Opinión
Hacia una superinteligencia humanista
¿Por qué humanismo? Porque la historia ha demostrado el poder duradero de la tradición humanista para preservar la dignidad humana.
El test de Turing fue durante mucho tiempo el santo grial de los investigadores en inteligencia artificial (IA); hoy ha sido silenciosamente superado. Con el surgimiento de modelos capaces de razonar y de la IA agéntica, y al acelerarse el ritmo de construcción de infraestructuras de IA, hemos cruzado un punto de inflexión en el viaje hacia la superinteligencia: el punto en el que la IA tiene mejor desempeño que las personas en todas las tareas.
De hecho, la cuestión más trascendente de nuestro tiempo no es si la IA nos superará, porque en algunos temas ya lo ha hecho (pruebe usted a vencer a una IA en conocimientos generales); en otros muchos lo hará; y en algunos temas siempre seremos únicos. De modo que la pregunta que realmente importa es si podemos guiar el rumbo de la IA para que promueva un florecimiento de la humanidad en vez de lo contrario. Ese es el desafío más importante de nuestro tiempo.
Es verdad que, a estas alturas, la gente ya está condicionada para desconfiar de las promesas de la IA, y es comprensible. Pero lo que está en juego es enorme. La ciencia y la tecnología siempre han sido el principal motor de progreso de la humanidad. En los últimos 250 años, ese motor duplicó la esperanza de vida, sacó a miles de millones de personas de la pobreza y nos dio antibióticos, electricidad y comunicación global instantánea. La IA es el siguiente capítulo en esta historia. Es nuestra mejor oportunidad de acelerar el descubrimiento científico, el crecimiento económico y el bienestar humano. Al oír hablar de IA, hay que tener siempre presente ese potencial.
Pero para hacerlo realidad, tenemos que construir la IA en la forma correcta. Si nos equivocamos, los costos serán inmensos. Todavía no hay respuestas fiables a la cuestión de cómo poner límites a estos sistemas o asegurar que estén alineados con nuestros objetivos. Nos encontramos atrapados en un tiempo extraño: estamos frente a las tecnologías más poderosas de la historia y no sabemos cómo controlarlas o si seguirán siendo beneficiosas.
Creo que, para ir a la esencia, podemos entenderlo así: la IA, como cualquier otra tecnología, se puede evaluar mediante un criterio sencillo. ¿Mejora la vida humana? ¿Demuestra claramente estar actuando al servicio de las personas?
Ahora que nos embarcamos en la siguiente etapa de la IA, la respuesta a estas preguntas está en lo que yo denomino “superinteligencia humanista”: una IA avanzada, diseñada para que siga bajo nuestro control, alineada con nuestros objetivos y al servicio de la humanidad. El sentido explícito de este proyecto es evitar a toda costa la creación de una entidad no sujeta a límites y provista de autonomía total.
En vez de eso, debemos apuntar a la creación de superinteligencias especializadas en distintos ámbitos. En lugar de crear un sistema capaz de automejorarse en forma ilimitada y lanzarse él solo a servir a cualquier propósito que se le ocurra, nuestro objetivo central debe ser obtener beneficios prácticos reales para la humanidad. El sistema debe estar siempre inequívocamente bajo nuestro control. Esta es la visión del equipo de superinteligencia de Microsoft, cuya misión principal es garantizar que la humanidad esté siempre segura y al mando.
¿Por qué humanismo? Porque la historia ha demostrado el poder duradero de la tradición humanista para preservar la dignidad humana. Una IA construida en torno de esta idea puede aportar beneficios extraordinarios, evitando al mismo tiempo riesgos catastróficos. Necesitamos una visión de la IA que ayude a la humanidad, que amplifique la creatividad y que proteja nuestro frágil medioambiente, no una que nos margine.
El premio que puede ganar la humanidad es enorme: un mundo de rápidos avances en calidad de vida y en conocimiento científico, una época de nuevas formas de arte, cultura y crecimiento. Es una misión realmente inspiradora que me ha motivado por décadas. Debemos celebrar esta tecnología y acelerarla, como el mayor motor de progreso que la humanidad haya conocido jamás. Necesitamos mucho, mucho más de ella.
La superinteligencia humanista es el camino más seguro. No apartarnos de la búsqueda de avances específicos para cada ámbito y que tengan un impacto social profundo es un ejemplo de lo que digo. Podemos imaginar agentes de IA acompañantes que faciliten la carga mental de la vida cotidiana, mejoren la productividad y transformen la educación ofreciéndonos métodos de aprendizaje adaptativos e individualizados. O una superinteligencia médica que ofrezca diagnósticos expertos acertados y asequibles, algo que puede revolucionar la salud mundial (como prevé nuestro equipo dedicado al tema en Microsoft AI).
Piénsese también en el potencial de la IA para impulsar avances en el área de las energías limpias que permitan generar y almacenar energía abundante y a bajo costo, eliminando al mismo tiempo carbono de la atmósfera, para satisfacer una demanda creciente sin dejar de proteger el planeta.
Con una superinteligencia humanista, no son sueños especulativos. Son objetivos alcanzables que pueden beneficiar a toda la humanidad y aportar mejoras concretas a la vida cotidiana.
No hace falta decir que los seres humanos son más importantes que la tecnología o que la IA. La superinteligencia puede ser el mejor invento de la historia, pero solo en la medida en que adhiera a este principio. Esto implica asegurar que haya rendición de cuentas, transparencia y disposición a poner la seguridad ante todo. El objetivo no es crear una superinteligencia cueste lo que cueste, sino seguir una senda cuidadosamente trazada de modo tal que esa superinteligencia esté contenida, alineada con nuestros valores y siempre centrada en el bienestar de las personas.
Todos tenemos que hacernos esta pregunta: ¿qué tipo de IA queremos realmente? De la respuesta dependerá el futuro de la civilización. Para mí, la respuesta es la superinteligencia humanista.
- Traducción: Esteban Flamini
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.