contra la violencia pese a sus diferencias, generan un dique de contención ciudadano. Y cuando los propios movimientos sociales y políticos dejan de validar la violencia como camino legítimo y optan por estrategias no violentas, demuestran que el cambio es posible sin atacar al adversario.
En Chile tenemos una oportunidad que no debemos desperdiciar: aprender de lo que vemos en otras latitudes sin tener que experimentarlo en carne propia. Eso requiere que nuestros líderes políticos, de todos los sectores, asuman su responsabilidad en la construcción de un clima político saludable.
Podemos tener grandes diferencias políticas con quien está al frente, podemos competir intensamente por implementar nuestras visiones de país, podemos disentir con pasión sobre el rumbo que debe tomar Chile. Pero jamás se nos puede olvidar que al otro lado también hay una persona, con su historia personal. La violencia nunca puede ser el camino; debemos evitarla. Y son los liderazgos políticos quienes deben dar el ejemplo.
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