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Eje Tokio-Taipéi: la alianza que desafía a China en el Indo-Pacífico Opinión Archivo

Eje Tokio-Taipéi: la alianza que desafía a China en el Indo-Pacífico

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Alberto Rojas
Por : Alberto Rojas Director del Observatorio de Asuntos Internacionales, Facultad de Humanidades y Comunicaciones, Universidad Finis Terrae. @arojas_inter
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El respaldo japonés llega justo cuando Estados Unidos vive un ciclo político incierto, con señales contradictorias sobre su compromiso global y con un debate interno que prioriza la política doméstica por sobre las responsabilidades estratégicas.


Por años, Japón ha mantenido un equilibrio incómodo: expresar preocupación por el creciente poder militar de China, pero sin mencionar demasiado a Taiwán para no irritar a Beijing. Esa ambigüedad era una pieza silenciosa del statu quo regional, un espacio donde Tokio podía afirmar su alianza con Estados Unidos sin desafiar directamente a la República Popular China. Pero esa época acaba de terminar.

Las declaraciones de la primera ministra, Sanae Takaichi, afirmando que un ataque chino contra Taiwán podría constituir una “amenaza para la supervivencia” de Japón, no fueron una frase desafortunada ni un exceso de entusiasmo. Son la confirmación de un cambio estratégico profundo: Japón ha decidido que la seguridad de Taiwán y su propia seguridad nacional ya no son asuntos separados.

Es un giro mayor, porque después de décadas de prudencia diplomática, Tokio dice abiertamente lo que sus estrategas han discutido en privado desde hace años: que la caída de Taiwán alteraría radicalmente el equilibrio militar en el noreste asiático y dejaría a Japón frente a una China con control absoluto sobre las rutas marítimas más sensibles del planeta. Un escenario así convertiría al archipiélago japonés en un país vulnerable, rodeado y dependiente de la buena voluntad de un vecino que ya no es solo una potencia emergente, sino una superpotencia dispuesta a usar coerción económica, diplomática y militar para avanzar sus objetivos.

Por eso el respaldo a Taiwán no es simplemente un gesto de simpatía ideológica ni una defensa abstracta de la democracia. Es una decisión pragmática, nacida del cálculo frío de que el futuro japonés se juega en el estrecho. Y es también la admisión de que la arquitectura de seguridad asiática está mutando: la defensa de Taiwán ya no será una conversación bilateral entre Taipéi y Washington, sino un esfuerzo compartido donde Japón emerge como actor central.

Este giro, por cierto, es precisamente lo que China más temía. Para Beijing, el peor escenario no es un enfrentamiento con Estados Unidos -algo que, en la capital china, se evalúa desde hace décadas-, sino que Japón abandone la neutralidad táctica y forme un eje político y estratégico con Taiwán. Ese alineamiento, incluso sin un tratado formal, tendría efectos muy concretos: Japón aportaría geografía, infraestructura militar de primer nivel, tecnología avanzada y la proximidad necesaria para complicar cualquier intento chino de un bloqueo o una operación militar. Un desafío de otra categoría para la planificación del Partido Comunista.

La reacción china lo demuestra. La protesta diplomática, el discurso inflamado en medios oficiales, el intento de presentar a Japón como un país que revive su pasado militarista y, en especial, el mensaje amenazante publicado por un diplomático chino en Osaka son piezas de una misma estrategia: disuadir a Tokio de involucrarse en Taiwán. Pero Japón ya cruzó un umbral psicológico. Takaichi no solo defendió sus palabras; también dejó claro que su gobierno no retrocederá. Y Washington, consciente del giro, ha secundado esta postura sin matices.

Asimismo, existe otra dimensión de este tema: el respaldo japonés llega justo cuando Estados Unidos vive un ciclo político incierto, con señales contradictorias sobre su compromiso global y con un debate interno que prioriza la política doméstica por sobre las responsabilidades estratégicas. En ese contexto, la posición de Japón adquiere un valor adicional. Tokio no espera instrucciones ni garantías externas: actúa por su cuenta. Y esto, en el Indo-Pacífico, es un mensaje poderosísimo.

Para los aliados de EE.UU. en la región, ver a Japón dar un paso adelante ofrece estabilidad en tiempos de dudas. Para China, en cambio, es una complicación mayor: el equilibrio ya no se define entre dos potencias, sino en un triángulo donde Tokio tiene autonomía estratégica, liderazgo político y un creciente respaldo popular para aumentar su capacidad militar. Esa es la verdadera novedad de esta crisis.

El respaldo japonés a Taiwán -dos poderosas democracias de Asia- responde a algo más profundo que una coyuntura diplomática. Es el reconocimiento de que, si Taiwán cae, Japón no quedará fuera del conflicto: quedará dentro de él, pero en peores condiciones. Por eso Takaichi habló con tanta claridad. No fue provocación, ni improvisación, ni cálculo electoral. Fue una radiografía descarnada del Indo-Pacífico que viene.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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