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Mensajes desde la cárcel Opinión

Mensajes desde la cárcel

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Marcelo Sánchez
Por : Marcelo Sánchez Gerente General Fundación San Carlos de Maipo.
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Si la cárcel es el último eslabón, la política social y educativa debe ser el primero. No debemos naturalizar que los centros penitenciarios sean zonas liberadas a merced de las organizaciones delictivas donde el crimen se recicla y perfecciona.


Lo ocurrido recientemente con la muerte de Esteban y que terminó con los imputados en prisión preventiva, bajo amenaza de muerte, de acuerdo a los videos difundidos por redes sociales, está lejos de ser un hecho aislado. Es un síntoma claro de lo que se ha incubado durante años en el sistema penitenciario chileno, la cárcel como matriz de violencia y escuela del crimen organizado.

No se trata sólo de un código de respuesta “canera” ante la brutalidad de las consecuencias del acto delictivo, sino que es la proyección extramuros del crimen carcelario, donde las bandas transforman las paredes en fronteras porosas que conectan las celdas con los barrios donde proliferan las redes que alimentan su crecimiento cada vez menos sigiloso. 

Los datos son elocuentes. En la última década, ha habido cerca de 500 homicidios –con Colina II concentrando el 17% de los casos–, lo que da cuenta de un ecosistema donde la violencia no es accidental, sino estructural. A ello se suman más de 33 mil incautaciones de droga con un crecimiento de 1.205%, y un aumento de 5.100% en extorsiones dentro de los recintos penitenciarios. 

Hoy se pueden distinguir ciertos patrones en la participación de jóvenes primerizos absorbidos por redes criminales que operan con jerarquías, códigos y castigos. La ausencia de segregación genera que, quienes cumplen cautelares de prisión preventiva, sean un foco predilecto para las organizaciones criminales. La extensión de estas mismas cautelares impiden el acceso a mecanismos de reinserción efectiva que requieren del cumplimiento de una condena.

De esta forma el penal se va transformado en un espacio donde las bandas imponen su ley, controlan entradas de droga, extorsionan a los reclusos y difunden sus amenazas por video, dejando en evidencia que –pese a los esfuerzos y recursos tecnológicos involucrados– hay formas de vulnerar los sistemas y, lo que es peor, de dar una señal de dominio por sobre el control de la autoridad. 

Un video rudimentario se esboza como un mensaje codificado que refleja el predominio simbólico del miedo como instrumento de poder, en que la cárcel no solo no rehabilita, sino que exporta y difunde violencia. Es de esta forma que el delito, que no se interrumpe en la cárcel, termina multiplicándose en ella. Hoy más que nunca se requiere fortalecer la inteligencia penitenciaria, lograr segregación efectiva y control inmediato de los casos de corrupción; sin embargo, si al abordar la realidad penitenciaria olvidamos la prevención social temprana, el crimen seguirá reproduciéndose. 

Muchos de los jóvenes reclutados por estas bandas comenzaron su trayectoria delictiva en la infancia, marcados por abandono, fracaso escolar y entornos violentos. Si la cárcel es el último eslabón, la política social y educativa debe ser el primero.

No debemos naturalizar que los centros penitenciarios sean zonas liberadas a merced de las organizaciones delictivas donde el crimen se recicla y perfecciona. La seguridad no se construye desde el miedo, sino con control, justicia y prevención. Es hora de reconocer esta realidad y abordarla con decisión.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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