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Supervisión y control: la base de la confianza pública y privada
Es una buena noticia que hoy estemos hablando del control, no como una carga, sino como una condición necesaria para construir entornos donde la integridad se viva cada día de forma concreta y compartida.
“La ocasión hace al ladrón”, dice el viejo refrán. Y lo que han revelado las recientes fiscalizaciones de la Contraloría es precisamente eso: cuando los sistemas de control fallan o se relajan, se abren espacios para los abusos.
Casos como el uso de licencias médicas falsas para viajar fuera del país, el cobro indebido de horas extra en municipios o conflictos de intereses en la asignación de listas de espera en hospitales, no son hechos aislados ni meras anécdotas. Son síntomas de un sistema que, por mucho tiempo, dejó zonas ciegas y miró para el lado ante evidentes abusos.
Sin embargo, hoy se perciben señales de cambio. Se observa un ejercicio del control más activo, con más fiscalizaciones, cruce de datos y el apego al cumplimiento de la ley. Entonces comienza a instalarse con más claridad la idea de que dejar pasar ya no es opción. Lo que antes pasaba inadvertido, ahora con mayor frecuencia se está detectando, comunicando y sancionando. Y, aunque aún falta mucho por avanzar, este giro comienza a devolver al control su valor institucional y abre paso a una nueva etapa, donde la transparencia y la rendición de cuentas empiezan a ocupar el lugar que les corresponde.
Buena parte de esta transformación ha sido impulsada por la contralora Dorothy Pérez, quien en distintos espacios –como en su reciente intervención en Enade– ha puesto en el centro el valor del control como garante del buen uso de los recursos públicos y de que la administración del Estado actúe dentro de la ley. Porque cuidar las platas públicas no es solo evitar que terminen en manos de los vivos de siempre; es también proteger el sistema, resguardar lo colectivo y reconstruir la confianza.
Y aunque la Contraloría siempre ha estado presente, lo que sorprende hoy no es el fondo, sino la forma. Durante años, la fiscalización ha sido vista como una función técnica, discreta, poco visible. Hoy, en cambio, se transparentan los hallazgos, se muestra su impacto y se establece un vínculo real con la ciudadanía.
De ahí que en tiempos en que muchos prefieren callar o mirar hacia otro lado, ejercer el control con sentido de lo público y poniendo la ética por delante, se vuelva un acto poderoso, casi heroico. Porque cuando hay supervisión efectiva, no solo se sanciona al que abusa, sino que también se protege a quienes hacen las cosas bien. Se honra al funcionario que cumple, al ciudadano que aporta, a los recursos que deben llegar a quienes más los necesitan.
Y así, lo que debería ser parte del estándar mínimo se convierte en motivo de ovación.
Avanzar en este camino, requiere de un compromiso compartido donde el mundo público, privado y la ciudadanía entiendan que solo a través de la colaboración se puede elevar el estándar de lo que consideramos aceptable, justo y necesario para sostener nuestra vida en común.
En la misma línea, al igual como hoy reconocemos la relevancia del control en el ámbito público, es clave reconocer que en el mundo privado existen funciones con responsabilidades similares, igual de estratégicas. Las áreas de compliance, auditoría y control interno no solo están para cumplir con las regulaciones, sino también para resguardar la integridad del negocio, anticipar riesgos y asegurar que las decisiones estén alineadas con los valores y el propósito de la organización.
En tiempos donde la confianza es un activo escaso, contar con programas de compliance sólidos y efectivos es una forma concreta de demostrar coherencia, prevenir abusos y construir entornos donde lo ético no sea una excepción, sino la norma. Muchas empresas ya lo entienden y actúan en consecuencia. Ese es el estándar que se está consolidando y al que, con convicción, cada vez más líderes empresariales están respondiendo.
Además, el rol del control en las organizaciones no se limita a reaccionar ante faltas. También previene y disuade malas conductas. Porque, si quien está pensando en saltarse una regla sabe que existe una supervisión activa y seria, será menos probable que lo haga. La sola presencia de sistemas de prevención efectivos puede marcar una diferencia significativa en la conducta individual y organizacional, así como en la construcción de culturas más íntegras.
Por lo mismo, es una buena noticia que hoy estemos hablando del control, no como una carga, sino como una condición necesaria para construir entornos donde la integridad se viva cada día de forma concreta y compartida. Porque cuando la integridad está en el ADN de una organización –pública o privada–, el control deja de ser un simple trámite para convertirse en una herramienta clave que permite fiscalizar y sancionar no solo con el fin de proteger los recursos, sino que de resguardar la confianza y respaldar a quienes sí hacen las cosas bien.
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