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El difícil arte de reformar Opinión

El difícil arte de reformar

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Sergio Arancibia
Por : Sergio Arancibia Doctor en Economía, Licenciado en Comunicación Social, profesor universitario e investigador Instituto Igualdad
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Llevar adelante un gobierno exitoso, que se plantee administrar el aparato del Estado y utilizarlo al mismo tiempo como herramienta o como instrumento para introducir cambios en él y en el conjunto de la sociedad, es una tarea crecientemente compleja en las sociedades contemporáneas.


Las sociedades modernas tienden a ser altamente conservadoras en lo que se refiere a sus estructuras fundamentales, tienden a seguir funcionando tal como lo han hecho en el pasado reciente y ayudan con su inercia al buen desempeño de los gobiernos que lo administren sin grandes pretensiones de ruptura o de cambio de la distribución de los ingresos, de la riqueza y del poder.        

Pero cuando se trata de un gobierno con proyectos políticos de tipo reformista, ya sea que se trate de reformas profundas o de baja intensidad, las cosas son bastante diferentes. El aparato del Estado, ha devenido en el decurso de los años en un sistema complejo y entrelazado en que cada una de sus partes coopera para formar una estructura pesada, inercial y conservadora. Afectar a alguna de sus partes genera reacciones solidarias en todas las restantes. Y esto no solo es válido en relación con las estructuras estatales en el sentido más estricto del concepto, como Poder Ejecutivo, ministerios, parlamentos, Poder Judicial, órganos contralores, municipios, etc.

Las instituciones que conforman la estructura económica del país con sus imprescindibles relaciones internacionales, y en particular su intrincado y poco transparente sistema bancario y financiero, son también muy difíciles de modificar en su accionar consuetudinario, y son muy letales cuando deciden actuar contra ciertas medidas gubernamentales. 

Hay, además, poderosas fuerzas fácticas que tienen y ejercen un grado de poder superlativo en el seno de nuestras sociedades, en forma abierta o subterránea, de modo de poner en juego el sentido mismo de la democracia, pues la lucha política deja de ser la libre confrontación y expresión de ideas entre ciudadanos en igualdad de condiciones y pasa a ser una batalla con fuerzas que tienen ventajas estructurales y permanentes en el seno de la sociedad.

Todo ello reduce, o por lo menos complejiza, la capacidad de avanzar en el camino de los cambios de la mano de las meras estructuras estatales, como lo han intentado muchos líderes y gobernantes a lo largo del planeta. Muchas de las dificultades mencionadas han llevado a que gobiernos, partidos y movimientos con un claro espíritu inicial de transformación y de cambios terminen como buenos –o incluso a veces como malos– administradores del orden existente. 

Pero, sin caer en una idea totalmente pesimista y quietista, hay que considerar que existen en la sociedad múltiples organizaciones de tipo cultural, religioso, social, económico, sindical, ideológico, educacional, sexual, ecológico o de género, que tienen cada una grados diferentes de crítica, de confrontación o de disconformidad con el orden existente. Todas esas organizaciones sociales constituyen una fuerza con grandes potencialidades de hacerse sentir en las estructuras políticas del país y colaborar desde afuera con los cambios que se intentan desde el seno del aparato estatal.

La posibilidad de los cambios –junto con la imprescindible y permanente lucha por la conquista de los núcleos más relevantes del poder político nacional– queda librada en alta medida a la capacidad de poder interpretar a todas esas fuerzas heterogéneas, pero con grados diferentes de disidencia y de rebeldía, y canalizar su sentir y su accionar en pro de un cambio societario. Se constituiría así un poderoso haz de fuerzas de carácter contestario que no solo se expresen y se agoten en sus limitados círculos de acción, sino que tengan también fuerza y expresión en las luchas por el poder en el seno de la sociedad, que es la quintaesencia de la política. 

El difícil arte de reformar es, entonces, como lo han dicho múltiples autores a lo largo de los años, el arte de sumar fuerzas allí donde es posible y deseable hacerlo. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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