
Segunda fase de la guerra comercial
La guerra comercial ha entrado a una fase más compleja y Estados Unidos, bajo la administración Trump, tendrá que evaluar muy bien cómo reacciona a la jugada china, pudiendo acentuar o moderar las dinámicas que él mismo empujó y que están esculpiendo el nuevo orden.
Como sabemos, el presidente Trump impuso aranceles más elevados a los productos de China durante su primer mandato, así como restricciones al acceso a determinadas tecnologías y el cierre de mercados a empresas chinas, tanto en el propio Estados Unidos como en otros países, con la amenaza de sanciones o presiones políticas para alinear a esas naciones con sus medidas.
Aunque las sanciones comerciales tienen un historial antiguo de uso, especialmente por Estados Unidos, la diferencia en esta oportunidad es que no se enmarcaron en un esquema multilateral ni en respuesta a alguna situación puntual contraria a la democracia como un golpe de estado o la violación sistemática de los Derechos Humanos, como había ocurrido previamente. Ahora la motivación fue netamente de competencia estratégica, por lo tanto unilateral y contraria a la normativa comercial internacional, de la que el mismo Estados Unidos fue un artífice principal.
El comercio y las inversiones pasaron a convertirse en un arma en la lucha por el predominio global. Esto no fue revertido por el gobierno de Biden y, con la segunda administración de Trump, el fenómeno se ha agudizado. En efecto, Trump ha extendido sus medidas arancelarias y paraarancelarias a todo el mundo, haciendo volar por los aires no solo una gran cantidad de tratados internacionales, sino también la institucionalidad comercial global encarnada en la Organización Mundial del Comercio.
Un hito en esta nueva fase fue el famoso “Día de la Liberación”, durante el cual el presidente Trump anunció la universalidad de los aranceles, con cifras más altas para aquellos países con los cuales Estados Unidos tenía un déficit comercial importante, cuyo epítome es por supuesto China. Como sabemos, esto derivó en una escalada de alzas arancelarias entre ambos países que superó el 100%. Pero posteriormente el gobierno norteamericano, ante la inviabilidad de cesar el comercio bilateral, más aún en forma abrupta, terminó por recular bajando sustantivamente los aranceles, aunque más elevados que el punto anterior.
Si antes entonces la guerra comercial estaba enfocada en China, en esta segunda fase se generalizó. Nadie fue exceptuado, aunque algunos aliados sacaron alzas arancelarias menores.
El patrón general de esta fase hasta ahora ha sido, al menos en la superficie, una débil resistencia y respuesta a las medidas norteamericanas. Incluso aquellos países que retaliaron lo hicieron en menor escala que los aranceles que les impusieron. La explicación es sencilla: Estados Unidos es un gran comprador y por lo tanto en el corto plazo es imposible encontrar un reemplazante y es preferible tener menos ingresos por exportación a no tenerlos y generar todo un desajuste económico doméstico.
Pero si en lo inmediato la administración Trump claramente está ganando la batalla, las dinámicas y fuerzas movilizadas están reconfigurando el comercio internacional y en un horizonte mayor todo parece indicar que Estados Unidos va a verse perjudicado, incluso en otras esferas. Mientras mayor la virulencia y zigzagueo de las medidas del gobierno estadounidense más indisposición y desconfianza genera en todos y mayor es el incentivo para disminuir la dependencia respecto de dicho país.
La pérdida de influencia de Estados Unidos es un proceso que impactará en el nuevo orden mundial en construcción. Bien sabemos que el poder duro es eficaz, pero limitado geográficamente y además que, si de debilita o desaparece, derechamente pierde sus efectos. No ocurre lo mismo con el poder blando que apela a valores comunes y se apoya en una serie de medidas y actividades como la cooperación, los intercambios estudiantiles y a la cultura, manteniendo la buena voluntad de las poblaciones de los países hacia quien impulsa esas acciones, lo que morigera o incluso neutraliza las diferencias políticas de corto plazo.
El gobierno de Trump ha desarticulado buena parte de la estructura gestora del poder blando estadounidense, lo que será irreversible en varias áreas, centrándose en el cortoplacismo del poder duro.
