Opinión
Transformar con certezas: ¿Cómo disputar la segunda vuelta?
Desde ese prisma, la candidatura de Jeanette Jara tiene una oportunidad singular: es percibida como una figura cercana, competente y con arraigo popular, capaz de hablarle tanto al Chile que exige seguridad como al que demanda justicia social.
A un día de la primera vuelta presidencial, el escenario más probable es uno en donde la candidata de izquierdas, Jeanette Jara, pase a segunda vuelta junto con alguno de los dos exponentes de la derecha radical chilena, José Antonio Kast o Johannes Kaiser. Al respecto, las encuestas han sido coherentes al señalar que las posibilidades de ganar en segunda vuelta para el oficialismo son limitadas, con varios columnistas/analistas señalando además que Chile ha experimentado un proceso de derechización en los últimos años. No obstante, a pesar de que dichos análisis correctamente identifican cambios importantes en las prioridades ciudadanas y en el ánimo político del país, aquí argumentamos que la segunda vuelta presidencial se avizora como incierta. Más aún, a pesar de las dificultades existentes para el progresismo nacional, el escenario que se avecina es uno todavía abierto, en donde la capacidad de los candidatos para posicionarse como la mejor opción para implementar cambios profundos, rápidos y con certezas será fundamental para dirimir al ganador.
El Chile que concurrirá a las urnas en las próximas semanas es uno muy distinto al que eligió a Gabriel Boric como presidente de la república. El fracaso de los procesos constituyentes, los problemas económicos expresados en los altos costos de la vida y la todavía alta tasa de desempleo, y la crisis de seguridad pública han configurado un país emocionalmente frustrado ante la incapacidad de la política de resolver sus problemas materiales y ante la falta de cambios más profundos durante la actual administración. Dichos problemas se suman a la ya crónica desigualdad social que afecta a nuestro país, así como a la profunda crisis de legitimidad que arrastra el sistema político tras múltiples casos de corrupción. No es sorpresa por tanto que una parte importante del electorado hoy se vuelque a opciones que representan, nuevamente, un cambio más que una continuidad. Por último, la introducción del voto obligatorio desde el plebiscito constitucional de 2022 supone un desafío extra para la clase política, la que hoy debe interpelar a un votante más desafecto, crítico y menos identificado con el tradicional eje izquierda-derecha.
No obstante, enfrentar inteligentemente una eventual segunda vuelta presidencial supone en primer lugar un esfuerzo por entender al nuevo votante chileno. Como Nodo XXI, en los últimos años nos hemos dado a la tarea de estudiar el nuevo panorama político y social del país tras el cambio de voto voluntario al voto obligatorio. A partir de este esfuerzo, lo que identificamos es un electorado definido principalmente por un pragmatismo que se traduce en la búsqueda por soluciones concretas a problemas materiales, incluyendo por cierto la crisis de seguridad pública, el estado de la economía, la seguridad social o la calidad de los servicios públicos. Es dicho pragmatismo, por ejemplo, el que ha llevado a buena parte del electorado a apoyar candidatos que prometen, aunque sin un plan coherente, resolver de manera urgente y con “mano dura” la crisis de seguridad o alcanzar seguridad económica.
Sin embargo, a raíz de este mismo pragmatismo la sociedad chilena de igual forma entiende y valora el rol del Estado en el progreso individual y familiar. Aquí lo que identificamos por cierto es una evaluación crítica de la calidad de servicios públicos como educación y salud. No obstante, esta evaluación negativa que persiste en chilenas y chilenos respecto al funcionamiento del Estado no se traduce necesariamente en una demanda por verlo reducido –o desfinanciado–, sino todo lo contrario: quieren un Estado presente.
Por otro lado, la narrativa que intentó instalarse tras los fracasos constitucionales en torno a un Chile que nuevamente optaba por la moderación y la gradualidad parece chocar con la realidad de un país que todavía busca transformaciones profundas. A partir de nuestro reciente estudio, “Del estallido al orden: El nuevo mapa político-cultural de Chile”, encontramos que el 78% de la población adulta chilena hoy demanda cambios profundos y que además se implementen de manera rápida para resolver los problemas del país. Otras encuestas de opinión pública han encontrado también apoyos sustantivos en favor de cambios “radicales” más que moderados. Dichos cambios profundos, sin embargo, conviven con un rechazo hacia apuestas políticas que impliquen altos grados de incertezas y que se identifiquen como un potencial riesgo a aquello que la sociedad, y en particular los sectores populares, han alcanzado con esfuerzo y sacrificio.
¿Cómo enfrentar entonces la segunda vuelta presidencial? ¿Cómo ir más allá del apoyo ya consolidado? Disputar el nuevo panorama electoral chileno requiere repensar las coordenadas con las que la política ha operado tradicionalmente. A pesar de que el eje izquierda-derecha continúa siendo clave para entender las predisposiciones electorales del electorado chileno, el progresivo declive del centro político, su desdibujamiento ideológico en los últimos años, así como la persistente demanda por cambios profundos y rápidos, llama a las distintas candidaturas a ir más allá de la ya consolidada estrategia de apelar al “votante mediano” en el marco de una segunda vuelta. Por cierto que los candidatos que busquen seriamente ganar la contienda presidencial deberán realizar compromisos para convencer a un electorado desafecto y cuya primera opción no aparecerá en la papeleta de diciembre. El desafío, por tanto, es saber apelar a este votante en disputa asumiendo las transformaciones sociales y políticas que ha experimentado Chile en los últimos años.
La disputa decisiva no estará en quién encarne mejor una identidad ideológica, sino en quién logre conectar con el pragmatismo mayoritario del electorado: ese que exige transformaciones profundas, rápidas y verificables, pero sin saltos al vacío ni promesas imprecisas. La segunda vuelta no será una contienda entre moderación y radicalidad, sino entre propuestas capaces de combinar urgencia con certezas, cambio con estabilidad, reformas ambiciosas con soluciones concretas a la vida cotidiana. Quien logre representar de forma creíble ese equilibrio, el de un país cansado de esperar, pero que no está dispuesto a arriesgar lo que ha construido, tendrá la ventaja en diciembre. La cancha se juega, por tanto, en la audacia realista, no en los slogans ni en la retórica vacía.
Desde ese prisma, la candidatura de Jeanette Jara tiene una oportunidad singular: es percibida como una figura cercana, competente y con arraigo popular, capaz de hablarle tanto al Chile que exige seguridad como al que demanda justicia social. Frente a candidatos que se amparan en discursos de orden sin mostrar un plan realista para mejorar pensiones, bajar el costo de la vida o fortalecer servicios públicos, Jara tiene la posibilidad de presentarse como la opción que combina experiencia estatal, capacidad de gestión y una agenda concreta de bienestar material. Su desafío no es solo disputar el miedo, sino ocupar con claridad el espacio de la esperanza pragmática: demostrar que es posible cambiar Chile sin improvisaciones, sin retrocesos democráticos y sin incertidumbre económica. Ahí se juega la elección.
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