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                        Presidenciales: ¿a quién le importan los niños y niñas?
Los niños y niñas no marchan, no votan, no hacen lobby. Pero en sus vidas se juega el destino de todos. El país que no los escucha, termina perdiéndose a sí mismo.
En tiempos de elecciones presidenciales, la conversación pública suele girar en torno a seguridad, crecimiento y migración. Entendiendo que son temas urgentes y que requieren de atención y soluciones, no deja de llamar la atención que haya un tema que sigue quedando fuera del foco central: los niños y niñas de Chile.
A pocas semanas de la elección, son pocos los candidatos que han presentado una mirada integral sobre la niñez. Entre ellos, Evelyn Matthei destaca por incluir propuestas más concretas en su programa: fortalecer la institucionalidad local de protección a la niñez, profesionalizar el sistema de acogida familiar, asegurar apoyo psicológico en las residencias y reformar el financiamiento del Servicio Nacional de Protección Especializada, hoy desbordado y fragmentado. También plantea acompañar a los jóvenes que egresan del sistema, extendiendo la protección hasta los 21 años.
Este enfoque más serio y estructurado no es casual. Matthei ha puesto el acento en la gestión pública, la eficiencia institucional y la prevención social como pilares de su visión de país. Desde su experiencia municipal, conoce de cerca las falencias cotidianas que enfrentan los niños y las familias en el territorio: falta de apoyo temprano, programas fragmentados y una institucionalidad sobrecargada. Esa comprensión práctica y no solo programática le permite plantear medidas más concretas, medibles y con sentido de urgencia, algo poco habitual en el debate presidencial chileno.
El resto de las candidaturas mencionan el tema de forma más tangencial, algunas lo asocian a educación o familia, pero sin políticas específicas ni compromisos presupuestarios.
El contraste no solo muestra diferencias de prioridades, sino también una señal preocupante de invisibilidad política: los niños y niñas no votan y eso parece bastar para que la infancia siga fuera del debate central.
Chile enfrenta hoy problemas graves que tienen a los niños como principales víctimas: la deserción escolar que supera los 50 mil estudiantes, los altos índices de violencia intrafamiliar y abuso, el deterioro de la salud mental infantil y la crisis estructural del sistema residencial. Estos no son temas secundarios: son el origen de buena parte de las desigualdades que después el Estado intenta corregir, pero en la mayoría de los casos ya es demasiado tarde.
Una verdadera política de desarrollo comienza cuando se garantiza que cada niño y niña pueda crecer cuidado, protegido y con oportunidades reales de aprender y soñar. La próxima elección presidencial no debiera ser solo una disputa por el poder, sino una oportunidad para reconstruir el pacto con la infancia.
Chile necesita un liderazgo que entienda que invertir en niñez no es gasto social, sino la base misma de la democracia y del crecimiento futuro. Hablar de infancia no da votos, pero da sentido. Y ese debería ser el norte de cualquier proyecto político que aspire a durar más allá de una elección.
Los niños y niñas no marchan, no votan, no hacen lobby. Pero en sus vidas se juega el destino de todos. El país que no los escucha, termina perdiéndose a sí mismo.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
 
                        