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“No me representa nadie… pero tampoco me da lo mismo” Opinión

“No me representa nadie… pero tampoco me da lo mismo”

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Ernesto Fernández León
Por : Ernesto Fernández León Comunicador Gráfico
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Hablar de política hoy en Chile es como ver una final donde ninguno de los equipos es el tuyo. Uno piensa en apagar la tele, pero sabe que lo que pase, igual le va a afectar a tu equipo para bien o para mal.


Después de esta primera vuelta, muchos nos sentimos huérfanos. ellos no me representan. Y no porque me falte ideología, sino porque me sobra memoria. Ya vimos lo que pasa cuando se llega a La Moneda sin mayorías, con recetas que suenan bonito pero no dialogan con la realidad. Se gobierna en solitario, se cae en errores innecesarios, y se termina recurriendo a los mismos sectores que se usaron de antagonistas en campaña. Porque, guste o no, hay quienes tienen calle recorrida en esto de gobernar: saben que en democracia no se impone, se conversa

Y sin embargo, hoy estamos ante un escenario aún más complejo. Porque no solo hay desafección, sino una nueva amenaza: el populismo emocional, que llegó para quedarse y que crece allí donde la política tradicional dejó vacíos. El “factor Parisi” fue eso. Un fenómeno que, sin vivir en Chile, logró representar a miles con una mezcla de rabia, anti-elite y mensajes simples. No era solo una candidatura: fue la antesala del “voten por mí aunque no me vean, porque total… peor que los otros no soy”. Hoy, ese populismo ha mutado, se ha camuflado y se ha instalado en sectores que prometen orden, pero esconden algo más profundo: autoritarismo con rostro amable.

Lo estamos viendo en el mundo. En Argentina, la desesperación se convirtió en un cheque en blanco. ¿El resultado? Un presidente que se grita a sí mismo, que desmantela derechos como si fueran obstáculos y que convierte cada diferencia en un enemigo. Allá también se vendió libertad… pero el precio fue alto. Allá también se dijo “esto es por la gente”… y los que terminan pagando son siempre los mismos: justos por pecadores. En Chile no estamos inmunes a esta amenaza.

Algunos discursos ya caminan por esa cornisa. No lo dicen abiertamente, pero se nota en los gestos, en acciones pasadas: en la nostalgia mal entendida, en los guiños al orden sin derechos, en los silencios frente a los excesos de sus aliados. Todo está ahí, pero cuidadosamente envuelto en promesas de seguridad y progreso.

Y si eso no basta, miremos la composición del próximo Congreso. Fragmentado, sin mayorías claras. Un eventual gobierno de extrema derecha, sin capacidad real de diálogo, no tendría cómo avanzar. Y cuando no hay acuerdos, solo queda imponer. ¿Ese es el país que queremos?

Porque no basta con ganar. Hay que saber gobernar. Y gobernar no es arrasar con el que piensa distinto. No da lo mismo tener diferencias democráticas que abrirle la puerta a quienes jamás han creído en la democracia.

La política que merecemos, y que todavía podemos exigir, es aquella que reconoce la complejidad de la realidad, no la simplifica con gritos ni la resuelve con castigo. El diálogo al que debemos aspirar no es la rendición, sino la capacidad de sentar a la mesa a quienes piensan distinto para enfrentar problemas reales: la economía, la seguridad y la educación. 

Elegir hoy es, por sobre todo, votar por la supervivencia de la posibilidad de conversar. Es darle el mandato a quienes entienden que el poder no es para imponer una receta ideológica, sino para gestionar la diversidad de un país fragmentado. Nuestro voto debe ser el motor de un futuro en el que los consensos sean la norma y no la excepción.

Yo también he sentido esa tentación de anular, de abstenerme. Pero me duele más pensar en lo que podría pasar si muchos optamos por quedarnos al margen. Porque esta vez, no se trata de elegir a quien nos enamora, sino de evitar que Chile caiga en manos de quienes transforman el miedo en poder y el poder en castigo.

No me representa nadie, sí. Pero tampoco me da lo mismo. Porque hay momentos en que el voto no es una adhesión, es una defensa y una construcción. Y cuando hay tanto en juego, defender lo que tenemos, y votar por la posibilidad de seguir construyendo sobre bases democráticas, es más valiente que entregarlo por cansancio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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