Ese vacío que está dejando Estados Unidos lo está tomando China. Quién iba a pensar que la potencia que hace unos años atrás se veía como la principal amenaza para el sistema internacional y su estructura multilateral iba a aparecer como su principal salvaguardia. Mientras Estados Unidos está desahuciando a las Naciones Unidas, China incrementa su apoyo. Lo mismo con el comercio mundial. Mientras el primero grava a todos con más aranceles, China ofrece beneficios restando aranceles. Acaba de eliminarlos para todo el continente africano.
En otras palabras, Estados Unidos está entregando el liderazgo del multilateralismo y de su legitimidad a China, lo que sin duda será tremendamente funcional a los objetivos de esta última potencia.
Pero volviendo a la guerra comercial, en estos últimos días hemos visto una ofensiva china que ha dejado descolocado a Trump y que va dejando en evidencia las fuerzas que este puso en marcha desde el “Día de la Liberación” y sus efectos.
En efecto, China anunció la instauración de un sistema de licencias para la venta de tierras raras, que entre otras cosas excluye su venta para fines bélicos. Hay que recordar que este país tiene el casi monopolio mundial de estos minerales con alrededor del 90% de la producción, fundición y comercialización. Las tierras raras son esenciales para la industria tecnológica incluyendo la bélica (misiles, turbinas de aviones, etc.) por lo que la interrupción del suministro puede ser un golpe mortal para esos desarrollos.
Trump reaccionó inmediatamente anunciando aranceles del 100% y amenazando con cancelar la reunión que iba a tener con Xi en el contexto de APEC. Pero después ha reculado en el tema arancelario porque, así como muchos países no pueden prescindir de Estados Unidos como mercado, esta nación tampoco puede prescindir de China.
La movida china es astuta porque replica lo que hizo Estados Unidos con los semiconductores, por ejemplo, con el factor adicional de que hay aún menos alternativas de reemplazo.
La oportunidad de la medida no es casual. China se venía preparando desde el anterior gobierno de Trump y ya ha desarrollado un grado de resiliencia notable. Si bien las exportaciones chinas a Estados Unidos han disminuido casi un 30%, en el promedio global han aumentado un 8%. Esto significa que las empresas chinas han sido exitosas en abrir o ampliar nuevos mercados, probablemente desplazando al mismo Estados Unidos o cerrándole mercados. Al mismo tiempo, relevantes sectores norteamericanos han perdido acceso al mercado chino, como los productores de soya y de otros productos agrícolas en beneficio de Brasil principalmente.
En suma, Estados Unidos no ha afectado la capacidad industrial china ni su comercio y ha perdido participación de mercado tanto en China como probablemente en otros países en los cuales China ha crecido en estos últimos años. Además, está empujando la inflación doméstica y la población ya lo está empezando a notar porque las importadoras que habían internalizado hasta ahora el incremento de los precios, los están traspasando a los consumidores. Ese descontento ya quedó en evidencia en la multitudinaria protesta nacional “No Kings” contra Trump donde muchas pancartas aludían al alza del costo de la vida.
¿Qué sigue ahora? China claramente elaboró una estrategia que consideró varias dimensiones y está en una sólida posición para resistir los embates de Estados Unidos. Este país por su parte ha actuado más bien según los dictámenes del momento de su presidente, ergo sin consistencia y dañando la generalidad de sus alianzas. Aunar fuerzas con otros países ahora será entonces mucho más difícil.
El éxito de la estrategia china dependerá en parte de cómo administre el acceso a las tierras raras. Si restringe mucho su venta, podría generar una reacción en bloque y favorecer la unidad del mundo occidental bajo el liderazgo de Estados Unidos y volver a aparecer como una amenaza global. Un manejo más dosificado podría ser suficiente para mostrar que China tiene el sartén por el mango en un insumo crítico del área tecnológica y forzar a Estados Unidos a revertir una serie de medidas o al menos a no implementar otras, además de otros efectos como constreñir la producción de armas norteamericanas y por lo tanto su venta o donación a otros, como sería los casos de Israel y Ucrania. Eso por otro lado podría beneficiar a Rusia doblemente, al tener Ucrania menos armas sofisticadas mientras los rusos tendrían más.
La señal de fortaleza de China también puede congregar a más países a su lado, como la misma India que ha sido severamente afectada por las sanciones estadounidenses.
La guerra comercial ha entrado a una fase más compleja y Estados Unidos, bajo la administración Trump, tendrá que evaluar muy bien cómo reacciona a la jugada china, pudiendo acentuar o moderar las dinámicas que él mismo empujó y que están esculpiendo el nuevo orden.
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