Opinión
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Migración: “mucho ruido y pocas nueces” en la elección presidencial
Chile necesita una política migratoria moderna, no basada en el miedo sino en la convivencia. No basta con el control; hay que integrar, reconocer, convivir.
En cada elección presidencial chilena parece repetirse el mismo guion: la migración entra al debate, pero solo como problema de seguridad. Se habla de controles, de fronteras, de expulsiones. Se promete “ordenar la casa”, como si el país estuviera sitiado. Y, sin embargo, casi nadie se pregunta cómo vamos a convivir con ese 8,8% de la población que, en su mayoría, ha decidido quedarse, trabajar y criar a sus hijos en Chile.
Otra vez, solo corremos detrás del miedo. Es más fácil ofrecer mano dura que pensar en soluciones reales. Pero hay una verdad incómoda que todos prefieren obviar: no existen caminos administrativos ni legales que permitan expulsar migrantes irregulares en la proporción que se promete. Tampoco existen medidas que puedan borrar una realidad tan grande, y global, como la migración.
Lo que ningún candidato se atreve a poner sobre la mesa, es construir convivencia. Hay que controlar fronteras, que duda cabe, pero no basta; hay que mirar hacia adentro. Cómo integramos en lo laboral, en lo habitacional, en lo cultural. Cómo generamos espacios donde chilenos y extranjeros compartan sin miedo entre unos y otros. De lo contrario, seguiremos sembrando desconfianza y cosechando fractura social. Así lo demuestra el Estudio Nacional de Polarizaciones 2024 de 3xi y Criteria. En él se observa un creciente y permanente rechazo hacia la población migrante en Chile. A esa polarización le hablan los candidatos. Y sobre esa polarización, las organizaciones de la sociedad civil, tampoco, hemos levantado con fuerza la voz.
La base de cualquier convivencia duradera es la regularidad migratoria. No hay seguridad sin reglas claras, pero tampoco sin oportunidades para cumplirlas. Promover una regularización controlada y responsable no es una concesión humanitaria: es sentido común. Un país donde las personas viven y trabajan en regla es un país más seguro, más justo y más ordenado. La irregularidad, en cambio, alimenta la informalidad, la explotación y la sensación de que todo vale. Por ello, hay que regularizar de manera responsable y adecuada.
Lo saben los empresarios que contratan mano de obra extranjera, muchas veces sin asumir las condiciones laborales de esas personas. Lo saben los alcaldes que ven cómo sus comunas cambian, sin apoyo del Estado. Y lo saben también los propios chilenos que conviven con vecinos que, aunque nacieron lejos, ya son parte de la misma historia. Negar esa realidad es como tapar el sol con un dedo.
Chile necesita una política migratoria moderna, no basada en el miedo sino en la convivencia. No basta con el control; hay que integrar, reconocer, convivir. Y hacerlo desde la corresponsabilidad: Estado, empresas y ciudadanía. Si entendemos la migración como una oportunidad para fortalecer la cohesión social, y no como una amenaza que combatir, podremos mirar el siglo XXI sin miedo a quienes llegaron, sino con orgullo de ser capaces de convivir. La migración, nos guste o no, ya forma parte de lo que somos.
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